Frank

— Mi mamaaaa — llora Anya, es nuestra segunda semana en Rusia y mi hija sabe que algo anda mal, lleva tres días seguidos llorando por su madre, siquiera Rose consigue calmarla.

— ¿Puedo cargarla? — me pregunta Scotty, el hijo de Alena. El chico era solo unos meses mayor que mis hijos, pero ya tenía una cicatriz que le cruzaba de la frente a la mandíbula por un lado del rostro.

— Seguro — digo suspirando cansado, sintiendo el peso de los años como nunca antes, el chico toma a mi princesa, quien sigue berreando por su madre, pero lo mira con curiosidad renovada.

— Mi madre acaba de llamar — comenta — está en los calabozos de la mansión.

— ¿Dijo algo sobre Nath? — pregunto, el niño niega.

— No, pero dijo que le entregó la carta y que te prepares — Anya se retuerce y Scotty la deja en el suelo, mi peque&nti

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