Llegué en la tarde al que sería mi primer turno de trabajo. Me presenté con Anuka, que me había encargado trabajar con ella antes de integrarme del todo con los demás cocineros. empezaría como su encargada de hacer los cortes de pescado, mariscos, carne y pollo de los platos. Era la posición más baja en la cocina, solo superaba a la del encargado de lavar la loza, labor que ejercía una muchacha a la que yo solo llevaba un año y que estaba en último año de la carrera de culinaria. Se llamaba Rubí -ya lo sé, y yo Esmeralda- y nos caímos muy bien desde el primer cruce de palabras, cuando le pregunté dónde podía encontrar una tabla para picar.
—Hola, me llamó Rubí.y tú eres la chica de ayer, ¿verdad? —preguntó, antes de contestarme— L
Tenía que aceptar que en un mes no iba a estar listo el proyecto, ni siquiera teniendo todo para pasarlo a la junta y que lo aprobaran en menos de un día. Fui demasiado avaricioso con el tiempo, quizá impulsado por la animosidad que me inspiró Esmeralda, y ahora estaba dándome cuenta, al hablar con el director del proyecto, el señor Efraín Conde, que la propuesta solo estaría terminada en un mes, tal vez tardara otro más en ser aprobada, con todos los retoques finales que eso acarrearía, y necesitaríamos incluso de un tercero para prepararlo y dejarlo listo en su etapa de ejecución final.—Me temo que solo hasta el cuarto mes se estaría llevando a cabo el proyecto —dijo Efraín a través de nuestra reunión por meet—. Y eso si todo sale bien y no hay las dificultades -que sie
Cuando íbamos de regreso a casa, en el taxi, después de una jornada que resultó poco más que agotadora, nos quedamos dormidas, una sobre la cabeza de la otra. ¡Qué peligro! Sí, lo reconozco. Menos mal estábamos en el vehículo de un taxista honrado que, cuando llegamos al barrio, nos despertó.—Ya estamos por llegar, señoritas —dijo cuando logró que se nos abrieran los ojos, después de llamarnos varias veces, según él—. ¿Hacia qué parte del barrio debo tomar?Todavía algo adormilada, conseguí reconocer la cuadra en la que estábamos e indicarle al taxista en dónde estaba el jardín de Verónica.—¡Tía! —Me sa
Pensé que iba a ser más sencillo llamar a Adelaida, pero ya llevaba quince minutos con el teléfono en la mano, sin ser capaz de presionar el botón verde y después de haber estado, por algunas horas, procrastinando este momento con idas al baño, revisión de cuentas y verificación de datos. Tenía que hacerlo ya o solo desistir y darme cuenta de que no podía llamarla, como lo haría cualquier persona que no tuvo una relación de cinco años echada al traste en pocos segundos.Tomé aire y, con los ojos cerrados, marqué el botón con el teléfono verde.Aguardé mientras una parte de mí esperaba que no contestara. Al cuarto timbrazo escuché su voz.—¿Hé
Era domingo y lo que más deseaba en ese momento, siendo las nueve de la mañana, era seguir durmiendo hasta las once. Estaba rendida. Verónica se había despertado a las siete y me había pedido el desayuno. Me levanté y, después de servirle unos cereales con los ojos entrecerrados y el cuerpo entumecido por el cansancio acumulado de la semana, me volví a acostar, mientras ella comía su tazón metida entre las cobijas de mi cama, viendo televisión.Estiré los brazos y puse mi cabeza al lado de Verónica, que estaba calentita y me invitaba a seguir acostada, pero tenía un almuerzo especial por hacer. Víctor llegaría sobre el mediodía.—Vete a duchar antes de seguir viendo tele —Le dije a Verónica tan pronto me levant&ea
Abrí la puerta y ahí estaba él, con una camisa polo blanca que le remarcaba los fuertes y anchos hombros, además del pecho pronunciado y un abdomen cóncavo, dejando al descubierto los gruesos y bronceados brazos que todos los días veía bajar las bandejas de carne del camión de provisiones y con los que había fantaseado que, un día, me cargaban para subirme a la parte trasera de ese camión y…—Víctor! ¿Cómo estás? Sigue, adelante, qué rico que hayas venido. ¿Fue difícil encontrar la dirección?Me saludó con un beso en la mejilla.—No, Esmeralda, fue súper fácil, solo tuve que ingresar la dirección en Waze —dijo, con
Subí al auto de Adelaida luego de indicarle a mi chófer que lo llamaría más tarde, para que me recogiera en la dirección que le pasaría después.—Te va a encantar mi nuevo apartamento —dijo Adelaida al salir del estacionamiento del restaurante—. Le hice algunas modificaciones de mi propia invención, tienes que verlas para que me digas qué tal te parecen.Asentí, nada entusiasmado con la idea de tener que ir a meterme en la guarida del lobo para sacar los contactos que mi proyecto necesitaba, mucho menos al considerar que tendría que adentrarme en las profundidades de la caverna y pasar una velada con la fiera que amenazaba con tragarse mi piel.—¿Y qué me cuentas de tus relaciones sentimentales, H
Pasé la noche del domingo hablando por whatsapp con Víctor, sobre todo lo que no pudimos hablar en la tarde porque Verónica nos copó todo el tiempo. Después de almorzar la pizza, salimos a caminar a un parque y comer helado, paseamos por un centro comercial y, ya sobre el comienzo de la noche, Víctor se fue a su casa. Al día siguiente tenía que madrugar bastante, como era usual en su día a día.Sin embargo, estuvimos hablando hasta pasadas las once de la noche, mientras compartíamos, a distancia, una película en Netflix. Al comienzo, solo hablamos cosas comunes, como sus gustos, pasatiempos, el nombre de sus padres, el de sus hermanos y el sobrino que a veces cuidaba, pero después, a medida que avanzaba la noche y nos íbamos tomando más confianza, empezaron los temas un poquito más “p
Después de lograr escapar del apartamento de Adelaida, regresé al hotel para enterarme de noticias no muy alentadoras. Mi madre había estado fisgoneando en el asunto del concurso, según ella, motivada por lo que le había mencionado de que debíamos aprovechar la aprobación en un tiempo récord de un mes para alcanzar a realizar el evento antes de la temporada alta, según me dijo mientras subíamos en el ascensor, a mi oficina, después de que me hubiera estado esperando en la cafetería del hotel.—Ya, comprendo, mamá, pero después con el experto que contratamos, me he dado cuenta de que el plazo de un mes es irrisorio —dije cuando caminábamos por el corredor que llevaba a mi despacho. Al pasar, saludamos a Berta. Luego abrí la puerta y la invité a entrar.