Maddie estaba muy excitada no podía negarlo, en especial cuando Milo, llevó uno de sus pechos a la boca por encima de la ropa, lo deseaba, quería ser suya, y no le importaba nada más. —Quiero ser tuya justo ahora Milo.—¿Estás segura? — dijo a punto de venirse de lo excitado que estaba, la deseaba y necesitaba tanto como el aire que respira, pero suponía que estaría cansada por el viaje pero la mujer lo había atacado apenas habían llegado. —Sí, estoy muy segura. —Bien, pero quiero que sepas que una vez que te voy hacer mía una y otra vez, porque eres solo mía. —Sólo tuya — dijo decidida, lo que más deseaba era calmar ese calor que tenía en todo su cuerpo. Milo la besaba tratando de transmitir todo el amor que estaba sintiendo por ella, quería hacerla sentir segura, querida. Sus manos agarraban el rostro de ella impidiéndole que se le alejara, pero poco a poco sus manos empezaron a descender por su cuello, llegando a sus hermosos senos, esos que le apetecía chupar desde que la vio
Madison no podía dejar de llorar, su abuela aún no reaccionaba, de camino al hospital había llamado a su hermana, quién de inmediato le había dicho a Miller que la llevara al hospital. Cuando llegaron al hospital de inmediato la pasaron para poder hacerle varios análisis. Milo miró a su mujer como lloraba y eso le partió el corazón, por lo que se acercó a ella y la abrazó. —Amor, se que no puedo pedirte que dejes de llorar o que no te preocupes por Rosa, pero si que tranquilices un poco, porque le hace mal a ti y al bebé, puede que lo de ella no sea malo, tal vez solo sea cansancio o que no ha comido bien, no lo sé, solo esperemos que no sea nada malo. — Maddie se refugió en los brazos de su esposo él la hacía sentirse segura y protegida, trató de tranquilizarse, porque no quería que después se le adelantara el parto. —Tienes razón, es sólo que nunca la había visto así y la verdad me asusté mucho. — Maddie levantó la mirada y miró a su esposo, todos estos meses a su lado habían sid
Piensa Madison piensa sabía que Milo no la dejaría sola, sabía que debía idear un plan, si quería poder salvarlo, no podía dejar que volviera pasar lo mismo que su abuela, al recordarla no pudo evitar que su corazón se destrozara. Era su culpa y nunca iba a poder perdonarse. Madison tuvo una idea, abrió la puerta y vio como Milo estaba caminando de un lado para otro con lágrimas en los ojos. —¿Ya estás mejor? — Él sabía que ella emocionalmente no podía estar bien si acababa de perder a la que era su madre, pero no quería ni quería que enfermara o peor su hija naciera antes de tiempo. Ella negó con la cabeza. —Amor, puedes ir a buscar una enfermera — Milo se alteró al oírla. —¿Qué? ¿Qué tienes?, ven yo te llevo en brazos — ella negaba repetidas veces con su cabeza. —No, no, tengo miedo que un mal movimiento me lastime, perdóname, soy una pésima madre — dijo mientras no podía dejar de llorar. —No, mi amor, no digas eso, es sólo que estás pasando por un mal momento. Quédate aquí, yo
—Debemos encontrarla — el miedo empezó a invadirlo — A ellas no pueden pasarle nada, yo me moría — Milo sentía que estaba perdiendo el control de las cosas y Miller lo notó. —Tranquilizante Bianchi, debemos pensar con la cabeza fría. — Milo se llevó las manos hasta su cabello, estaba realmente estresado y enojado. —Maldita sea, Madison no debió mentirme, ni moverse de dónde la dejé.—Milo, no quiere que tengamos una discusión en este momento pero sí sabía que ese par era peligroso debiste hacer algo o tomar precauciones. — Milo se sintió estúpido, porque Marquina tenía razón, lo dejó pasar por alto, porque sencillamente nunca había tenido que hacer algo así, pero ahora que Miller decía eso recordó algo. —Claro el rastreador — Miller lo miró sorprendido. —¿Qué? —El anillo de bodas tiene un chip, y me dirá siempre dónde está. — Miller sabía que si Bianchi llegaba dónde estaba Sander los planes se arruinaría y él quería matar a esas escorias, no quería que volvieran a meterse con su
