Volver a ver a Esmeralda me agradó, tal como esperaba que sucediera cuando la contacté para que viniera a un almuerzo con mi mamá que, después de nuestra última conversación, quería conocerla. No creí que fuera a querer venir un domingo, convencido de que preferiría pasar el día descansando o en algún otro compromiso familiar, aunque me da la idea de que no tiene una familia muy grande y, con la muerte de su hermana, debe serlo aún menos. Por eso, cuando me dijo que sí, me sentí satisfecho y esperé su llegada sabiendo que me encantaría volver a verla.
¿Me atrae? Por supuesto que sí. No solo es muy bella, sino que su personalidad, un tanto arrolladora y hasta testaruda, me fascinan, por eso organicé este proyecto del concurso, para tener la oportunidad de conocerla m&aac
Fue un inmenso baldado de agua fría después de un plácido atardecer bajo una manta, junto al fuego de una chimenea y un buen vino tinto, porque así sentí que transcurrió el almuerzo con Esmeralda, pese a los comentarios insidiosos de mi madre, y el posterior comentario de ella prohibiéndole la participación en el concurso, so pena de negarme el apoyo que tanto necesitaba.Fue ridículo intentar un arreglo, siquiera una explicación, para su decisión salvo el hecho, ahora indiscutible, de que a ella, mi madre, le resultaba molesta cualquier mujer que pudiera entrar en mi vida y cimbrear su posición hegemónica sobre mí. Me fui deseando no volver hasta que hubiera cambiado de parecer, pero eso, que ella cambiase su postura respecto de algo o de alguien, era pedir que el fuego del infierno bajara su temperatur
El comedor era una mesa de dieciséis puestos en la que los cuatro ocuparon uno de los extremos, con Regina a la cabeza, Esmeralda a su izquierda y Héctor a la derecha; Verónica se acomodó al lado de su tía. El servicio comenzó con un caldo de verduras y carne.—Yo no quiero esto, tía. Se ve muy feo —dijo Verónica tan pronto vio el plato servido.—No digas eso, Vero —contestó Esmeralda mientras los colores se le subían al rostro—. Tienes que comértelo todo, ¿sabes por qué? —La niña negó con la cabeza y, por el rabillo del ojo, Esmeralda alcanzó a ver la cara de satisfacción de Regina al verla incómoda por la impertinencia de la pequeña—. Porque esto lo cociné yo.
Sé que Héctor se esforzó para que el horrible almuerzo con su mamá saliera lo mejor posible, pero esa mujer estaba decidida a que no fuera así y hacerme pasar el rato más espantoso posible, de manera que no me quedaran ganas de volver a verla en mi vida. Pues lo consiguió. Eso sí, mi Veros se portó como una campeona, mi verdadera heroína de la tarde y esa última respuesta que le dio a esa señora la inmortalizaré en mi memoria.—¿Siempre es así de odiosa con todas las mujeres, o lo habrá sido solo conmigo? —Le pregunté al chófer, Mario, cuando me gané algo de su confianza.—Lo es, señorita, lo es con todas —dijo Mario—. La señora Regina es de esas madres que le espantan las no
Estaba en mi despacho, atendiendo por nonagésima vez al arquitecto del nuevo hotel, cuando Berta me dejó un papelito, en mi escritorio, informándome que el señor Efráin Conde me necesitaba. Cuando terminé de atender al arquitecto, que ya solo estaba a unos detalles con la ubicación del bar para recibir mi aprobación final de los diseños, atendí al señor Conde, intrigado por los resultados que hubiera obtenido luego de su entrevista a Esmeralda.Después de saludarlo y ofrecerle una bebida -eligió un café, todavía era algo temprano y no se habría visto bien que pidiera un licor- me contó sobre los resultados que obtuvo luego de entrevistar a Esmeralda y enviar los resultados a un consultor suyo que los procesaba para obtener un perfil “de concursante”.<
Estaba saltando, en medio de la cocina y con el celular en la mano, cuando llegó Anura y no supe que me estaba observando hasta que vi el rostro contraído de los demás cocineros. Me giré, tan blanca como mi uniforme, con los ojos muy abiertos y llorosos, cual si acabara de picar la más grande de las cebollas.—Che… che… chef —balbuceé—. Lo siento, no volverá a pasar. Lo prometo.—¿Qué es lo que la tiene tan emocionada, cocinera? ¿Acaso ya consiguió doblar el número de tiras de cien paquetes de jamón? —preguntó Anura, con los brazos cruzados sobre su delantal de impoluto color blanco.—No, chef —contesté, con la cabeza inclinada como e
Tenía la nada sencilla misión de reunir a la junta directiva de la cadena hotelera un domingo, y tenía que ser ese día porque la chef Teressa Bianchi no podía otro día. Llegaría a la ciudad el sábado, en la tarde, y estaría alojada en una de las suites del hotel hasta el día siguiente, cuando se llevara a cabo la muestra de lo que sería el concurso.—Lo siento, Héctor. —Me dijo Efraín Conde cuando hablamos sobre la reunión en la que íbamos a presentar el proyecto—, pero la chef de tu hotel en Las Bahamas solo puede ese día, o cualquier otro, pero en los próximos tres meses, y sé que estás urgido por llevar a cabo esto pronto.Así era, y no solo porque quería contar con esa aprobaci&oacut
Durante el servicio está prohibido el uso de celulares y la única forma que tienen de contactarnos ante una emergencia es llamando a la línea fija del restaurante, así que no me di cuenta de que tenía una llamada perdida hasta mi descanso de quince minutos. Mientras me tomaba un tinto, devolví la llamada al número desconocido.—¿Esmeralda, cómo estás? —Me saludó una voz que desconocía desde el otro lado de la línea— Hablas con Gerardo Amaya, el secretario privado de Héctor Penagos.Lo saludé, pensando que se trataba de algo relacionado con el concurso, así que me sorprendió cuando me preguntó si tenía un espacio para almorzar con su jefe.—¿Un almue
Estaba nervioso, no lo voy a negar. De la respuesta que me diera Esmeralda dependía que pudiera reunir a la junta el domingo y, de que pudiera reunir a la junta el domingo dependía que se llevara a cabo el concurso. Es decir, no quería presionarla de esa manera, y que Esmeralda se dejara convencer con facilidad, acudiendo, si era el caso, a mencionar el “favor que me debía” -aunque yo ni lo había considerado- antes de recurrir a mi torpedo de emergencia y cargarle la responsabilidad de que, si no me colaboraba para engañar a mi madre, el concurso no sería posible.Llegué al restaurante en el que ya Gerardo me había conseguido, después de tener que pagar un sobrecosto, reservación de una mesa para dos. Era de cocina japonesa, una que yo desconocía -no más allá del sushi-, pero había sid