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Que el destino sea el que decida

Supe que había hecho mal cuando vi su rostro en el marco de la puerta, con los ojos casi enterrados en la pantalla del televisor y sus gruesos labios entreabiertos. Luego los paseó, muy lento, hasta clavarlos en los míos. 

«¿Fue demasiado?», pensé. 

Pocas veces me había sentido tan apenado en mi vida como esa vez. Cuando salió de la habitación, supe que me esperaba un muy merecido regaño y hasta me sentí mal por Verónica, porque seguro Esmeralda le iba a quitar la playstation después de que le había hecho tanta ilusión -y la habíamos pasado tan bien jugando y haciendo planes de cuando jugáramos con su tía- y todo era mi culpa. 

Arreglé la habitación lo mejor

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