Fue un inmenso alivio saber que regresaba a la habitación, con Verónica, sin que me hubieran eliminado. Seguía dando la batalla y la abracé como si hubiera pasado un año sin verla.
—Te extrañé mucho, mamá —dijo Verónica cuando nos abrazamos—. ¿Todavía podemos quedarnos más tiempo, o ya nos tenemos que ir? Porque yo todavía quiero quedarme.
—Nos quedamos, corazón —dije mientras le besaba las mejillas—. Y hará falta mucho tiempo antes de que nos vayamos.
—¡Yuuupiiii!
Me contó todo lo que hizo en esos dos días en que estuve por fuera. Paseó por la playa, nadó en el mar, en las piscinas, montó a caballo, en cuatrimoto, jugó en los parques, conoció a un montón de amiguitos, algunos ya se habían ido, otros se quedarían por unos días, estuvo en una caminata por
Mi madre hablando con las chicas. Eso no podía ser bueno, pero sería peor si llegaba a verme, así que tuve que escabullirme y esperar a que se fuera. Solo hasta que la vi levantarse, seguir su camino hacia el hotel, entrar y pasados diez minutos, me atreví a ir a donde me dirigía. No podía soportar la idea de no hablar con Esmeralda y, aprovechando que estaba con Teressa, me acerqué para que el acercamiento pasara desapercibido, sin que generara ninguna sospecha. —Hola, muchachas, ¿cómo han estado? —saludé, como quien va de paso y se encuentra con dos de las concursantes en su camino. —Beto, muy bien, ¿tú cómo has estado? —Me saludó Teressa— Mira que precisamente estábamos hablando de ti. Miré, extrañado, a Esmeralda y noté que codeaba a Teressa. En ese momento supe que ya la italiana sabía de nuestra
Después de pasar la tarde bajo el sol, algunos cócteles y una noche de juegos de mesa con Verónica, nos reunimos, antes del mediodía, en la playa, para la cuarta prueba del concurso. —Esmeralda —dijo Michelle después de saludarnos— ¿Qué haces acá? Pensé que ya no seguías participando. Me lo merecía. No pude más que sonrojarme y responder que esperaba no volver a pisar el cadalso de los jueces, porque me ponía muy nerviosa. —Esperamos que no te pase lo mismo ahora que van a escuchar lo que deben hacer hoy, en sus equipos —dijo Michelle—. A cada uno se le asignará un presupuesto de treinta dólares para que compren, en un plazo de una hora, lo que van a utilizar para realizar una preparación en la que el ingrediente principal sea la langosta. La instrucción parecí
Al terminar el cuarto día de prueba, aceché, como un vampiro, la puerta de la habitación de Esmeralda. Sabía que los participantes no tardarían en subir después de haber comido y, escondido entre las sombras del pasillo, esperé a que del ascensor saliera mi joven víctima de cuello bronceado. Tuve que esperar por más de veinte minutos, pero, cuando escuché la campanilla del ascensor, mi espera tuvo su merecida recompensa. Se veía tan tierna e inocente, del todo ingenua cuando salí de entre la oscuridad y me abalancé encima de ella. Tapé su grito con mi mano y, con los ojos muy abiertos, llenos de terror, me reconoció. —Me diste un susto de muerte, tonto —dijo, con una sonrisa—. Espera, no, qué ha… La besé antes de que opusiera más resistencia. Fue un beso apasionado, seguido de otros tantos, hasta que exhibí la tarjeta de mi habitación.
Cuando llegué a la habitación de Bruma, no tuve ni que tocar la puerta. Al parecer, me estaba esperando y abrió tan pronto como vio mi sombra en el umbral inferior. Mi cara lo decía todo y me invitó a entrar. —¿Dijiste que querías hablar conmigo? —pregunté cuando estuve ya dentro. Bruma asintió. —Estoy desesperada, porque yo seré o próximo en salir —dijo, con las manos juntas, como en oración— Soy la última de los junior en mi equipo y, con sua ventaja, ustedes vai a ganar. Suspiré. No sabía qué podía hacer yo para ayudarla y temía lo que pudiera llegar a pedirme, o insinuarme, ahora que me había descubierto con Héctor. —Bueno, eso puede ser cierto, ¿pero qué puedo hacer para ayudarte?
Cuando llegamos al salón verde, un auditorio del hotel adecuado para pequeñas reuniones o conferencias, estaban sentados, en las mesas del frente, algunos de los productores del concurso, entre los que reconocí a Efraín Conde, el español que ya había visto como presentador cuando me enfrenté a Teressa, junto con otras caras que también había visto detrás de cámaras, en el set de grabación y deambulando por el hotel. Hacia el centro de la mesa, y acompañado por otras personas que parecían ser bastante importantes, estaba Héctor. Hubiera deseado tener oportunidad de hablar con él antes de esta reunión imprevista pero, por su mirada, pude percatarme de que a él también lo había tomado por sorpresa y, pese a que intenté que me viera para ofrecerme cualquier indicio de lo que estaba pasando, Héctor ni siq
No podía dejar que una situación así se desarrollara sin intervenir, tenía que hacer algo y, al ver a Esmeralda durmiendo, supe que tenía que hacer algo. Me levanté cuando supe que estaba en la etapa más profunda del sueño y, sin hacer el menor ruido, salí de su habitación.Eran casi las tres de la mañana y el hotel también estaba silencioso. No estaba orgulloso de lo que estaba por hacer, pero no veía otra alternativa para proteger la reputación de Esmeralda que, después de que la brasileña nos hubiera visto y si nuestra relación se hacía pública, corría el riesgo de estar siempre sometida a duda, sin importar el resultado del concurso. Incluso si perdía en la siguiente prueba y resultaba eliminada, se diría que había llegado hasta esa etapa por m
Todavía no entendía cómo había sido posible que Bruma saliera del concurso, a solo unas horas de que me hubiera descubierto con Héctor y temía que él estuviera implicado de alguna forma en ese cambio tan repentino de los acontecimientos. Además, había llegado Rubí, a quien llevé a recorrer el hotel en compañía de Verónica, que estaba feliz de poderse encontrar con una cara conocida.Nos hicieron una entrevista especial, en la que contamos cómo nos habíamos conocido y por qué éramos tan buenas amigas. No se mencionó nada sobre el supuesto reemplazo que hice de Rubí, quien debió haber enfrentado a Teressa en la primer prueba preparatoria del concurso y supuse que, quizá, a los de producción ni siquiera le interesaba ese evento, debido a que hab
Al ver los equipos, reunidos en el jardín de un geriátrico, lugar en el que estábamos por realizar la sexta prueba, me estremecí al ver que Rubí era la única junior de su equipo. Los demás eran Clare, Pepe, Toño y Anne, todos ellos chefs master que, sin duda, se desayunarían a mi pobre amiga y usarían sus huesos como palillos para limpiarse los dientes.—Bienvenida, Rubí —dijo Michelle, antes de presentar la prueba. En ese momento, me di cuenta de que mi amiga no llevaba un auricular, lo que significaba que no necesitaba de un traductor al inglés y, dos segundos después, la escuché responder a la presentadora con fluidez—. Hoy vamos a tener una prueba en la que ustedes cocinarán el almuerzo de los abuelitos y abuelitas que residen en este hermoso hogar para personas de la tercera