Capítulo 31.

Bradley olía a cedro y albahaca. Y a algo más... una esencia dulce y seca que, a Emma le recordaba al enebro de Virginia que estaba plantado en patio de la casa de sus padres. Su beso era incomparable, era una caricia profunda, tierna e impaciente.

La lengua de Suter jugueteaba en el interior de la boca de Emma con cálidas caricias que recorrían desde el borde de sus dientes hasta la sedosa humedad que se extendía tras ellos. Él alzó sus cálidas manos hasta el rostro de Emma para cubrir las mejillas de la muchacha al tiempo que se concentraba en su boca y la poseía con hambriento beso de esos que robaban el alma.

Emma jadeó ante golpe de fuego de su lengua, sedosa e íntima, y entonces el nudo de gozo que se le formó en la boca de su vientre comenzó a extenderse a sus senos, a su ingle…

Era delicioso. Exquisito. Dios cuánto lo había echado de menos, pero eso tenía que parar.

—No.

Arrancó su boca de los labios de Suter y forcejeó para salir de su abrazo sintiendo de inmediato un
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