Lacie se mantuvo en silencio mientras era aplastada por su cuerpo, hizo intento de salir, para huir, pero no pudo, se calmó y se quedó quieta esperando, aunque no pudo evitar que sus lágrimas bañaran su rostro… se sentía miserable, tan pequeña … tenía miedo por lo ocurrido, sin embargo, segundos después, un poco más tarde, cansada como estaba de pensar y con su característica capacidad de encontrar lo mejor incluso en las peores situaciones, Lacie inventó un cuento de hadas en su cabeza. Imaginó que se casaría con Renaldo y que vivirían felices para siempre, con sus propios hijos y todas las cosas maravillosas que eso conllevaba. Sin embargo, mientras se dormía, no podía imaginar el terrible destino que le esperaba al despertar.
Renaldo se despertó aturdido y desorientado, pero al sentir el suave cuerpo femenino a su lado, no pudo evitar acercarse. Sintió un sordo latido en la cabeza, así que abrió los ojos e intentó despertar a la mujer que había creído que era Katy. Pero en cuanto se dio cuenta de que no era ella, que todo se lo había imaginado, su reacción fue violenta.
Pegó un grito retumbando en toda la habitación que, si las paredes no hubieran sido insonorizadas, habría despertado a todos en la casa. Emitió un grito primario de rabia y asco, emprendió contra ella, al darse cuenta de que no era Katy, sino una jovencita, con los ojos verdes más expresivos que había visto en su vida y unos labios voluptuosos.
De inmediato pensó que había caído en la trampa de una de las muchachas de servicio de esas que querían atrapar un marido millonario, sintió que una ola de rabia lo inundaba y arremetió violentamente, maldiciendo y gritando a la chica que había violado su confianza.
—¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Quién carajos eres?! ¿Por qué estás en mi habitación? —gritó furioso, empujándola violentamente y tirándola de la cama.
Lacie cuando vio eso intentó explicarse, pero la expresión de repulsión del hombre la cohibió y la asustó.
—¡No eres más que una zorra! ¡¿Entraste a mi habitación a seducirme?! —gritó saltando de la cama y tomándola por los brazos tan fuertes, que terminó clavándole las uñas en la carne. Se movió cada vez más rápido, mientras ella continuaba sin reaccionar. Era frustrante, pero no podía controlarse.
Aterrada y agotada, Lacie trató de entender lo que estaba sucediendo. Ren seguía gritándole, acusándola de intentar seducirle.
Frenética y confusa, se esforzó por pensar con claridad. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no pudo superar las furiosas acusaciones del hombre.
Finalmente, en un intento desesperado por defenderse, pudo pronunciar palabra
—Nooo… eso no es así… yo… —no podía hablar por más que quisiera, porque el hipo de su llanto no se lo permitía.
Ella estaba aturdida y confundida, quiso explicarse, mas Renaldo no quiso escuchar nada. Le gritó con furia, reprochándole que se hubiera metido en su cama, cada insulto era peor que otro y como si eso no fuera suficiente, la agarró por el brazo, tomó la ropa que estaba regada en la cama y la sacó de la habitación sin contemplaciones, algunos de los empleados de servicio vieron la escena y se mantuvieron sin hacer nada, solo aparentemente trabajando.
Ella salió corriendo de allí por el pasillo, mientras las lágrimas se acumulaban en su rostro, su vista estaba nublada, pero igual corrió por los pasillos de la mansión como si cientos de demonios la persiguieran, mientras veía a todos lados, suplicando en su interior que Fénix no la viera, cuando encontró el pasillo correcto, entró a la habitación, le pasó seguro y se sentó detrás de la puerta a llorar amargamente.
Se abrazó a sí misma mientras sentía que todo su cuerpo le dolía, ella se levantó, se fue corriendo al baño y se duchó… no podía dejar de llorar, no por haber estado con él, sino por su forma de tratarla, eso hería a su enamorado corazón.
Durante toda la mañana Lacie se negó a salir de la habitación, cuando su hermana la fue a buscar ella no contestó, ni siquiera respiró mientras esperaba que se alejara, no podía dejar de cuestionarse lo ocurrido ¿Cómo pudo haber sido tan idiota? Sintió que debía haber escuchado antes a Fénix y no había sido capaz de hacerlo. Ahora le habían dado una lección que no se le iba a olvidar. Se sentía débil y asustada, se preguntaba por qué había sido tan tonta, tal vez ya era hora de marcharse de esa casa.
Luego lo pensó mejor, no podía hacerlo porque se darían cuenta de que había pasado algo, su familia la conocía muy bien y más porque durante mucho tiempo quiso visitar a su hermana para ver a Renaldo, no podía salir ahora diciendo que ya no quería estar cuando apenas llevaba un día en esa casa.
Negó con la cabeza y una nueva idea surgió en su interior, la parte de ella enamorada volvió a ilusionarse y pensó… “¿Y si yo puedo lograr que se enamore de mí? Si le demuestro que no soy una zorra” se dijo con una mezcla de esperanza en su interior. Se metió a la ducha, se bañó y se lanzó en la cama a dormir sintiéndose adolorida, porque tenía la sensación como si le hubieran roto todos los huesos del cuerpo.
