Narrador. Giselle se encuentra entrando al cine con sus amigas de la secundaria. Una vez ubicadas en sus asientos, una de sus amigas, Bianca, hace una apuesta sobre quién no soportará ver la película y como excusa se irá al baño; ya que es una película de terror con suspenso, y se han retado a ir porque todas odian ese género. —Si estamos juntas, lo superaremos —expresa María Antonieta. —¡Boooooo! Todas gritan aterradas en su asiento cuando Giselle grita aquello de repente, y estallan en risas con el corazón bombeando fuerte por el susto. —¿Eres loca? —la acusa Bianca—. Nos pueden echar antes de que empiece. —Oye no seas aburrida, solo estamos... —Giselle cuenta las personas en la sala—. No más de veinte. La idea de ir solas a ver una película de terror a las nueve de la noche no fue de ella, pero supone que así podrán superar este miedo. —Oye, Giselle, ¿podrías ir por más palomitas? —le pregunta Natalie con su tono cantarín—. Creo que me las comeré todas antes de que empiece
Narrador. En cuanto Fabiola cierra la puerta tras ella, se siente sofocada. La idea de estar a solas con él en una habitación quién sabe por cuánto tiempo, la hace sentir nerviosa. Para cuando ve a Diego intentar sentarse en la cama de Sarai, Fabiola le hace una seña para que no lo haga. Diego va al pequeño sofá y ella llama a Sarai. Necesita saber a qué hora volverá. No lo acostará a dormir allí sin su permiso. Pero llama y esta no responde. —No volverá esta noche —le dice el ojimiel, lanzando la tarjeta en la mesa en donde hay un televisor—. Me la dio. Está con Piter, el camarógrafo. Fabiola lo ve y aunque duda unos segundos, sabe que no puede estar mintiendo, después de todo, ha visto el coqueteo de estos dos. —Bien, que descanses... La pelinegra se hunde rápido en su cama, se arropa hasta la nariz y se queda inmóvil mientras cierra los ojos. Mientras tanto, Diego reprime su risa. Le parece divertido cómo ella a pesar de odiarlo, no puede dejarlo a un lado. Sabe que debe sa
Narra Fabiola.Una especie de serpiente eléctrica invisible se desplaza por todo mi cuerpo mientras el brazo y pierna de Diego chocan con mi cuerpo durante el viaje al aeropuerto.Exhalo la tensión en mi pecho cuando el ojimiel se levanta un momento ya que Piter lo ha llamado desde atrás del bus.Miro hacia ventana, todo el paisaje, la calle, las personas, y al cerrar los ojos me recuerdo a mí misma anoche, cambiándome, con el corazón en la boca, mientras bajaba buscando un maldito lugar en donde pudiera conseguir sus empanadas.¿Por qué?, ¿por qué tuve esa urgencia y ese sentimiento tan repentino de querer que él estuviera bien?Me gustaba más cuando sentía que debía ser malvada con él, pero ahora, siento una mezcla de pena por lo que pasó, y al mismo tiempo esa pequeña mariposa revoloteando en mi corazón, al recordar cada palabra ayer en la cafetería.—¿Segura que no quieres? —cuestiona sentándose a mi lado, extendiendo una de sus empanadas—. A ver, se te hace agua la boca, cariño. D
Narrador. Apenas Giselle llega a su casa decide escribirle a su hermano Diego lo que vio ayer en el cine. Ella no suele contarle cosas de la familia a Diego, después de todo, cuando él se fue por mucho tiempo y solo escribía en festividades, se separaron mucho. Sin embargo, cuando ella era más pequeña y él entró en su vida, supo ser mejor hermano que el mismo Danilo. Así que estuvo pensando toda la noche y madrugada qué era lo que debía hacer. Pensó que sería mejor hablarlo con un adulto. Y no podría ser ninguno de sus padres. Diego era el indicado. Decide dejar el teléfono a un lado tras contarle todo por texto a su hermano, y frunce el ceño al notar todo silencioso en casa. Extrañada, sube a las habitaciones, cuando un sonido extraño de gruñidos la alerta. Abre la habitación de sus padres y sus ojos se abren como platos al encontrar a su madre, Daniela, vestida de gata lanzándose en el cuerpo de su papá. —¡Giselle! —¡Mamá! Rápido cierra la puerta, perturbada. Y corre rápido
