Matrimonio imposible
Matrimonio imposible
Por: d_araque71
Capítulo 1

Las bodas siempre tenían algo especial, algo mágico que hacía que el cinismo de todos los días se evaporaa en el aire. Rose agarró con fuerza el borde de su copa de champán mientras esperaba que el padrino comenzara a hablar. 

Se había dado cuenta de ello en la iglesia, donde las mujeres habían estado limpiándose las lágrimas, emocionadas. Mujeres que normalmente se reunían en cafeterías para hablar de lo descuidados y frios que eran los hombres, pero que se habían pasado toda la ceremonia sonriendo. 

¡Incluso a Rose se la había escapado una lagrimita!

Ella, que no era una mujer a la que le gustara demostrar en público sus emociones. 

-En mi país -anunció el padrino de boda, mirando a los novios con sus brillantes ojos negros-, las fiestas que se hacen después de una boda se empiezan con un brindis. ¡Que la alegría que compartís ahora, nunca se borre! Por ello, os pido a todos que levantéis vuestras copas para beber por Sabrina y Guy.

-¡Por Sabrina y Guy! -repitieron todos, alzando obedientemente sus copas. 

Rose entonces, y no fue la primera vez, miró al padrino por encima de su copa. Era un hombre espectacular... espectalucar en el verdadero sentido de la palabra. ¡Y es que no todas las personas eran tan afortunadas como para tener como padrino de boda a un verdadero príncipe! 

El príncipe Khalim, le había dicho Sabrina que se llamaba antes de la boda. Un príncipe de carne y hueso. Un príncipe con un verdadero país, el maravilloso Maraban, que un día gobernaría como sus antepasados había hecho durante siglos. El hombre era un antiguo compañero de escuela de Guy, le había confesado tímidamente Sabrina a Rose; y habían mantenido su amistad desde entonces. 

Rose se lo había imaginado bajo, achaparrado y bastante feo. Pero, por una vez, sus expectativas habían sido erróneas. Porque el príncipe Khalim era el hombre más guapo que había visto jamás. 

Era alto, aunque quizá no tanto como el novio, y llevaba un traje sorprendente, que consistía en una túnica de seda de color dorado y unos pantalones anchos del mismo material. 

Una ropa así, pensó Rose, le habría dado a cualquier otro hombre el aspecto de estar en una fiesta de disfraces. Incluso le podría dar un aire ligeramente femenino. Pero la seda rozaba provocativamente el cuerpo fuerte y delgado de ese hombre. Un cuerpo que parecía emanar una virilidad primitiva y vibrante. 

Rose dio un trago a su copa y notó el sabor amargo en su garganta. Mientras bebía por segunda vez, se fijó en que de repente aquello ojos negros la estaban mirando. 

Entonces, con una sonrisa peligrosa en los labios, el hombre comenzó a acercarse a ella. 

<<Viene hacia aquí>>, pensó Rose, comenzando a temblar. <<Está viniendo hacia mí>>. 

Las mujeres y hombres se separaron como olas para que él cruzara lentamente la sala de baile del hotel Granchester. Su procedencia real se notaba en cada paso que daba y también en su forma de mirar. Su fuerza y poder le hacían ser el centro de atención de cada persona allí reunida. 

Rose notó un nudo en la garganta. De repente, sintió miedo y deseo a la vez. Por un momento, incluso estuvo tentada de darse la vuelta y salir corriendo de allí. Pero sentía las piernas fjolas y no estaba segura de si podrían sostenerla. Además, ¿por qué habría de escapar? 

El hombre llegó finalmente a su lado y la miró. Su rostro, orgulloso y moreno, expresaba muchas cosas, entre ellas quizá cierta atracción por ella. 

Una atracción de tipo sexual, se dijo a continuación Rose con el corazón encogido. 

Parecían emanar de sus ojos oleadas de calor erótico y oscuro. Quería llevarla a su cama, se dijo ella. Lo demostraba el brillo de sus ojos negros y la curvatura de su boca. 

-Hola, ¿se da cuenta de que es usted la mujer más guapa de la fiesta? 

Lo dijo con un acento marcadamente inglés y Rose pensó inmediatamente en el contraste de dicho acento cons sus ojos y su aspecto exótico. 

