CAPÍTULO 39

Los ojos de Gianna se elevaron a él cuando por un momento se quedó en silencio, y aunque sabía que había sido más que un atrevimiento besar el dorso de su mano, ella no supo de qué otra forma poder consolar su dolor.

Y fue una necesidad hacerlo.

—Enzo… ahora tienes a tus hijos… ellos te necesitan… porque… estoy aquí porque aún los quiere, ¿no es así?

El pecho de Enzo solo se comprimió.

¿Cómo iba a decirle?

—Gianna… —pero ella parpadeó como si recordara algo.

—Espera… ¿Cómo te enteraste de todo este asunto? ¿La señora Antonella se lo dijo?

Y Enzo negó al borde del colapso.

En su vida había tenido una ansiedad tan tremenda, unos nervios que lo hacían parecer un niño, y un miedo porque esta mujer saliera corriendo de sus manos.

Ahora tenía un divorcio de por medio, su vida completamente arruinada, y en lo único que podía pensar es que, lo que le quedaba en sus manos, no se le fuera como el agua de nuevo.

Agachó la cabeza quitando una mano de su agarre, y dejando la que ella sostenía.

—An
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