Los ayudantes de utilería llevaron al mesón frente a nosotras tres enormes fuentes, cada una a rebozar con pechugas de pollo. Nos miramos, preguntándonos si nos iba a tocar hacer lo que ya sospechábamos. —Bien, participantes, Rubí, Esmeralda y Daniela, veo que ya se están imaginando lo que tienen que hacer —dijo Michelle, con una gran sonrisa—. Por si les queda alguna duda, les diré que deben deshuesar todas y cada una de las pechugas que hay en las fuentes frente a ustedes. Cada fuente tiene la misma cantidad de pechugas de pollo, lo mismo que un peso y tamaño aproximado entre ellas. La primera de ustedes tres que termine, y después de la verificación del jurado, de que no queden huesos o cartílagos en las presas, será la ganadora y que no les pase lo que ocurrió en la prueba anterior, así que si llaman al jurado primero estén seguras de que han limpiado muy bien sus presas. ¿Preparadas?—¿Lo hacemos con las manos? —preguntó Rubí, que ya tenía cara de que iba a tener problemas.—Con
Esa mañana hablé con Gerardo respecto a lo que estaba sucediendo en torno a los rumores que había sobre Esmeralda. No me fue difícil, aunque sí doloroso, descubrir quién los había originado. Cuando bajé a desayunar, encontré a mi madre en el restaurante y me senté en su mesa. —¿Descansaste? —preguntó antes de llevar la taza con café a sus labios.—Como un bebé con el estómago lleno —respondí—. Pero me di cuenta de que no necesitaba de los somníferos que me diste, sino de darme cuenta de la verdad sobre lo que está sucediendo y los rumores que acechan a Esmeralda. Por el fugaz brillo en sus ojos logré confirmar mis sospechas y aunque intentó negarlo, le dije que ya sabía quién los había originado e incluso la magnitud que habían alcanzado. —Todo el equipo del programa habla sobre eso y han sido alentados por alguien que, cada tanto, va y sopla el fuego con sus mentiras —dije después de haberle explicado a mi madre que ya había hablado con varias personas -lo que era mentira- que me
No sé en qué estaba pensando Héctor al aparecerse así en mi habitación, con su madre, para que llegáramos al compromiso de no hacernos más daño, cuando la única que le ha hecho daño a la otra ha sido ella, su mamá, y él debe saberlo, pero al pedirme que estrechara la mano de su mamá y me comprometiera a no hacerle daño fue como si me hubiera puesto al nivel de ella, es decir, como si yo fuera tan culpable como Regina y, aunque en ese momento no dije nada para no armar una escena, salí de mi habitación hecha una furia. —¿No nos vas a decir nada, Esma? —preguntó Rubí cuando ya estábamos a mitad del segundo plato del almuerzo.Giré la mirada todavía con la boca llena y mis ojos no debieron haber expresado nada positivo, porque la asusté enseguida. Me sentí mal por eso. Estaba exagerando y ellas no tenían la culpa de lo que había pasado arriba. Incluso me sentí mal por la forma en que le hablé a Rubí después de que me preguntara, de la forma más inocente, con quién estaba en mi cuarto.—
Resultó que no eran ni europeos ni estadounidenses, tampoco canadienses. Eran sudafricanos. Y no solo eso, sino que eran unos hombres muy amigables, súper divertidos y guapísimos, a los que se les unió un cuarto amigo que resultó ser un moreno de ojos claros espectacular, de cuerpo ejercitado y unos labios sonrosados que nos hizo suspirar a las tres tan pronto lo vimos. «Ay, Dios mío, ¿por qué nos haces esto? ¿Por qué nos tientas así?»Y no estaba enojada porque nos hubieran abordado e interrumpido nuestra tarde de chicas, estaba arrepentida de haberlo pensado.—¿Cómo es que alguien de Sudáfrica habla español? —Le pregunté a Anthony luego de que me hubiera traído una piña colada servida en un coco.—Soy profesor de idiomas, también hablo mandarín y estoy aprendiendo el ruso —contestó Anthony con una sonrisa que, si se la veía una vez más, iba a empezar a tener problemas para conservar mi temperatura corporal.—¿Y qué haces tan lejos de casa? —pregunté, queriendo saber toda su vida,
Estaba seguro de que Esmeralda había quedado molesta después de lo que la obligué a hacer, en su habitación, pero no se me ocurrió otra alternativa para lograr al menos, por el tiempo suficiente que durase el concurso, o al menos hasta donde ella consiguiera llegar, de que no se siguiera enfrentando con mi madre. Era consciente, aunque quizá no fue esa la apariencia que di, de que ella no era la culpable de lo que estaba pasando y que, si había que señalar a alguien, era a mi mamá; eso lo tenía muy claro, pero necesitaba un compromiso de las dos, porque también estaba seguro de que Esmeralda no perdería la oportunidad para desquitarse, si llegara a tenerla.Me hubiera gustado poder hablar con ella después de esa reunión y explicarle lo que estaba pensando, y porqué había hecho lo que hice, pero debía guardar la distancia. Ya me había expuesto bastante con el solo hecho de entrar a su habitación. Solo me quedaba esperar a que ella pudiera, pasado su mal genio, asimilarlo y comprenderme
No podía creer que, después de todas las vistas e insinuaciones recibidas, Anthony todavía no se percatara de quién era yo, así que lo atribuí al hecho de que mi bikini lo estaba distrayendo demasiado, porque no encontraba otra explicación.—Estoy participando en unas pruebas de cocina —dije, para no ser directa y darle otra pista a Anthony.—¿Y todavía vas a quedarte por cuánto tiempo? —preguntó.Quise evitarlo, pero en serio que la situación ya empezaba a ser muy divertida y me reí, con ganas.—¿Dije algo muy chistoso o mi español suena tan mal? —preguntó Anthony, sonrojado, al verme reír.
Terminé de vestirme todavía pensando en lo que había visto en la piscina o, mejor dicho, lo que había dejado de ver, porque al pasar de nuevo pensé que vería a Esmeralda, junto con Verónica y, a varios metros de distancia de ella, al hombre que la había estado seduciendo, pero cuando no vi a ninguno de los tres mi imaginación comenzó a elucubrar mil posibilidades, cada una más dolorosa que la anterior.Cómo explicar que, un poco más de una hora después de verla hablando tan animada con ese otro hombre, ya no estuvieran ella ni la pequeña, tampoco él, pero sí sus amigos. ¿Habrían ido a alguno de los restaurantes, o a otra piscina, seguro después de haberme visto pasar y para que no tuviera opción de incomodarla, o a su habitación?
Todavía no podía creer que hubiera logrado ir a la inauguración del restaurante de Ramsay en Las Bahamas y la cara de sorpresa de Rubí y Teressa, cuando me vieron, fue para haberla enmarcado. —¿Pero cómo…? —preguntó Rubí, con las palabras trabadas en su boca. —Digamos que un sudáfricano me invitó —dije mientras señalaba a Anthony, que se había reunido con sus colegas. —Esma, pero… —exclamó Teressa, acercándose a mi oído—. ¿Y Beto? ¿Qué va a imaginarse si se entera? —Ay, es solo un conocido —dije, repitiendo la misma disculpa que me había dado a mí misma cuando decidí bajar al lobby del hotel, faltando un minuto para las ocho—. Igual ya le dejé claro que tengo novio. —Como si eso les importara a los hombres —contestó Teressa—. Tú verás, Esma, solo te digo que no te fíes. Sabía lo que me quería decir Teressa y la alarma que había causado en mis dos amigas, pero yo, más que nadie, estaba segura de que solo había aceptado la invitación de Anthony con el propósito de no perderme l