Cuando la dueña del restaurante y una de las mejores chefs del mundo llegó a probar mi plato de camarones con piña y salsa soya, sentí que yo no era más que una mota de polvo en esa cocina, de cuya existencia nadie se había percatado y que, si no pasaba la prueba, me iría, al igual que los otros nueve aspirantes, sin siquiera haber hecho la más mínima huella en la memoria de cualquier de las personas que estaban, en ese momento, en esa cocina, enfrentada, por los próximos días, a una crisis existencial en la que me debatiría si la cocina era en realidad lo mío, o mejor me dedicaba a pintar uñas.
Vi el momento en que Anura Yaki tomó el pequeño tenedor para levantar una mínima porción de la preparación y llevársela a la boca, con la misma velocidad con la que mi coraz&oa
El rostro de Anuka era el de una perfecta jugadora de póker mientras le explicaba que cuidaba de mi sobrina, de cinco años, que salía del jardín a las cinco de la tarde, y entraba desde las ocho, pero la verdadera prueba fue cuando le dije que había una opción, dentro de un mes o un poco más, para asistir a un concurso que iba a organizar el propietario de la cadena hotelera Amazon's, con el objetivo de ocupar la vacante dejada por el chef Blanchet en su hotel de Las Bahamas.—¿Eso es todo? —preguntó Anuka, sin que su rostro hubiera adquirido ninguna otra expresión desde que yo hubiera comenzado a hablar.—Ummm —Hice como si pensara—. Sí, es todo. ¿Sigo contratada? —pregunté, chocando las yemas de mis dedos.
Supe que había hecho mal cuando vi su rostro en el marco de la puerta, con los ojos casi enterrados en la pantalla del televisor y sus gruesos labios entreabiertos. Luego los paseó, muy lento, hasta clavarlos en los míos.«¿Fue demasiado?», pensé.Pocas veces me había sentido tan apenado en mi vida como esa vez. Cuando salió de la habitación, supe que me esperaba un muy merecido regaño y hasta me sentí mal por Verónica, porque seguro Esmeralda le iba a quitar la playstation después de que le había hecho tanta ilusión -y la habíamos pasado tan bien jugando y haciendo planes de cuando jugáramos con su tía- y todo era mi culpa.Arreglé la habitación lo mejor
Antes de subir a dormir, tomé las porciones de pizza que habían sobrado. Estaba hambrienta y se me antojaba comérmelas, con una copa de vino, mientras veía televisión. Sería mi celebración individual por mi nuevo trabajo, aunque debo admitir que me hubiera gustado que Héctor se quedara y charlar un poco con él en la sala. Desde nuestra entrevista en el hotel, me había parecido un hombre interesante, además de apuesto. Su compañía habría terminado por colocar la cereza en el pastel de mi día. Igual, disfruté de las porciones y la media copita de vino fue suficiente para que cayera rendida en la cama.Cuando llevé a Verónica al jardín, su profesora me avisó que la directora podía atenderme en ese mismo momento, si no tenía inconveniente. Llamé a Don
Al mirar al bistró, noté que la fila seguía igual de larga a como era costumbre en las tardes, a la hora del almuerzo. Supuse que ella estaría allí, quizá por última vez y deseaba quedarme observando hasta el momento en que la viera salir y tal vez, esa fuera la última vez en que lo hiciera, a menos que sacara ese proyecto del concurso adelante, y consiguiera convencerla de participar.—Señor, ya está listo el tercer entrevistado del día —dijo Gerardo, a mis espaldas—. Es el señor Efraín Conde, coproductor español de algunos concursos de cocina en Europa del Este.—Perfecto. Ya estoy listo.Hasta ahora, estábamos entusiasmados con lo que habíamos escuchado de los anteriores en
Llegué en la tarde al que sería mi primer turno de trabajo. Me presenté con Anuka, que me había encargado trabajar con ella antes de integrarme del todo con los demás cocineros. empezaría como su encargada de hacer los cortes de pescado, mariscos, carne y pollo de los platos. Era la posición más baja en la cocina, solo superaba a la del encargado de lavar la loza, labor que ejercía una muchacha a la que yo solo llevaba un año y que estaba en último año de la carrera de culinaria. Se llamaba Rubí -ya lo sé, y yo Esmeralda- y nos caímos muy bien desde el primer cruce de palabras, cuando le pregunté dónde podía encontrar una tabla para picar.—Hola, me llamó Rubí.y tú eres la chica de ayer, ¿verdad? —preguntó, antes de contestarme— L
Tenía que aceptar que en un mes no iba a estar listo el proyecto, ni siquiera teniendo todo para pasarlo a la junta y que lo aprobaran en menos de un día. Fui demasiado avaricioso con el tiempo, quizá impulsado por la animosidad que me inspiró Esmeralda, y ahora estaba dándome cuenta, al hablar con el director del proyecto, el señor Efraín Conde, que la propuesta solo estaría terminada en un mes, tal vez tardara otro más en ser aprobada, con todos los retoques finales que eso acarrearía, y necesitaríamos incluso de un tercero para prepararlo y dejarlo listo en su etapa de ejecución final.—Me temo que solo hasta el cuarto mes se estaría llevando a cabo el proyecto —dijo Efraín a través de nuestra reunión por meet—. Y eso si todo sale bien y no hay las dificultades -que sie
Cuando íbamos de regreso a casa, en el taxi, después de una jornada que resultó poco más que agotadora, nos quedamos dormidas, una sobre la cabeza de la otra. ¡Qué peligro! Sí, lo reconozco. Menos mal estábamos en el vehículo de un taxista honrado que, cuando llegamos al barrio, nos despertó.—Ya estamos por llegar, señoritas —dijo cuando logró que se nos abrieran los ojos, después de llamarnos varias veces, según él—. ¿Hacia qué parte del barrio debo tomar?Todavía algo adormilada, conseguí reconocer la cuadra en la que estábamos e indicarle al taxista en dónde estaba el jardín de Verónica.—¡Tía! —Me sa
Pensé que iba a ser más sencillo llamar a Adelaida, pero ya llevaba quince minutos con el teléfono en la mano, sin ser capaz de presionar el botón verde y después de haber estado, por algunas horas, procrastinando este momento con idas al baño, revisión de cuentas y verificación de datos. Tenía que hacerlo ya o solo desistir y darme cuenta de que no podía llamarla, como lo haría cualquier persona que no tuvo una relación de cinco años echada al traste en pocos segundos.Tomé aire y, con los ojos cerrados, marqué el botón con el teléfono verde.Aguardé mientras una parte de mí esperaba que no contestara. Al cuarto timbrazo escuché su voz.—¿Hé