Capítulo 4
Mi mano, que estaba aplicando la pomada, se detuvo. Levanté la vista hacia él.

—¿Yo sola? ¿Tú no vienes?

Ricardo suspiró, con un dejo de tristeza.

—Ando hasta arriba con el trabajo, Eli, no puedo escaparme. La próxima te acompaño, ¿sí?

«Pero, Ricardo, ya no existe “próxima vez” para nosotros.»

Bajé la mirada y seguí con lo mío.

—Quizá no me den permiso en el trabajo.

—Tú no te preocupes por eso, yo lo arreglo.

Insistí.

—Pero no quiero ir.

Su tono no admitía un no por respuesta.

—Anda, mi amor, ya está reservado, no se puede cancelar.

No dije nada, pero un mal presentimiento recorrió cada parte de mí.

Recordé que anoche, medio dormida, escuché a Ricardo hablar por teléfono con alguien:

—No pienso decirle nada. Mejor que no sepa, al menos por ahora. Para evitar problemas, mejor le organizo un viaje mientras nos casamos, que se vaya a pasear.

La persona al otro lado suspiró.

—¿Y después qué? ¿La vas a convertir en la otra?

Ricardo se quedó callado un buen rato. Le dio una calada profunda al cigarro y soltó el humo despacio.

Después de lo que pareció una eternidad, dijo con calma:

—Lo que pase después... se encargará mi yo del futuro.

Sentí que el corazón se me partía. Me quedé acostada, dejando que las lágrimas me nublaran la vista. Sentí que mis siete años con él habían sido una burla.

«Ricardo, creo que nunca te conocí de verdad.»

«Si ya no me querías, ¿para qué engañarme? ¿Por qué no solo decirlo?»

«¿Tenías miedo de que te hiciera un escándalo? ¿Por eso me mandas lejos justo durante tu boda?»

«No tenías que complicarte tanto.»

«Ricardo, cumpliré tu deseo. Voy a desaparecer de tu vida para siempre.»

Le pregunté:

—¿Para cuándo son los boletos?

—En dos días.

Sonreí.

—Ok, voy.

Ricardo pareció respirar aliviado. Por instinto, levantó la mano para acariciarme la cabeza.

Lo esquivé sin que se notara.

Se quedó confundido un segundo, luego sonrió.

—¿Por qué no cenamos juntos antes de que te vayas?

Lo pensé un momento y al final asentí.

Mañana era nuestro séptimo aniversario.

«Será una buena despedida», pensé. «Aclarar todo. Que la relación que empezó en esta fecha tuviera su cierre también en esta fecha.»

Al día siguiente llegué temprano al restaurante que habíamos acordado. Ricardo llegó puntual, pero venía con Verónica.

—Elena, Ricardo y yo andábamos por aquí cerca arreglando unas cosas y nos vinimos juntos. ¿No interrumpimos?

Negué con la cabeza. Sentí una punzada de decepción; estaba claro que nuestra última cena no sería como la había imaginado.

Ricardo pidió puros platillos ligeros.

Verónica rio al verlo.

—¿Tan ligerito pediste todo, Ricardo? A Elena no le va a gustar, ¿o sí?

—Estás en tus días —dijo Ricardo sin inmutarse—. No puedes comer picante.

Mientras decía eso, llamó al mesero con consideración y pidió que le quitaran la bebida fría a Verónica y le trajeran un té de manzanilla.

Verónica hizo un puchero y se quejó de que Ricardo se metía en todo.

Ricardo le dio un golpecito cariñoso en la frente.

—Si no te cuido, al rato vas a estar llorando, como siempre te pones de berrinchuda.

Verónica sacó la lengua.

—¡Ay, qué exagerado! Lo que pasa es que te preocupas mucho por mí.

Los dos coqueteaban delante de mí como si yo no existiera. Los observé como si solo fuera una película, totalmente ajena a mí, sintiendo una calma total por dentro, ya nada me afectaba.

Estábamos comiendo cuando de pronto alguien gritó que había fuego.

La gente entró en pánico. Todos empezaron a correr hacia la salida.

Apenas me puse de pie, una figura pasó a toda velocidad junto a mí.

Y entonces vi a Ricardo: tenía a Verónica abrazada con fuerza, protegiéndola, y corría con ella hacia la salida sin mirar atrás.

Por un instante, sentí como si viajara en el tiempo. Recordé a aquel muchacho de dieciocho años, en una situación idéntica. Pero aquella vez, la persona a la que él protegía con su vida... era yo.

Solo cuando llegaron a una zona segura, Ricardo pareció reaccionar. Se volteó y me vio, parada no muy lejos. Su mirada se llenó de sorpresa.

—Yo... actué por instinto, no te miré… no fue a propósito...

Lo interrumpí con una sonrisa.

—No te preocupes. Entiendo.

...

Pronto llegó el día del viaje que Ricardo me había organizado. Hice mis maletas desde temprano.

Me aseguré una y otra vez de que no quedara ni el menor rastro de que alguna vez había ocupado el cuarto.

Tomé mi maleta y me fui sin mirar atrás.

Claro que no me fui de viaje. Regresé a casa de mis papás para esperar mi boda. Porque mi boda también sería pronto.

Mientras tanto, Ricardo estaba muy ocupado con Verónica, probándose vestidos de novia y esas cosas. Ni tiempo tuvo para pensar en mí.

El día de la boda llegó en un suspiro. Ese día conocí por primera vez al hombre con el que me casaría por acuerdo familiar: Andrés Castillo.

Debo admitir que mis papás tuvieron buen ojo. En persona era mucho más atractivo que en las fotos. Su figura, su cara... todo era impecable.

El cortejo nupcial era impresionante. Me subí al carro y avanzamos en una caravana majestuosa.

Un semáforo nos detuvo. Justo en el carril de al lado, también detenido, había otro coche elegantemente decorado para una boda. No parecía haber una gran caravana detrás, quizás solo ese coche.

Por pura curiosidad, miré hacia la ventanilla trasera. Estaba bajada. Y ahí estaba Ricardo.

Vi cómo se desataba un torbellino en su mirada. Su voz tembló, llena de incredulidad:

—¿Eli? ¿Qué... qué estás haciendo aquí?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP