Seguí el consejo de Don Fabio y, después de que Verónica quedó dormida, me metí a la cama a explorar opciones de trabajo en restaurantes de alta cocina. Pronto mis esperanzas de encontrar buenas opciones laborales se esfumaron, pero no porque no las hubiera, de hecho, eran muy buenas y pagaban hasta diez veces lo que yo estaba ganando ahora, pero los requisitos para postularse eran muy altos para lo que yo tenía. Lo primero que me frenaba era el título. Aunque fui estudiante de uno de los mejores chef del país, y de quien recibí sus cuchillos, mi estudio no era profesional, sino técnico y el primer requisito para cualquiera de los puestos de trabajo que vi era tener el título profesional en culinaria. Para obtenerlo, tendría que estudiar al menos tres años y la carrera no era nada económica, de hecho estaba entre las diez más costosas. Pero incluso si tuviera el título o por alguna razón pudiera obviarlo, también me frenaba la experiencia. Pedían de entre cinco y diez años, algunos
Nunca en mi vida me imaginé que alguien me pediría algo así y, creo, fue por eso que acepté. Estaba tan desconcertado por la petición, que, además, me hizo ella, que no pude negarme, no hallé las fuerzas, es más, me vi abocado a hacerlo, lo deseé y hasta me sentí orgulloso de que me lo hubiera pedido. Empeñé mi mejor esfuerzo en realizarlo y, a las cinco de la tarde en punto, estaba frente al jardín de infantes al que asistía Verónica, luego de bajarme del auto e indicarle al chófer que me ayudara con la maleta de la sobrina de Esmeralda. Creo que nunca se había estacionado, frente a ese jardín, un auto de lujo, del que hubiera descendido un hombre con un traje de dos mil dólares y asistido por un chófer uniformado, porque tanto los niños, como las profesoras y las madres me veían como un espécimen escapado de un museo de cera. Cuando vi salir a Verónica, a la que reconocí porque tenía los mismos hermosos ojos de su tía, la niña me miró con extrañeza y era obvio, porque nunca me hab
Llegué a la dirección que me dio la mujer faltando cinco minutos para las cinco, corriendo y con el corazón a un centímetro de salir por mi cuello. Casi jadeaba y, antes de anunciarme, pasé por el baño. Estaba hecha un desastre y, aunque tuviera tiempo para arreglarme, no lo conseguiría. Me cepillé y repasé un poco el maquillaje, pero no lo suficiente. Suspiré y salí. Era un restaurante de lujo, que gritaba alta cocina en cada aspecto de su decoración. Había pocos clientes a esa hora, tomando un café o degustando algún aperitivo dulce, todos ellos personas que rezumaban alta clase y dinero por montones. Sentí que desencajaba, pero no me amilané. Erguí mi espalda y me presenté con el jefe de servicio, a quien identifiqué por el único hombre de traje que no estaba sentado en una mesa y estaba de pie frente a la mesa en donde controlaba las reservaciones. —Buenas tardes, soy Esmeralda y vengo a una entrevista de trabajo. Como todo buen jefe de servicio, me miró de arriba a abajo, por
Cuando la dueña del restaurante y una de las mejores chefs del mundo llegó a probar mi plato de camarones con piña y salsa soya, sentí que yo no era más que una mota de polvo en esa cocina, de cuya existencia nadie se había percatado y que, si no pasaba la prueba, me iría, al igual que los otros nueve aspirantes, sin siquiera haber hecho la más mínima huella en la memoria de cualquier de las personas que estaban, en ese momento, en esa cocina, enfrentada, por los próximos días, a una crisis existencial en la que me debatiría si la cocina era en realidad lo mío, o mejor me dedicaba a pintar uñas.Vi el momento en que Anura Yaki tomó el pequeño tenedor para levantar una mínima porción de la preparación y llevársela a la boca, con la misma velocidad con la que mi coraz&oa
El rostro de Anuka era el de una perfecta jugadora de póker mientras le explicaba que cuidaba de mi sobrina, de cinco años, que salía del jardín a las cinco de la tarde, y entraba desde las ocho, pero la verdadera prueba fue cuando le dije que había una opción, dentro de un mes o un poco más, para asistir a un concurso que iba a organizar el propietario de la cadena hotelera Amazon's, con el objetivo de ocupar la vacante dejada por el chef Blanchet en su hotel de Las Bahamas.—¿Eso es todo? —preguntó Anuka, sin que su rostro hubiera adquirido ninguna otra expresión desde que yo hubiera comenzado a hablar.—Ummm —Hice como si pensara—. Sí, es todo. ¿Sigo contratada? —pregunté, chocando las yemas de mis dedos.
Supe que había hecho mal cuando vi su rostro en el marco de la puerta, con los ojos casi enterrados en la pantalla del televisor y sus gruesos labios entreabiertos. Luego los paseó, muy lento, hasta clavarlos en los míos.«¿Fue demasiado?», pensé.Pocas veces me había sentido tan apenado en mi vida como esa vez. Cuando salió de la habitación, supe que me esperaba un muy merecido regaño y hasta me sentí mal por Verónica, porque seguro Esmeralda le iba a quitar la playstation después de que le había hecho tanta ilusión -y la habíamos pasado tan bien jugando y haciendo planes de cuando jugáramos con su tía- y todo era mi culpa.Arreglé la habitación lo mejor
Antes de subir a dormir, tomé las porciones de pizza que habían sobrado. Estaba hambrienta y se me antojaba comérmelas, con una copa de vino, mientras veía televisión. Sería mi celebración individual por mi nuevo trabajo, aunque debo admitir que me hubiera gustado que Héctor se quedara y charlar un poco con él en la sala. Desde nuestra entrevista en el hotel, me había parecido un hombre interesante, además de apuesto. Su compañía habría terminado por colocar la cereza en el pastel de mi día. Igual, disfruté de las porciones y la media copita de vino fue suficiente para que cayera rendida en la cama.Cuando llevé a Verónica al jardín, su profesora me avisó que la directora podía atenderme en ese mismo momento, si no tenía inconveniente. Llamé a Don
Al mirar al bistró, noté que la fila seguía igual de larga a como era costumbre en las tardes, a la hora del almuerzo. Supuse que ella estaría allí, quizá por última vez y deseaba quedarme observando hasta el momento en que la viera salir y tal vez, esa fuera la última vez en que lo hiciera, a menos que sacara ese proyecto del concurso adelante, y consiguiera convencerla de participar.—Señor, ya está listo el tercer entrevistado del día —dijo Gerardo, a mis espaldas—. Es el señor Efraín Conde, coproductor español de algunos concursos de cocina en Europa del Este.—Perfecto. Ya estoy listo.Hasta ahora, estábamos entusiasmados con lo que habíamos escuchado de los anteriores en