Por un momento la mente de Renaldo quedó en blanco, sentía que las palabras se atascaron en su garganta, y lo que más lo incomodaba es que las miradas de todos en el comedor se fijaron en él. La mente de Renaldo se tambaleaba. Era imposible que la chica de anoche fuera la hermana de la esposa de su hermano. ¿Por qué le pasaba eso? Se preguntaba y lo que más lo tenía consternado es que se trataba de una niña.
«¿Cómo te viniste a acostar con una niña?» Se dijo, negó con la cabeza porque él no sabía nada, estaba ebrio y en su borrachera se confundió, intentó recordar lo que había sucedido, pero sus recuerdos eran borrosos. Lo único que recordaba era que habían sido brusco con ella, y que él no había usado protección, del resto no sabía nada más, no sabía si había sido virgen, trataba de recordar, pero daba la sensación de que su mente estaba cubierta de una densa nubla… Sintió una oleada de pánico al darse cuenta de que podía haberla dejado embarazada. Intentó apartar esos pensamientos de su cabeza mientras se dirigía a Lacie y forzaba una sonrisa.
—Me alegro de conocerte por fin —dijo, con la voz tensa, mirándola con indiferencia como si nunca hubiera estado con él.
Lacie le devolvió la sonrisa, pero en sus ojos había una pizca de tristeza. Renaldo no pudo evitar sentirse atraído por ella, pero de inmediato desechó eso «Es una niña, es familia de la mujer de mi hermano y seguramente es una aprovechada, ¿Por qué cómo se explica que estuviera durmiendo en mi cama? Seguramente ella no es tan buena como quiere mostrarse», se dijo mentalmente, mientras en él nacía la determinación de averiguar si esa sonrisa y cara de niña buena, no era más que un fingimiento de su parte.
—Yo también me alegro de conocerte — dijo ella en voz baja, al mismo tiempo que bajaba su rostro avergonzada.
El resto de la comida pasó como un borrón y las veces que Renaldo observaba a la chica, ella lo estaba viendo y aunque ella lo miraba con adoración, para él esa mirada era de deseo, lo cual lo hizo sospechar de ella, por eso no podía evitar preguntarse si Lacie no era más que una chica oportunista. La conversación en la mesa giró en torno a la jovencita y sus cualidades, que tenía las mejores notas, que no tenía novio, que era obediente, que amaba a los niños, y otras series de alabanzas que hicieron estallar al hombre en rabia.
—Viste que Lacie es la niña más dulce, bien comportada… —empezó a decir su hermano, pero sus palabras se vieron interrumpidas cuando Renaldo terminó explotando y con furia golpeó el plato con los cubiertos haciéndolos saltar mientras todos en la mesa lo miraban sorprendido.
—¡Ya basta! Dejen de hablar maravillas de esta niña que yo no me las creo… tanta perfección en una sola persona no existe… dejen de vendérmela porque no la quiero comprar —luego se giró hacia la chica y con voz severa enfatizó—. Espero que no te vuelvas a meter en mi habitación —dijo en voz alta y todos en la mesa abrieron los ojos sorprendidos fijando su atención en ellos, porque apenas unos minutos había dicho no conocerla—. Ah sí, no me miren con esas caras como si yo lo estuviese inventando, anoche cuando llegué a mi habitación me encontré a la niña perfecta en mi cama. Al parecer a su familia se les olvidó enseñarles que las habitaciones ajenas se respetan.
—¿Qué le hiciste? — se levantó Fénix molesta de la mesa.
—Pregúntale a ella que le hice —dijo Renaldo mirando fijamente la reacción de la joven, le estaba dando la oportunidad de confesar la verdad, si ella lo hacía, solo quizás podría darle un voto de confianza, si lo negaba entonces todo fue planificado, pensó él.
—Nada hermana, él no me hizo nada… yo me colé en su habitación a observar las cosas y… sin darme cuenta me dormí… cuando él llegó… —por un momento hizo una pausa hasta que por fin respondió—. Me levantó y me sacó de la habitación. Lo siento, no fue mi intención.
