Era domingo y lo que más deseaba en ese momento, siendo las nueve de la mañana, era seguir durmiendo hasta las once. Estaba rendida. Verónica se había despertado a las siete y me había pedido el desayuno. Me levanté y, después de servirle unos cereales con los ojos entrecerrados y el cuerpo entumecido por el cansancio acumulado de la semana, me volví a acostar, mientras ella comía su tazón metida entre las cobijas de mi cama, viendo televisión.
Estiré los brazos y puse mi cabeza al lado de Verónica, que estaba calentita y me invitaba a seguir acostada, pero tenía un almuerzo especial por hacer. Víctor llegaría sobre el mediodía.
—Vete a duchar antes de seguir viendo tele —Le dije a Verónica tan pronto me levant&ea
Abrí la puerta y ahí estaba él, con una camisa polo blanca que le remarcaba los fuertes y anchos hombros, además del pecho pronunciado y un abdomen cóncavo, dejando al descubierto los gruesos y bronceados brazos que todos los días veía bajar las bandejas de carne del camión de provisiones y con los que había fantaseado que, un día, me cargaban para subirme a la parte trasera de ese camión y…—Víctor! ¿Cómo estás? Sigue, adelante, qué rico que hayas venido. ¿Fue difícil encontrar la dirección?Me saludó con un beso en la mejilla.—No, Esmeralda, fue súper fácil, solo tuve que ingresar la dirección en Waze —dijo, con
Subí al auto de Adelaida luego de indicarle a mi chófer que lo llamaría más tarde, para que me recogiera en la dirección que le pasaría después.—Te va a encantar mi nuevo apartamento —dijo Adelaida al salir del estacionamiento del restaurante—. Le hice algunas modificaciones de mi propia invención, tienes que verlas para que me digas qué tal te parecen.Asentí, nada entusiasmado con la idea de tener que ir a meterme en la guarida del lobo para sacar los contactos que mi proyecto necesitaba, mucho menos al considerar que tendría que adentrarme en las profundidades de la caverna y pasar una velada con la fiera que amenazaba con tragarse mi piel.—¿Y qué me cuentas de tus relaciones sentimentales, H
Pasé la noche del domingo hablando por whatsapp con Víctor, sobre todo lo que no pudimos hablar en la tarde porque Verónica nos copó todo el tiempo. Después de almorzar la pizza, salimos a caminar a un parque y comer helado, paseamos por un centro comercial y, ya sobre el comienzo de la noche, Víctor se fue a su casa. Al día siguiente tenía que madrugar bastante, como era usual en su día a día.Sin embargo, estuvimos hablando hasta pasadas las once de la noche, mientras compartíamos, a distancia, una película en Netflix. Al comienzo, solo hablamos cosas comunes, como sus gustos, pasatiempos, el nombre de sus padres, el de sus hermanos y el sobrino que a veces cuidaba, pero después, a medida que avanzaba la noche y nos íbamos tomando más confianza, empezaron los temas un poquito más “p
Después de lograr escapar del apartamento de Adelaida, regresé al hotel para enterarme de noticias no muy alentadoras. Mi madre había estado fisgoneando en el asunto del concurso, según ella, motivada por lo que le había mencionado de que debíamos aprovechar la aprobación en un tiempo récord de un mes para alcanzar a realizar el evento antes de la temporada alta, según me dijo mientras subíamos en el ascensor, a mi oficina, después de que me hubiera estado esperando en la cafetería del hotel.—Ya, comprendo, mamá, pero después con el experto que contratamos, me he dado cuenta de que el plazo de un mes es irrisorio —dije cuando caminábamos por el corredor que llevaba a mi despacho. Al pasar, saludamos a Berta. Luego abrí la puerta y la invité a entrar.
No habían pasado ni cinco segundos desde que recibí el mensaje de Víctor, avisándome que no podíamos vernos el domingo, cuando entró un whatsapp de un número desconocido, pero en el que reconocí, por la imagen de su cuenta, el logo de la cadena de hoteles de Héctor. Lo abrí, pensando en el concurso.«No puede ser que ya lo tenga organizado. ¿O será que lo ha cancelado?».El mensaje no hacía referencia a ninguna de mis dos suposiciones. Era una invitación, de Héctor, para verme con él y¿CON SU MAMÁ?Eso sí fue muy extraño. Ni siquiera sabía que la mamá de Héctor estuviera viva y, ¿a cuenta de q
Alisté a Verónica temprano y esta vez recordé bañarme antes de que tocaran el timbre. Era el chófer de Héctor, que pasaba para llevarnos al almuerzo en la casa de su mamá. Me seguía intrigando esta invitación tan particular, hasta que, en la conversación que sostuve con el chófer, me reveló que la señora Regina -así se llamaba la madre de Héctor- era también socia de la cadena hotelera. Todo cobró sentido enseguida y supe que el almuerzo no tendría otro fin que el de hablar sobre el concurso y que, quizá, la señora, al hacer parte de la sociedad, tendría interés evidente en mí y mi probable participación.La primera impresión que me dio el hogar de la mamá de Héctor, era que se trataba de una casa de muñecas encog
Volver a ver a Esmeralda me agradó, tal como esperaba que sucediera cuando la contacté para que viniera a un almuerzo con mi mamá que, después de nuestra última conversación, quería conocerla. No creí que fuera a querer venir un domingo, convencido de que preferiría pasar el día descansando o en algún otro compromiso familiar, aunque me da la idea de que no tiene una familia muy grande y, con la muerte de su hermana, debe serlo aún menos. Por eso, cuando me dijo que sí, me sentí satisfecho y esperé su llegada sabiendo que me encantaría volver a verla.¿Me atrae? Por supuesto que sí. No solo es muy bella, sino que su personalidad, un tanto arrolladora y hasta testaruda, me fascinan, por eso organicé este proyecto del concurso, para tener la oportunidad de conocerla m&aac
Fue un inmenso baldado de agua fría después de un plácido atardecer bajo una manta, junto al fuego de una chimenea y un buen vino tinto, porque así sentí que transcurrió el almuerzo con Esmeralda, pese a los comentarios insidiosos de mi madre, y el posterior comentario de ella prohibiéndole la participación en el concurso, so pena de negarme el apoyo que tanto necesitaba.Fue ridículo intentar un arreglo, siquiera una explicación, para su decisión salvo el hecho, ahora indiscutible, de que a ella, mi madre, le resultaba molesta cualquier mujer que pudiera entrar en mi vida y cimbrear su posición hegemónica sobre mí. Me fui deseando no volver hasta que hubiera cambiado de parecer, pero eso, que ella cambiase su postura respecto de algo o de alguien, era pedir que el fuego del infierno bajara su temperatur