Encrucijada

Durante esa jornada, recibí un montón de felicitaciones y hasta regalos de mis compañeros de trabajo. No se habló de otra cosa que no fuera la sorpresa que todavía les generaba mi victoria y, como era de esperarse, tuve que explicarles cómo había conseguido dos platos tan perfectos. 

—Creo que el secreto estuvo en los cortes que le hice a la caballa —dije, a la hora de nuestro almuerzo, sentados en el comedor improvisado de la cocina—. Estaban tan finos que, al vaporizarlos, liberaron todo su umami sobre el caldo y la grasa fue la perfecta para que no resultara muy espeso, tampoco demasiado líquido. 

—Vaya, no puedo creer que solo unos cortes hayan tenido ese efecto —reconoció nuestro sous chef, quien, según los planes que me adelantó Anura, ser&

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