Ricardo parecía estar demasiado ocupado últimamente, tanto que hasta se le olvidó mi cumpleaños.Pero, la verdad, ya me daba igual.Como si de pronto se hubiera acordado, quiso compensarme y consiguió boletos para el musical que tanto tenía ganas de ver.La temporada estaba por llegar, era casi imposible conseguir entradas y yo no había podido. Por eso, cuando Ricardo me dijo que tenía boletos y me invitó, acepté.Pero el día de la función, él nunca llegó. En cambio, vi que Verónica Méndez presumía unos boletos en Instagram.[Qué rico venir a un concierto así de último momento. ¡Es lo máximo tener a alguien que te sigue en todas tus locuras! 😉]Aunque no se veía quién era, la cicatriz de la mano que salía en la foto… lo delataba. Supe al instante que era de Ricardo.Esa cicatriz se la hizo salvándome, años atrás.De pronto, me sentí como una payasa.Mientras yo me empapaba afuera del auditorio, preocupada por si le había pasado algo, él y su asistente estaban muy cómodos en la zona VI
—Te equivocas, yo no...Pero él agitó una mano, sin escucharme.—Tengo prisa, ya me voy. Y mira, ya bájale a estos teatritos que te montas, que nomás dañan lo nuestro.El portazo retumbó, llevándose consigo todo el ruido en la habitación.Me quedé ahí ensimismada un buen rato; una sonrisa amarga se dibujó en mis labios. «Ricardo, ¿cuál relación? ¿Y todavía hablas de desgastarla?»En otro tiempo, su confusión me habría revuelto el estómago y quitado el sueño. Ahora, logré serenarme bastante rápido.Seguí revisando los detalles de la boda que me había mandado mi mamá.Justo antes de cerrar WhatsApp, por curiosidad abrí las notificaciones de Instagram. Vi que Ricardo, que nunca publicaba nada, había subido algo nuevo.[Eres tan maravillosa que la única forma de estar tranquilo es casarme contigo y tenerte a mi lado.]La foto era solo de Verónica, y junto a ella, la invitación a su boda.No pasó ni un minuto cuando un amigo en común comentó:[Richi, ¿así de la nada cambiaste de novia? ¿Tan
Mi mano, que estaba aplicando la pomada, se detuvo. Levanté la vista hacia él.—¿Yo sola? ¿Tú no vienes?Ricardo suspiró, con un dejo de tristeza.—Ando hasta arriba con el trabajo, Eli, no puedo escaparme. La próxima te acompaño, ¿sí?«Pero, Ricardo, ya no existe “próxima vez” para nosotros.»Bajé la mirada y seguí con lo mío.—Quizá no me den permiso en el trabajo.—Tú no te preocupes por eso, yo lo arreglo.Insistí.—Pero no quiero ir.Su tono no admitía un no por respuesta.—Anda, mi amor, ya está reservado, no se puede cancelar.No dije nada, pero un mal presentimiento recorrió cada parte de mí.Recordé que anoche, medio dormida, escuché a Ricardo hablar por teléfono con alguien:—No pienso decirle nada. Mejor que no sepa, al menos por ahora. Para evitar problemas, mejor le organizo un viaje mientras nos casamos, que se vaya a pasear.La persona al otro lado suspiró.—¿Y después qué? ¿La vas a convertir en la otra?Ricardo se quedó callado un buen rato. Le dio una calada profunda
Ricardo no daba crédito a lo que veía. El corazón se le disparó y musitó para sí: «No puede ser, seguro vi mal».«Mi Eli se fue de viaje, ¿cómo es posible que esté aquí?».«Debo extrañarla tanto que estoy viendo cosas».Verónica estaba igual de atónita. Me miraba con total sorpresa, incapaz de articular palabra.En comparación, yo me mantenía mucho más serena; mi cara ni siquiera delataba sentimiento alguno. Le extendí mi ramo, para desearles buena suerte.Verónica pareció despertar de un sueño y, aún aturdida, lo tomó, entregándome el suyo a cambio.Le sonreí.—Les deseo que sean felices.La ventanilla se cerró y el carro arrancó de nuevo. Las dos caravanas tomaron direcciones opuestas.Como nosotros, Ricardo y yo destinados a tomar caminos distintos.Sin embargo, justo cuando el carro se alejaba, me pareció escuchar un grito desgarrador.Instintivamente, busqué con la mirada el origen del sonido.Pero Andrés, sentado a mi lado, de pronto me cubrió los ojos con la mano.Su voz sonó ce