*****
Renaldo estaba lleno de dolor y rabia, estaba convencido de que había sido objeto de una trampa, fue al baño, se tomó una pastilla para el dolor de cabeza y se acostó de nuevo, sabía que debía enfrentar el problema que acababa de ocurrir, pero debía primero descansar y eliminar esa resaca de su cuerpo para poder hacerlo.
Al mediodía, se despertó, su estómago rugía del hambre, por eso se levantó y se bañó en tiempo récord, pensando que con eso podía borrar el olor de la chica con la que estuvo, pero esta se había impregnado en su piel, molesto se vistió y salió de allí, vio a una de las empleadas y le ordenó limpiar su habitación.
—Por favor, limpie la habitación y recoja esas sábanas, tíreles a la basur4 y quémelas —ordenó, dispuesto a averiguar quién había sido la chica con la cual pasó la noche.
Cuando caminaba se encontró a su cuñada a Fénix.
—Hola cuñadito, ¿cómo estás? —saludó Fénix con una gran sonrisa, aunque la de Renaldo no pudo ser tan amplia como la de ella.
—Bien y ¿y tú? —preguntó él en tono seco.
—Muy bien ¿Acaso estás de mal humor? Porque si es así, necesito que cambies esa cara, porque tengo a alguien que va a estar encantada de conocerte… digamos que eres su amor platónico, ella es como esas chicas que acosa a las celebridades, tú para ella eres eso —le dijo mientras lo llevaba por el pasillo donde estaba la habitación de Lacie.
Empezó a tocar la puerta, lo hizo por un par de minutos, pero nadie le abrió.
—Es extraño, Lacie no es una chica perezosa, anoche nos despedimos y la dejé aquí… seguramente debe estar jugando con Evander y con los demás chiquillos, no creo que esté durmiendo, ya he venido dos veces y en las dos oportunidades no me ha abierto, ni siquiera la vi desayunando —Fénix frunció el ceño contrariada.
—¿Qué? ¿Acaso es una niña? —interrogó y ella sonrió.
—No solo es el hecho que tiene diecisiete años, sino que es muy ingenua, aún juega con los chicos, adora a los niños, le encantan los helados, los algodones de azúcar, las fuentes de chocolate, juega a las escondidas… es que siempre ha sido protegida por todos, Lacie fue muy enferma cuando niña y siempre ha sido frágil y de salud delicada. Mejor vamos al comedor, quizás la encontremos allí.
Mientras Renaldo se sentaba a la mesa, su mente se consumía con pensamientos sobre la hermosa desconocida que había conocido la noche anterior. Apenas podía comer al recordar la forma en que su cuerpo se había apretado contra el suyo, y lo embriagador de su aroma.
Justo cuando estaba a punto de ceder a sus deseos e ir a buscarla, su cuñada empezó a parlotear sin cesar. Su parloteo sin sentido sólo sirvió para irritar aún más a Renaldo, que la ignoró por completo mientras pensaba en la misteriosa mujer.
Se sentía fatal por haberla sacado de su habitación tan bruscamente ese mismo día, y le preocupaba que sus padres pudieran descubrir lo que había ocurrido entre ellos. Ansiaba saber más sobre esa hermosa desconocida, pero también temía que pudiera estar embarazada de él. Ese pensamiento le hacía hervir de ira y frustración. y no quería que meses después se apareciera una mujer chantajeándolo con un hijo.
―¿O sea que no has conocido a mi cuñada? —escuchó preguntar a su hermano Alessandro—. Esa niña es pura dulzura, su único defecto es que está loca por ti.
―No, todavía no la he conocido. Ayer salí con unos amigos, pasé buena parte de la noche fuera, llegué de madrugada bastante tomado —se excusó.
―Mmm… pues mejor que la veas, a lo mejor te gusta —dijo su hermano en broma.
—No me gustan mocosas, para andar limpiando sus desórdenes —expresó de mal humor justo cuando sus padres se sentaban en el comedor.
—Lo mismo podría decir ella de andar limpiando las regueras de un viejo… esa niña es demasiado hermosa… te quiero alejado de ella Renaldo… ni se te ocurra hacerle daño, porque conocerás una versión de mí que no te he mostrado —expresó su padre.
—No te preocupes, a mí no me interesan… —sus palabras se vieron interrumpidas, cuando los ojos de todos en la mesa se dirigieron a un extremo.
—Buenas tardes, espero tengan un buen apetito —dijo Lacie en un tono suave.
Ren giró la vista y la vio, tragó grueso, negándose a creer lo que su mente le trataba de decir “No puede ser ella, por favor que no sea ella”, pero sus esperanzas se desvanecieron cuando escuchó a su hermano Alessandro hablar.
—Renaldo, ella es Lacie Aetón mi cuñada, la hermana de Fénix, Lacie él es Renaldo Ferrari, al hombre a quien más admiras.
«Las cosas de este mundo siempre te salen por donde menos te esperas». Haruki Murakami.