Sander no podía creer lo que oía en las noticias, cuando no tuvo más conexión con sus hombres de confianza tuvo que investigar, cuando las noticias empezaron a estallar se sintió morir, no podía creer que ella se hubiera muerto, algo había pasado y tenía que averiguarlo, pronto. Por su parte, Milo tiraba todo de lo que había en su oficina, no podía ser cierto lo que escuchaba. —Milo, por favor, tranquilízate — Gina entró con lágrimas en los ojos, Eddy entró detrás de ella y de inmediato se fue hacía su amigo para detenerlo estaba fuera de sí y tenía miedo de que se hiciera daño. — Te vas hacer daño — Milo la miró con sus ojos y mejillas llenas de lágrimas, su dolor podía reflejarse. —¿Y qué más da? Igual ya no la tengo a ella, ni a mi hija — un grito de dolor de lo más profundo de su corazón salió de su boca. — Ella no me pudo haberlo dejado, Maddie no podía irse sin mí — Milo se desplomó en el suelo, no podía sostenerse en pie, él sabía que no podía resistir algo así, la vida esta
EPÍLOGO Ya habían pasado tres meses desde que Milo había pensado que el amor de su vida había muerto, gracias al cielo todo había sido una horrible pesadilla y ella seguía con él. A Rosa el doctor le había dado de alta veinticuatro horas después, ella no salió solo con una segunda oportunidad de vivir, sino también con una segunda oportunidad en el amor a sus 58 años, no podía creer tal locura, pero el doctor, desde que la había visto no había podido sacarla de su cabeza y eso había alegrado a sus nietas, que en realidad veían a Rosa como una madre. Hacía dos meses atrás había nacido una preciosa niña, casi igual a su padre, cabello, piel, pero los ojos eran los de su madre, una madre que desde que supo que era una niña tenía el nombre perfecto para ella, Mila Bianchi, Milo no pudo evitar llorar por segunda vez ese día, la primera cuando nació su princesa, y la segunda cuando Maddie le dijo cómo se llamaría, el no se iba a oponer, ese día había sido un caos completo, porque no sólo
—Te ves despreciable —Milo levantó la mirada y frunció el ceño al ver a su mejor amiga entrar sin tocar. —¿Qué quieres Gianna? —su amiga puso los ojos en blanco. —Verte, Milo, tienes días que no sales de aquí, debes ir a casa a descansar, tu maldita mujer te está acabando. —No es así — trató de volver a defenderla, pero su amiga levantó la mano silenciandolo. —Sí es así, — suspiró no tratando de ser tan dura con él — sé que acaban de perder un tercer bebé, pero para mí no es normal que cada vez que esté embarazada, pierda al bebé, según ella necesita gastar mucho dinero para no sentir dolor y tú te esclavizas trabajando para no sentir dolor y para cumplir sus caprichos, Milo, tienes 6 años casados, sabes que a mi nunca me gustó Sabira, y creo que no soy la única, pero como amiga te apoyé, ahora necesito que te vayas a casa, descanses y hables con esa bruja antes que termines en un hospital. —No necesito ir a un hospital — fue lo único que dijo, al saber que su amiga tenía razón,
Madison preparaba la cena para su abuela y su hermana, como era posible que habiendo tenido una madre tan ejemplar, su propia madre no la hubiera querido, su abuela había sufrido mucho por la actitud de su hija. Pero a estas alturas ya no le importaba nada, no sabía nada de su padre desde que huyó de casa, y desde muy pequeña había aprendido a vivir sin su madre, suspiró algo melancólica, no entendí porque nadie la quería, si era una joven buena, dulce, estudiosa, Tara también era muy estudiosa, una niña buena, a la que siempre había defendido de los maltratos de su padre, prefería mil veces que la lastimarla a ella con 7 años y no a su hermanita que tenía 4 en aquel entonces, pero al parecer nadie las quería excepto su abuela, ni su antiguo novio la quiso, el muy desgraciado le había pegado, y ella no pensaba aguantar eso a nadie. Sander Mills, era un hombre guapo, de cabello castaño, alto, y ojos claros, pero tenía unos cambios de humor muy drásticos y aunque nunca le había levant