-No estoy de acuerdo -contestó ella, haciendo un esfuerzo por mantenerse firme bajo el fuego oscuro de sus ojos-. ¿No sabe que la novia es siempre la más guapa en cualquier boda? 

El hombre se volvió para mirar a Sabrina y, al hacerlo, Rose observó su magnífico perfil. 

-¿Sabrina? Sí, es muy guapa -a Rose le extrañó sentirse celosa al oír aquello. ¿Celosa de Sabrina? ¿Sentir celos de una de sus mejores amigas? Luego el hombre se volvió hacia ella y Rose se encontró nuevamente atrapada por aquellos ojos de ébano-. Pero usted también es... muy guapa. ¿Qué pasa? ¿Es que no le gustan los piropos? 

-¡No, si vienen de personas a las que apenas conozco! -replicó ella con una brusquedad no buscada. 

Era evidente que él no estaba acostumbrado a que le hablaran de aquella manera, aunque solo un leve movimiento de cejas, tan oscuras como su pelo, indicó que le parecía una respuesta inadecuada. 

-Entonces no debería arreglarse tanto, ¿no le parece? Tendría que ponerse algo que le cubriera de la cabeza a los pies -añadió él, con voz suave, mientras la miraba desde la cabeza hasta las uñas de sus pies, pintadas de rosa. Rose sintió que se sonrojaba, algo que tampoco era habitual en ella. ¡Pero si nunca se ponía colorada! En el trabajo tenía que tratar cada día con desconocidos y nunca se ponía así. ¡Pero si parecía una adolescente sorprendida!-. ¿No está de acuerdo? -insistió él. 

Rose parpadeó. Sí, se había arreglado, pero era una boda, ¿no? Y las demás mujeres habían hecho lo mismo que ella. 

Había elegido para la ocasión un vestido corto de seda y gasa de color zafiro, como sus ojos. O por lo menos, eso era lo que le había dicho la mujer de la boutique donde lo había comprado. Llevaba también unas sandalias con tacones finos de color rosa. Las había comprado, deliberamente, de distinto color del vestido. 

Lo que no llevaba era sombrero, porque le gustaba llevar su cabello, abudante y rubio, al descubierto. Particularmente en un día tan caluroso como aquel. Así que solo llevaba prendida en el pelo una orquídea rosa, que había comprado en una floristería cercana. 

Rose pensó que debía esar poniéndose tan colorada como aquella flor debido a la mirada de ese hombre tan exótico. Así que, para acabar con aquell situciación cuanto antes, extendió la mano y le dirigió una sonrisa amable. 

-Me llamo Rose Thomas. 

El hombre agarró su mano y se quedó mirándola. 

Rose miró también hacia abajo y se quedó sorprendida al ver lo blanca que parecía su piel contra la de él, de color aceituna. De repente le pareció algo muy erótico. 

Rose trató de apartar la mano, pero él no le dejó hacerlo. Cuando ella alzó el rostro indignada, fue para descubrir que el hombre la estaba mirando burlonamente. 

-¿Y sabe quién soy yo, Rose Thomas? 

Era el momento de la verdad. Ella podía fingir que no lo sabía, claro, pero, ¿un hombre así no estaría acostumbrado a tener que enfrentarse al disimulo y a la falsedad? 

-¡Por supuesto que sé quién es usted! Esta es la primera boda a la que asisto con un verdadero príncipe como padrino de boda. Y me imagino que a todo el mundo le pasará igual. 

El hombre sonrió y ella notó que se relajaba visiblemente, así que aprovechó para intentar soltarse. 

-¿Qué le pasa, Rose Thomas, no le gusta que le toque la mano? 

-¿Va por allí agarrando las manos de todas las mujeres con las que se encuentra? -preguntó ella con expresión encrédula-. ¿Es un privilegio que le otorga su título? 

Era evidente que aquel hombre no solía encontrar resistencia a sus deseos. Así que, apretando la mano de Rose con más fuerza, la miró a los ojos y se encogió de hombros. 

Luego le dirigió una mirada casi infantil. Una mirada que le había funcionado muy bien desde su estancia en un internado inglés, especialemnte con las mujeres. 

-Ha sido usted quien me ha agarrado la mano a mí. ¡Lo sabe perfectamente! 

