El aire en la sala de espera del hospital estaba tan cargado de tensión que parecía a punto de explotar. Axel no apartaba los ojos del papel que Samuel le había entregado. Cada palabra ardía en su mente como un hierro candente. “La próxima bala será para los gemelos. Atentamente, un viejo amigo.”Alicia sintió un escalofrío, recorrerle la columna, sus manos instintivamente se aferraron a su vientre. No había forma de malinterpretar ese mensaje. La estaban cazando. A ella y a sus hijos.Guillermo maldijo en voz baja, pasando ambas manos por su rostro, tratando de contener la ira que le nublaba el pensamiento. Axel, en cambio, no mostraba ninguna emoción evidente, pero Alicia lo conocía lo suficiente para saber que su frialdad solo significaba una cosa: estaba al borde de la explosión.—Voy a matarlos —murmuró Axel, con voz ronca y controlada.Samuel carraspeó, intentando retomar el control de la situación.—Hemos identificado la ruta de escape del auto —explicó—. Nos llevó hasta un hel
El hospital seguía oliendo a desinfectante y desesperación. El sonido de las máquinas monitoreando el estado de Stella marcaba un ritmo lento y angustiante. Axel se mantenía de pie en la sala de espera, su mente maquinando, su paciencia agotándose con cada segundo que pasaba.Guillermo, en cambio, estaba inmóvil, pero no por la incertidumbre de Stella. Su mirada estaba clavada en la pantalla de su teléfono. La foto de Clara esposada, el cronómetro en cuenta regresiva, el mensaje amenazante. Su corazón latía como un tambor en su pecho, pero su rostro no revelaba nada.—¿Guillermo? —la voz de Axel lo sacó de su trance—. ¿Estás bien? ¿Pasa algo?Guillermo tragó saliva, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos.—Estoy bien… no pasa nada. Solo... necesito un momento. Voy por un poco de aire —dijo en voz baja.Sin esperar respuesta, se alejó por el pasillo del hospital, su mente, un torbellino de pensamientos. Sabía que tenía que actuar rápido, pero cada opción parecía peor que la anter
El aire en la ciudad estaba cargado de un peligro latente. La tormenta se aproximaba, pero no era el clima lo que amenazaba con estallar.Él se encontraba en su oficina improvisada dentro del hospital, revisando los informes que Samuel le enviaba con una frialdad calculada. Cada documento, cada imagen, cada pista lo acercaba más al enemigo, al hombre que había puesto en riesgo la vida de su hermana y su sobrino y amenazaba a su mujer y a sus hijos.Ya estaba consciente de que Guillermo ocultaba algo. Desde que había recibido ese mensaje, su actitud había cambiado. Estaba nervioso, errático, y aunque intentaba mantener la compostura, Axel podía oler la mentira en su piel.No iba a confrontarlo de inmediato. No todavía. Primero, necesitaba descubrir hasta dónde había llegado Guillermo en su desesperación.Mientras tanto, Guillermo caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a su oído.—Ya llamé a Andrea —dijo con una voz baja y controlada—. Le dije que me casaría con ella, pero ya
Horas antes.La tarde se cernía sobre la ciudad con un peso sofocante. La lluvia amenazaba con caer en cualquier momento, y la tensión en el aire era tan densa que parecía que la tormenta no venía del cielo, sino de los corazones de los hombres que se preparaban para la batalla.Axel revisó el arma en su mano y luego la cargó con un movimiento metódico. A su lado, Samuel chequeaba el mapa del almacén donde Clara estaba retenida. Se encontraba en una bodega en las afueras de la ciudad, rodeada por guardias que respondían directamente al general Murphy.—Solo tenemos una oportunidad para hacer esto bien —murmuró Axel, trazando las rutas de escape con un marcador rojo sobre el plano—. Si fallamos, Murphy podría matarla antes de que logremos sacarla.Samuel lo escuchó en silencio, no necesitaba hablar, sabía que Axel no admitiría falla. Su expresión endurecida, la tensión en su mandíbula y el brillo letal en su mirada hablaban por sí solos. No podían fallar. Se subieron a la camioneta, u