El cortejo nupcial no tardó en llegar al Hotel Marquis Reforma.Mientras me retocaban el maquillaje, recuperé mi celular. Al encenderlo, me inundó una avalancha de mensajes.Todos eran de Ricardo Vargas:[Eli, contéstame, por favor, ¿sí?][Eli, perdóname, me equivoqué. Regresa, por favor. ¡No te cases con otro!][Te lo ruego, ¡vuelve! No soportaría perderte]Llamadas perdidas y mensajes incontables. Además de los de Ricardo, para mi sorpresa, Verónica también me había escrito.Pero los suyos eran pura provocación:[Elena, hoy es el día de mi boda con Richi. Te mandó lejos a propósito porque tenía miedo de que hicieras un escándalo.][Si tuvieras una mísera pizca de dignidad, lo dejarías en paz de una vez. Ya déjalo en paz.][La que sobra aquí eres tú, a ti no te aman. ¿De verdad crees que Richi no te deja por amor? No, es solo por lástima.][Hace mucho que no siente nada por ti. Ya estás vieja; yo soy joven, guapa y estoy llena de vida. Conmigo sí siente que vive de verdad. Tú, en camb
La siguiente vez que fui a llevarle la comida, Verónica me recibió con la misma efusividad de siempre.Pero al instante, mis ojos se clavaron en el collar que llevaba puesto. Yo tenía uno exactamente igual guardado en casa.Había sido un regalo de aniversario de Ricardo. Recordé perfecto cómo Verónica lo había elogiado en su momento: «¡Qué collar tan bonito! Qué buen gusto tiene Ricardo. Qué suertuda eres. A mí seguro nunca nadie me va a regalar algo así de lindo».Ya desde entonces, sus palabras me habían revuelto el estómago.Al ver que no le quitaba los ojos del cuello, Verónica me sostuvo la mirada, sonriendo, sin mostrar la menor señal de culpa.—Ese collar tuyo…—Ah, este —dijo, sin cambiar de expresión, admitiendo con total descaro—. Me lo regaló el señor Vargas.En aquel momento, yo había discutido con Ricardo por eso, pero él insistió en que solo era una recompensa por el buen trabajo de Verónica, que yo me estaba haciendo ideas erróneas.Fue también esa vez cuando tuve que re
En aquel entonces, la culpa y el remordimiento me hacían llorar sin parar.Pero él, con ternura, me secaba las lágrimas y sonreía restándole importancia:—No pasa nada, es solo una cicatriz. No le quita ni un poquito de guapo a este galán.Pero mis lágrimas solo caían con más fuerza.—¿Te duele?Al verme llorar, no supo qué hacer.—No me duele, de verdad que no. Ya no llores, ¿sí? Por favor, Eli, te lo pido. Si sigues, solo harás que me duela muchísimo más que cualquier herida...En ese tiempo, él era capaz de meterse en medio del fuego para salvarme sin pensarlo ni un segundo.Pero ahora, la persona por la que se arriesga sin pensarlo dos veces ya no soy yo.Pero tiempo después, la familia de Ricardo, el joven de oro, sufrió un golpe inesperado. De la noche a la mañana lo perdieron todo, quedaron en la ruina y con deudas enormes. Él cayó de la cima al abismo.Me puse de puntitas para besarle las lágrimas.—Todavía me tienes a mí. Siempre voy a estar contigo.Sin dudarlo, elegí la mism
Era la boda de Andrés Castillo y mía. Entre los invitados había gente importante y de renombre; yo no quería ganar fama de esta manera, y mucho menos arruinar la boda con la que mis papás tanto habían soñado.Le pedí a Andrés que llamara a seguridad y sacaran a Ricardo de ahí.Aquel breve incidente no estropeó la celebración.Después de eso, todo transcurrió sin contratiempos hasta que terminó el último paso de la ceremonia. Una vez que despedimos a los invitados, miré a Andrés:—¿Me das un momento para ocuparme de la situación que se presentó hace rato? Necesito aclarar las cosas con él.Andrés me demostró una confianza absoluta y asintió sin dudar.—Claro, ve. Pero cuídate mucho, por favor. Si se complica algo y necesitas ayuda, solo avísame. Aquí voy a estar.No sé por qué, pero su expresión, de algún modo, me transmitió una enorme sensación de seguridad.Habían llevado a Ricardo a un cuarto, con un par de guardias vigilándolo. En cuanto me vio llegar, uno de ellos se apresuró a dec