Capítulo 3
El día que Toriel partió, lo acompañamos hasta la puerta para despedirlo. Damián le sostenía la mano con fuerza, mientras su rostro mostraba una tristeza contenida.

Eloísa también llegó, cargada con una montaña de cosas, como si pensara que Toriel no sobreviviría ni un día en una manada ajena, sin su ayuda.

Ambos lo rodearon, dándole mil instrucciones, pidiéndole una y otra vez que se cuidara. La escena tenía un toque conmovedor. Incluso cuando Toriel ya estaba dentro del auto, ellos salieron corriendo detrás mientras el vehículo se alejaba. Las lágrimas les llenaban los ojos cuando lo vieron desaparecer por el camino.

Después de su partida, las visitas de Eloísa se volvieron esporádicas, pero Damián en cambio, comenzó a ausentarse cada vez más y siempre volvía agotado, como si el alma se le hubiese escapado por algún rincón.

Cuando le preguntaba dónde había estado, respondía que con unos amigos o a veces decía que había ido de caza, pero cuando le pedía que me mostrara lo que había cazado, murmuraba que lo había regalado en el camino.

Cuando ya no encontró más excusas, simplemente suspiró y dijo: "Críe a Toriel con mis propias manos, nunca se había separado tanto tiempo de mí. Lo extraño más de lo que puedo soportar." Y tras una pausa, añadió: "Si no me mantengo ocupado... siento que me voy a desmoronar."

Lo que él no sabía es que yo podía ver a través del vínculo mental y sabía perfectamente que había estado con Eloísa.

Ignoré el rastro del perfume de manzanilla que aún traía en la ropa, sonreí con dulzura y lo consolé: "Toriel volverá pronto, y cuando lo haga, estaremos juntos de nuevo, los tres."

Damián esbozó una sonrisa apagada, su voz salió como un susurro: "Sí... muy pronto, los tres estaremos juntos otra vez."

Cuatro años más tarde, Toriel volvió. Había terminado su entrenamiento con la manada aliada.

Eloísa, a quien casi no habíamos visto en esos cuatro años, apareció temprano esa mañana, como en los viejos tiempos. Se unió a Damián y a mí para ir a recoger a nuestro hijo.

En cuanto lo vieron, ni uno ni otro pudieron contenerse. Corrieron hacia él como si no existiera nadie más en el mundo. Lo abrazaron con fuerza y los tres lloraron sin pudor.

Una vez que terminaron de derramar sus emociones, Toriel se acercó a mí directamente.

"Mamá, ya estoy de vuelta", dijo con voz firme. "¿Cuándo vas a hacer la ceremonia de sucesión del Alfa?"

Vi el brillo de entusiasmo en sus ojos y le sonreí con calma. "Ya lo tengo todo preparado. Muy pronto, frente a todos, te entregaré lo que te corresponde."
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