No terminaban de cortar el pastel y posar para la foto, cuando de la nada apareció Francesca.
―¡Maldita zorra, no te saldrás con la tuya!
Uno de los guardaespaldas se acercó a la mujer y la detuvo del brazo.
―Suéltame, imbécil ―gritó desaforada.
―Le ruego que se vaya, señorita, usted no tiene nada que hacer aquí.
―Yo debía estar aquí, yo debía ser la novia, pero claro, yo no le servía, pero este matrimonio es una farsa, ya lo verán cuando se separen en un tiempo más.
―Cállate, Francesca y sal de aquí ―le ordenó Baltazar.
―No, tú cállate, porque no quieres que exponga tu plan delante de todos, ¿o sí?
―No sabes nada.
―Lo sé todo, querido, tú estás utilizando a esta mujer para que se case contigo y consigan la herencia, pero no podrá
Diana y Baltazar se miraron y rieron.―Creo que debemos volver con los invitados, la fiesta es allá ―le dijo él.―Sí, estamos aquí como dos novios a escondidas.―¿Estás más tranquila?―Sí, algo. Esa mujer tiene el poder de ponerme nerviosa.―No le des ese poder, es una pobre niña caprichosa, no le hagas caso.―Trato, de verdad que trato, pero me cuesta no tomarla en cuenta, es tan… No sé…―Ya, no sigas pensando en eso o te beso otra vez ―la amenazó con cariño.―Es que Francesca… ―dijo ella en broma.―Ah, quieres un beso, fresca, te voy a dar todos los besos que quieras, pero después, ya nos están mirando mucho y me cohíbo cuando hay público.―Bueno. Ya estaremos solos para besarnos todo lo que queramos.―Así es, tenemos todo un mes solo para nosotros dos.<
Los invitados se fueron, la celebración terminó. Todos se fueron a acostar, dormirían apenas unas cuantas horas antes del viaje del matrimonio.Baltazar dejó a Diana en la puerta de su habitación.―Buenas noches, bonita ―le dijo y le dio un suave beso.―Buenas noches, que descanses.―Tú también.―Tienes todo listo, supongo.―Desde hace días, ¿y tú?―También, las chicas me ayudaron con todo.―Llevas bikini supongo.―No había pensado en llevar traje de baño.―Vamos a la playa, bonita, en esos lugares se usa traje de baño, de dos piezas.―Yo iba a usar un traje de baño que heredé de mi abuelita.Él largó una risotada.―Espero que sea broma.―Ya vas a ver si es broma o no.―Eres una malvada, ¿te lo habían dicho?―Jamás
Diana se apoyó en el torso de su marido.―Bien, Baltazar Walsh, ¿me vas a decir cómo es que pasó esto si eres gay?Él sonrió algo avergonzado.―Esa fue una mentira que le inventé a mis padres.―¿Por qué?―Mi madre era una mujer muy especial, testaruda y dominante, ella quería a toda costa que me quedara con Francesca, según ella, esa mujer era la persona ideal para ser mi esposa.―O sea, no estaría feliz con nuestro matrimonio.―Yo creo que sí, lo que pasa es que mi mamá no veía la maldad en Francesca, si estuviera aquí, se habría dado cuenta de lo mala que es.―¿Hace cuánto falleció tu mamá?―En un par de meses cumplirá un año.―Estaba enferma. ―No fue una pregunta, fue una afirmación.―No, fue un accidente, su auto se estrell&
Hamilton los esperaba para salir a almorzar a un lujoso restaurant. Se ducharon y se vistieron para la ocasión. Al padre le llamó la atención que ambos se arreglaron en la habitación de su hijo. ¿Qué había pasado en la Luna de Miel? Se veían muy contentos, parecía que el amor al fin los había tocado.En el camino al local, le contaron algunas de las actividades que habían realizado.―Nunca había andado a caballo ―contó Diana―, no pensé que fueran tan altos.―Pero ¿te gustó?―Me fascinó, ahora quiero tener un caballo para mí solita.―Te compraré una yegua para que la montes cuando vamos a la finca.―No, si lo decía en broma ―replicó ella con timidez.―No, yo ya lo había pensado, pero quería ver si te gustaba primero.―Me encantó.―Y anduvo en
Los días pasaron sin novedad. Diana se trasladó al dormitorio de Baltazar, pero estaban pensando en cambiarse a la casa de él.―¿Quieres ir a ver la casa ahora? ―le preguntó Baltazar un día a su mujer.―Bueno, ¿queda lejos?―No, a menos de cinco minutos de aquí, en realidad, es la casa de al lado.―¿La casa de al lado? Ah, claro, con el tamaño de esta casona, es lógico que el vecino más próximo quede a cientos de kilómetros.―Tampoco son tantos. ¿Quieres ir?―Sí.Salieron, Sergei los hizo escoltar por tres de sus hombres. No quería que sufrieran ningún contratiempo.Salieron en el automóvil de Baltazar y lo siguieron sus guardaespaldas en otro vehículo. La casa de Baltazar era muy similar a la de su padre, solo que era un poco más pequeño el terreno.―&iex
Diana se despertó, estaba atada a una silla, amordazada. Se retorció en un intento de liberarse.―Tranquila, Dianita, solo te vas a hacer daño si sigues así ―le dijo James frente a ella, tenía una sonrisa irónica y ojos desorbitados.Ella se retorció todavía más.―Vamos, si prometes quedarte tranquila, te soltaré.Ella se quedó quieta.―¿Ves que así es mejor? No sacas nada con rebelarte. Esto es lo que tenía que pasar.Le quitó la mordaza de la boca.―¿Qué quiere de mí? ―gritó.―Sht, no grites, aquí nadie te oirá.―¿Dónde estoy?―Lejos de tu hogar, lejos de todo. Solo estamos tú y yo, conejita, al fin podremos estar juntos.―¡Está loco!Él la miró amenazante.―¿Qué quiere de
Baltazar estaba desesperado, no entendía por qué Sergei tardaba tanto en llegar con noticias. Había pasado más de una hora desde que había ido a buscar los registros de las cámaras de seguridad y todavía no regresaba.―Cálmate, hijo, no sacas nada con desesperarte ―le dijo su padre.―No puedo estar tranquilo, papá, Diana está desaparecida y no sé dónde. ¿Por qué se fue así? Estoy seguro de que algo malo le ocurrió. Voy a casa de Francesca, ella debe estar metida en esto.―Si quieres te acompaño. ―Te lo agradecería.Iban a salir, pero Sergei entró a la casa.―¿A dónde van? ―preguntó extrañado.―Íbamos donde Francesca, queríamos saber si ella sabe algo.―No es necesario ―contestó el guardaespald
Al día siguiente, Diana se despertó mareada y con un fuerte dolor de cabeza, además, estaba amarrada a la cama.―¿James? ―preguntó al verlo a su lado.―Dianita, cariño, ¿cómo te sientes?―Mal, ¿qué me pasó?―Lo siento, tuve que amarrarte anoche. ―¿Amarrarme? ¿Por qué?―Me atacaste. O eso quisiste.―¿Y eso por qué? No recuerdo nada después de la cena.―Lo que pasa es que te sedé anoch