Aurora dejó salir una lágrima al ver cómo Antonio subía cada vez sus manos por sus muslos, quería llorar, huir, quería acabar con el hombre en frente de ella.Mientras tanto, afuera comenzaba a llover como si fuera un diluvio universal.La lluvia comenzaba a caer con más fuerza sobre los ventanales de la mansión, como si el cielo presintiera el caos que estaba a punto de desatarse en su interior. El administrador del club lucio llegó empapado, con la camisa pegada al cuerpo y la respiración agitada. Sus pasos resonaron en la entrada como una advertencia. No se detuvo ni para secarse. Había urgencia en sus ojos, una mezcla de miedo y determinación, y aunque su cuerpo doliera por los golpes que le ha dado Dante y sus hombres debía hablar con su jefe.Uno de los guardaespaldas, apostado junto a la puerta principal, lo interceptó enseguida.—Necesito hablar con el jefe —dijo el administrador, sin molestarse en disimular la ansiedad que lo consumía.El guardaespaldas lo observó por un mo
Antonio apretó los dientes, la mandíbula tensa. Maldijo en voz baja, una maldición envenenada, dirigida al destino, a su primo, a todo. Dio un golpe seco a la mesa con el puño cerrado, el cristal vibró, pero no se rompió, mientras caminaba por toda la habitación.—¡Ulises! —rugió Antonio, girándose bruscamente hacia el hombre que esperaba en el umbral de la puerta. —¡Llévate a Aurora de aquí ahora mismo! ¡Antes de que ese maldito de Dante llegue!Ulises asintió con frialdad. No necesitaba explicaciones. Caminó con pasos firmes hacia la cama donde Aurora estaba amarrada. Ella, al verlo comenzó a forcejear con más fuerza, la piel de sus muñecas ya en carne viva.—¡No! ¡Suéltenme! —gritó, con la voz desgarrada por la desesperación. —¡No me toques! ¡NO!Antonio salió de la habitación, sin mirar atrás. No podía soportar la voz de la Aurora. No ahora. No cuando el infierno ya estaba desatado.Ulises se giró lentamente hacia ella, una sombra de sonrisa en sus labios partidos.—Qué horrible
El eco del disparo rebotó en las paredes de la bodega como una sentencia final. El cuerpo del administrador se desplomó hacia un costado, con la cabeza caída y la sangre formando un charco grotesco sobre el suelo de concreto.Antonio exhaló lentamente, aún con el arma en la mano. Por un momento, todo pareció detenerse. Luego levantó la vista con determinación.—Uno menos —murmuró.Subió las escaleras con pasos firmes, sin prisa, como si el caos allá afuera no le afectara. Mientras tanto, en el exterior, el cielo empezaba a oscurecerse, cubierto por nubes pesadas, y el agua cayendo a mares. La tensión era tan densa que parecía que incluso el aire cortaba.Ulises había metido a Aurora en la parte trasera de una camioneta negra, justo en el borde del terreno trasero de la mansión, él se había encargado de sacarla por un pasadizo secreto, uno donde de seguro ni se daría cuenta. Ella forcejeaba con desesperación, con lágrimas corriendo por su rostro sucio.—¡Ulises, no! ¡Suéltame, por favo
Antonio se movía entre pasillos ocultos, como una sombra. Su rostro, antes sereno, ahora estaba tenso, manchado con rastros de sudor y furia contenida. Sabía que no podía ganar esta vez. Dante había llegado con todo… y él no podía arriesgarse a caer.—Maldito seas, Dante… —murmuró, apretando los dientes mientras descendía por una escalerilla de hierro oxidado que lo llevaba a un viejo túnel de escape.El sistema subterráneo había sido construido por el anterior dueño. Nadie lo conocía salvo él. Ni siquiera Ulises. Nadie más debía saberlo.Mientras el caos se desataba sobre la superficie, Antonio caminó por el túnel húmedo, con las paredes agrietadas y el olor a tierra húmeda envolviéndolo. Caminaba sin mirar atrás, sabiendo que cada segundo que pasaba lo alejaba de su mansión… de su imperio… pero también lo mantenía vivo.Al final del túnel, una compuerta de acero oxidado se abría a una pequeña cabaña abandonada entre los árboles. Allí lo esperaba un vehículo viejo, cubierto por un
