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Me despierto al sentir un poco de incomodidad en mi cuello, dolía por la posición en la que dormí. Frunzo el ceño al sentir el sol en mis ojos, giro mi cabeza mientas parpadeo hacia la ventana. Siento la boca seca, humedezco mis labios sintiéndolos igual, el olor a alcohol inmunda mi nariz; mi vestido está arrugado y siento el cuerpo sudoroso.

Me levanto de la cama, para luego salir de la habitación por un vaso de agua. Veo al señor Mengoni en las escaleras y freno de golpe girando mi cuerpo para regresar a la habitación, sin embargo la puerta tiene seguro y no abre.

—No puede ser, mis cosas están dentro—susurro sin saber que hacer.

El pasillo está en un completo desastre, vasos tirados, comida y botellas de alcohol en cada rincón. Resbalo mi cuerpo en la puerta de la habitación hasta caer en al piso, bufo y tiro de mi vestido que se ha subido por los muslos. Necesito ducharme, estoy del asco, digo mirando mi cabello con rastros de comida, no puedo bajar así.

—¿Sarah?— pregunta el
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