El silencio en la iglesia se volvió un peso insoportable.Todos los invitados miraban a Axel con expresiones de asombro y miedo. Guillermo se quedó inmóvil, sintiendo que la sangre le palpitaba en las sienes. No podía creerlo. Clara estaba a salvo.La ira fría en los ojos de Axel no dejaba lugar a dudas. Esto no era una advertencia. Era una sentencia.El general Murphy se puso de pie lentamente, su mandíbula tensa, pero su experiencia en el campo de batalla le impedía mostrar miedo.—Thorne —pronunció su nombre como una maldición—. No sabes con quién te estás metiendo.Axel dejó escapar una carcajada seca, oscura, un sonido que heló la sangre de Andrea.—Yo creo que sí sé —respondió, dando un paso más hacia el altar—. Me estoy metiendo con un hombre que ha perdido el control de su propio juego.Andrea, que hasta ese momento se había mantenido en estado de shock, recuperó la compostura y dio un paso al frente. Su vestido de novia, que antes era símbolo de victoria, ahora solo la hacía
El cielo se había oscurecido, como si la naturaleza misma presintiera la tormenta que estaba por desatarse. Axel miraba por la ventana del hospital, su reflejo en el cristal mostraba a un hombre determinado, con los ojos fríos y calculadores, pensando en lo ocurrido recientemente.El hospital estaba en silencio, en la habitación de Stella, el aire era denso, pesado, lleno de una angustia que parecía apretar el pecho de todos los presentes.Ella estaba despierta. Había recuperado su conciencia después de la cirugía. Sin embargo, su mirada no reflejaba alivio.Porque aunque había sobrevivido, su hija no estaba a salvo.Alicia la observaba con preocupación, sentada a su lado. Axel se giró y se recostó contra la pared, con los brazos cruzados, su expresión de acero.Pero Stella no podía verlos realmente. Su mente estaba atrapada en un solo pensamiento: su hija estaba luchando por su vida en una incubadora.—Quiero verla —susurró con la voz débil, pero firme.Alicia intercambió una mirada
El hospital estaba sumido en un silencio inquietante. La lluvia repiqueteaba contra los ventanales, oscura y constante, como un eco de la tormenta que aún rugía dentro de Stella.La visita de Guillermo la había dejado con una maraña de emociones. Sus palabras aún flotaban en su mente: "Quiero otra oportunidad", "No quiero vivir sin ti", "Quiero ser parte de la vida de tu hija".Le había pedido tiempo y espacio, y él se había ido con una expresión de tristeza, y aunque se sintió mal por él, ella no podía simplemente olvidar.No cuando su hija aún estaba peleando por su vida. No cuando el miedo la asfixiaba cada vez que miraba la incubadora y se preguntaba si la pequeña Hope resistiría otro día.Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la puerta se abrió suavemente.Alicia entró, con el rostro tenso y preocupación en los ojos.—¿Cómo estás?Stella soltó una risa amarga.—Eso debería preguntártelo yo. No has descansado un solo minuto, y tus bebés necesitan estar bien.Alicia suspi
El amanecer cubría el cielo con tonos tenues de azul y dorado, filtrándose a través de las cortinas del hospital. La ciudad comenzaba a despertar, pero dentro de la habitación de Stella, el ambiente seguía sumido en una calma frágil.Ella dormía profundamente, su respiración pausada y tranquila. Alicia, después de una noche agotadora, había ido al baño. Axel estaba sentado en un sillón junto a la ventana, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada, observando el horizonte con su eterna expresión de gruñón profesional.Entonces, la puerta se abrió sigilosamente.Guillermo entró sin hacer ruido, con una bolsa de comida en la cara, sus pasos seguros pero cautelosos. Apenas avanzó un par de metros antes de que Axel alzara la vista y lo mirara con el ceño fruncido.—¿Qué demonios haces aquí? —gruñó con voz grave, sin mover un solo músculo —.¿A las seis de la mañana? Guillermo, lejos de inmutarse, se apoyó con descaro en el marco de la puerta y le lanzó una sonrisa confiada.—¡Buenos