Dicho eso, ella se levantó de la mesa y salió corriendo mientras todos observaban a Renaldo.
—No debiste ser tan duro con ella, después de todo es una niña —le dijo su gemelo.
—Eso es mi asunto, te agradezco que no te metas… como también agradezco que las próximas comidas en esta casa sean de los Ferrari Rocco… acepto que estén las esposas de mis hermanos… pero no me explico porque deben estar también sus familiares —dicho eso se levantó de su asiento tirando la servilleta y salió de allí.
Encontró a Lacie a Lacie en el jardín sentada en un banco, se le acercó silenciosamente y le murmuró al oído.
—Eres una hipócrita, te finges una niña buena cuando no eres más que una bandida… dime ¿Con cuántos hombres te has acostado? Porque para meterte en la habitación de uno y tener sex0 debe ser que no era la primera vez.
La jovencita negó con la cabeza.
—No, yo no soy ninguna bandida yo… —Renaldo no la dejó seguir hablando.
—Dime, ¿Por qué no me apartaste? ¿Por qué no gritaste para que te dejara en paz? —interrogaba el hombre indignado, tratando de sacarle lo que él creía que era la verdad.
—Yooo —comenzó a decir, pero ella no sabía cómo justificarse, porque una parte de ella lo había querido—. No lo sé —terminó diciendo avergonzada.
—Porque solo querías aprovecharte de mí y atraparme… escúchame bien, tú no me interesas y nunca lo harás, deja de vivir de ilusiones para que no mueras decepcionada —espetó y con esas palabras, salió de allí dejando a la jovencita con una profunda angustia en su interior.
No volvió aparecer hasta el día del Gran Premio de Singapur, donde tuvo una discusión con su padre por cancelar el patrocinio de su cuñado y piloto Sandro Hamilton, aunque lo hizo porque quería comprobar si amaba realmente a su hermana, sin embargo, su familia no vio sus buenas intenciones, pensaron que lo hizo como una forma de vengarse porque Katy escogió al hermano de Sandro y no a él, ese día volvió a ver a Lacie, por más intentos de huirle, terminó mirándola, no podía negarse, la deseaba, le gustaba su sonrisa, sin darse cuenta más de una vez aprovechó y le tomó fotografías cuando nadie lo veía, hasta que se regañó.
«¿Qué estás haciendo? ¿Acaso estás loco? Esa niña es prohibida y mientras más rápido lo asimiles mejor». Se dijo saliéndose molesto de la casa de sus padres.
*****
Diez días después
Lacie se encontraba en la casa de Londres de su familia, había tenido malestares, náuseas, mareos, y en ese instante miraba las pruebas de embarazo como si fuera un animal venenoso, las compró a escondidas de su familia y lo hizo, porque ese día, cuando se levantó corriendo de la mesa para vomitar su madre dijo de manera jocosa.
—Lacie, si no confiara en ti y no supiera que eres una niña bien portada y que ni siquiera tienes novio pensaría que estás embarazada.
Cuando su madre dijo eso su rostro palideció, ellos lo atribuyeron a su malestar, pero unos minutos después con la excusa de ir al parque se llevó su mochila y fue a una farmacia donde preguntó sobre unas pruebas de embarazo, al mismo tiempo que su rostro se teñía de carmesí por la vergüenza.
Y ahora estaba allí esperando que transcurrieran los minutos, había leído las indicaciones y solo esperaba que llegara el tiempo requerido, tomó la prueba, la revisó y allí vio las dos rayitas que indicaban que el resultado era positivo.
—¡Estoy embarazada! —exclamó en voz alta. Se llevó la mano a la boca por la sorpresa y la otra a su vientre, no sabía cómo reaccionar, si reír o llorar… a pesar de todo, una parte de ella se sentía feliz.
De pronto, la puerta de la habitación se abrió de par en par y apareció su madre con el ceño fruncido, le quitó la prueba de embarazo mientras le preguntaba con una expresión de angustia, dolor, decepción.
—Dime que esto es mentira… por favor dime que esto no es tuyo y que no estás embarazada.
«La expectativa es la raíz de toda la angustia». William Shakespeare.