Rose trató de soltar una carcajada, ¡Eso era ridículo! Estaban discutiendo por un saludo. Además, Khalim era amigo de Guy y Sabrina, así que debería demostrar una mayor cortesía, aunque solo fuera por ellos. 

-Lo siento, estoy un poco nerviosa. 

-¿Por un hombre? 

Ella, sin pensarlo, hizo un gesto negativo con la cabeza. 

-¡Vaya conclusión! -protestó tras unos segundos. 

-Entonces, ¿por qué? 

-Por el trabajo. 

-¿Por el trabajo? -preguntó, como si hubiera mencionado una palabra desconocida para él. 

De hecho, quizá fuera así. Un hombre como el príncipe Khalim probablemente nunca había trabajado. 

-Sí, he tenido una semana muy dura. Bueno, más bien un mes muy duro -se encogió de hombros-. ¡Incluso un año muy duro! -se corrigió antes de tomarse lo que le quedaba de champán-. Voy por otra copa... ¿le apetece tomar algo? 

Khalim hizo un gesto de desagrado. ¡Qué poco le gustaban esas costumbres liberales de las mujeres! No era cosa de mujeres ofrecerles bebidas a los hombres e iba a decírselo, pero el brillo en los ojos de la mujer le hacía sospechar que se enfadaría si lo hacía. Y ella le gustaba demasiado para arriesgarse a... 

-No suelo beber -contestó finalmente con frialdad. 

-¡Santo cielo! Entonces, ¿cómo consigue hidratar su cuerpo? ¿Con infusiones intravenosas? 

El hombre entornó los ojos. La gente no solía reírse de él. Las mujeres nunca hacían bromas sobre él a menos que se le permitiera explícitamente. Y eso nunca había ocurrido fuera del recinto de su dormitorio. Por un momento, consideró irse de allí ofendido, pero solo lo pensó un momento. Porque a continuación se imaginó soltándole el cabello dorado y brillante, dejándolo caer sobre su pecho... Entonces recordó el contraste de su piel clara con la de él. 

-Me refiero que no bebo alcohol. 

-Bueno, estoy segura de que también tienen refrescos -le aseguró Rose-, pero no importa. Me voy. Encantada de haberle conocido, príncipe... 

-¡No! -exclamó él, agarrándola de la muñeca mientras observaba con placer cómo sus ojos azules se abrían sorprendidos y cómo su boca hacía una <<o>>. Se imaginó las maravillas que podía hacerle a un hombre una boca así y tuvo que contener el deseo que lo invadió por completo al pensar en aquello-. Nada de príncipe. Puedes llamarme Khalim -dijo, tuteándola a su vez. 

Ella hizo ademán de contestar algo sarcástico, pero lo pensó mejor. 

-Suéltame. 

-Muy bien -contestó, sonriendo, consciente del poder que esa sonrisa ejercía sobre las mujeres-. Pero solo si me prometes que bailarás conmigo. 

-Lo siento, nunca persigo a los hombres. 

Khalim notó cómo el pulso se le aceleraba. 

-¿No vendrás, entonces? 

Su voz suave era tan hipnotizadora como la pregunta. 

-Tendrás que ser tú quien venga a buscarme. 

El hombre la soltó, teniendo cuidado de no demostrar su felicidad. 

-De acuerdo, lo haré. Y lo digo en serio. 

Al ver cómo se alejaba ella, se le ocurrió algo. 

La haría esperar. Le haría pensar que él había cambiado de opinión. Conocía suficientemente a las mujeres como para saber que si fingía indiferencia, ellas solían reaccionar, demostrando el deseo que sentían por él. Sí, la engañaría, jugaría con ella. Sabía de sobre que el juego haría que su apetito aumentara y, cuando llegara el momento, la satisfacción sería mayor. Rose Thomas daría un suspiro de alivio y agradecimiento cuando la tomara en sus brazos. 

Rose se dirigió con piernas temblorosas al bar, esperando que su rostro no delatara sus sentimientos. A ella no le gustaban los hombres como Khalim. Le gustaban los hombres sutiles, elegantes y complejos. Y aunque reconocía que él parecía inteligente... también notaba algo peligroso en sus ojos negros y sus ropas exóticas. 

Por dentro, se sentía como un flan y las manos le temblaban cuando llegó al rincón de la sala de baile, donde un hombre con esmoquin blanco servía todo tipo de cócteles y chapám. 

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