La noche se había calmado, pero el aire aún estaba cargado de cenizas y humo. La mansión de Dante, ubicada al otro extremo de la ciudad, estaba en completo silencio. No había gritos, ni disparos, ni fuego. Solo quedaban el eco de los pasos, el crujido del mármol bajo las botas y las emociones tensas flotando como un veneno invisible.Dante bajó de la camioneta con Aurora entre sus brazos. No la había soltado ni un segundo desde que la rescató. Sus brazos la rodeaban con fuerza, como si temiera que alguien pudiera arrebatársela otra vez. Ella no se quejaba. Su rostro descansaba contra el pecho de él, los ojos medio cerrados, el cuerpo débil, pero su alma empezaba a despertar de aquella pesadilla.Alonzo los esperaba en la entrada de la mansión. Cuando los vio, bajó la cabeza, y una sonrisa tímida, contenida, casi culpable, apareció en sus labios. No dijo nada de inmediato. Solo los observó con los ojos heridos, como un hombre que quería estar en el lugar de otro, pero sabía que no te
Aurora sonrió, se giró y caminó hacia la biblioteca, en donde Dante esperaba por ella.La biblioteca estaba en penumbra, iluminada apenas por la lámpara, Dante había entrado primero, con paso lento, casi pesado, como si cada palabra que iba a decirle a Aurora le costara parte del alma. Ella lo siguió, cerrando la puerta tras de sí con suavidad.Por unos segundos, solo hubo silencio. Aurora se detuvo frente a uno de los estantes y pasó los dedos por los lomos polvorientos de los libros, como buscando algo que la anclara a la realidad. Dante la observaba desde el centro de la sala, con las manos en los bolsillos y los ojos oscuros, llenos de tormenta.—Dante… —susurró ella, sin mirarlo aún —¿Qué fue lo que pasó entre tú y Fiorella? quiero la verdad.Él apretó la mandíbula. Dio un paso hacia ella. Luego otro. Hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para rozarle la espalda con el aliento.—Fue un error —dijo, con la voz ronca—. Fui un estúpido, Aurora. Un maldito imbécil por dejarm
La habitación estaba en penumbra, iluminada tenuemente por la luz que se filtraba entre las cortinas. El cuerpo desnudo de Aurora yacía sobre el pecho de Dante, su respiración tranquila, serena, como si por fin hubiera encontrado un rincón seguro donde descansar. Dante la miraba en silencio, embelesado por la quietud de ese instante, por la calidez de su piel contra la suya. Sus dedos se deslizaron con suavidad por sus mejillas, acariciándola con ternura, como si no quisiera romper el hechizo.Sonrió con una dulzura que contrastaba con la oscuridad que solía habitar en su mirada. Se inclinó levemente, dejando un beso cálido en los labios entreabiertos de Aurora. Ella se estremeció apenas, como si ese simple gesto hubiera tocado algo en su inconsciente. Sus ojos se abrieron despacio, y al verlo, esbozó una sonrisa pequeña, frágil, pero genuina.—Hola, bonita —susurró Dante, acariciándole otra vez la mejilla—. Solo sigue durmiendo... debo trabajar un poco.Aurora asintió con los párp
El segundo hierro cayó con precisión sobre el abdomen de Ulises, generando un nuevo grito que hizo eco por los muros de piedra. Su cuerpo entero se arqueó en la silla, atado, atrapado en ese dolor abrasador. La piel se quemó de inmediato, dejando una marca negra que hervía como lava viva.Dante no desvió la mirada. Observaba cada reacción, cada lágrima, cada espasmo con la intensidad de un artista obsesionado con su obra. Su respiración era lenta, controlada, pero sus ojos estaban cargados de una energía oscura, casi extática.—¿Te duele? —murmuró cerca del oído de Ulises, tan bajo que sonaba casi como una caricia.Ulises intentó hablar, pero solo salió un gemido ahogado. Su garganta estaba seca, desgarrada. El sudor y la sangre se mezclaban en su rostro, y los temblores no cesaban.—Lo que sientes ahora —continuó Dante con voz pausada—. No es ni la décima parte de lo que sentía Aurora cuando la tenías. Cuando lloraba, cuando gritaba... cuando rogaba.Levantó el hierro nuevamente, ya