Narra Fabiola. Al llegar al aeropuerto todos bajamos del bus, e inesperadamente veo cómo la estrella Berenice captura a Diego en medio del camino mientras lo rodea con sus brazos e intenta besarlo. El ojimiel ve a todos lados e intenta zafarse de ella disimuladamente, pero la veo decirle algo en el oído y luego de ello los veo subir juntos a la cabina. Ruedo los ojos. No puedo creer que esta mujer, siendo tan importante y famosa, se quiera tan poco. ¿No se ha dado cuenta que Diego no quiere estar con ella? Suspiro. ¿Pero qué carrizos ando pensando yo? Si ella está interesada en él y él la evita, no es mi problema. ¿Pero sería mi problema si fuera recíproco con ella? Recuerdo el momento en la playa y en el ascensor y la piel se me eriza. Tengo que sacarlo de mi mente ¡Ahora! Al abrochar nuestros cinturones, veo con curiosidad la cabina a puertas cerradas. Miiierda. No puedo evitarlo. El Jet se empieza a elevar, siento el estómago revolverse un poco, pero cierro los ojos y m
Narrador. —Amo cuando te ríes, por favor dame la oportunidad de seguir viéndote así... —susurra Diego mientras que con delicadeza posa su mano activa en la mejilla de la pelinegra. Este toque es un choque de realidad para Fabiola. Solo en este momento sin nadie más alrededor, después de parar de reír, se da cuenta de lo que ha pasado realmente. La culpa pesa en sus hombros al tener una imagen sonriente de su prometido Danilo. Y luego, también su corazón, no deja de latir, con el contacto cálido de su primer amor. Fabiola quita con brusquedad la mano de Diego y lo mira, sintiéndose tan molesta con ella misma. —No voy a volver a repetirlo, Diego. No intentes jugar conmigo. Lo que pasó, olvídalo. Acepté tu disculpa, pero entre tú y yo, nunca pasará algo de nuevo. Así que no me mires así. No me toques así. El rostro de Diego decae al igual que su corazón por sus palabras. Sin embargo, traga hondo ese pequeño dolor y sonríe un poco. Pues él no se va a rendir tan fácilmente. El hecho
Narrador. El corazón del piloto late desbocado por todas las emociones que siente, pero especialmente por la imagen que aparece frente a él en vivo y directo. —¡Fabiola! —grita asustado por ella. La mujer se encuentra medida en un hoyo, que de no ser por la luz del sol que se cuela por los árboles, sería incapaz de notarse. —¡Hay muchos mosquitos aquí Diego! ¡Oh por Dios oh por Dios! —grita comenzando a llorar sin remedio—. ¡Hormigas! ¡Grandes! ¡Dieeeegooo sácame de aquí! Diego siente la presión subírsele mientras observa todo rápidamente. —Piensa, piensa, piensa —se dice a sí mismo, evaluando todo. Sería en vano pedir ayuda porque están muy lejos de la carpa del equipo, y con el sonido de la cascada, los gritos quedarían en el ambiente como un sutil canto de pájaro. Diego recuerda aquella clase de entrenamiento de supervivencia. Para ser un piloto, fue sometido a miles de pruebas en diferentes campos, en caso de que el avión llegara a estrellarse en algún lugar desconocido y f
Narra Fabiola. —No pero esto tiene que ser de verdad una broma, ¿cierto? —inquiero, aturdida—. ¿Fiebre? Yo no siento que tengo... En cuanto Aitana coloca una mano en mi frente, me estremezco completamente, pues parece sacada de la nevera. Y aquí es donde comienzo a sentir todos los malestares de una fiebre realmente alta. Me tumbo en la cama y tomo las sabanas para arroparme. Diego no tarda en hacerlo también, y ruedo los ojos mientras comienzo a tiritar. De verdad tiene que ser una m*****a broma. —Tómense esto cada seis horas —nos indica el doctor, dándonos una caja de pastillas—. Si la fiebre y otros síntomas se presentan... Pierdo el sentido del audio por unos segundos mientras veo el rostro del doctor, porque no paro de pensar. ¿Por qué la vida me está haciendo esto?, ¿acaso he hecho algo tan malo como para ser castigada de esta forma? Las últimas palabras del doctor me hacen volver a la realidad. —Me quedaré hospedado aquí en la cabaña junto a mi hermano, es el enfermero.