DESCUBREME

Al llegar a nosotros, Isabela miró a Alan y le hizo un gesto poco educado.

—Vete. Déjanos hablar a solas.

Alan vaciló, aun tomando mi brazo.

—Señora, yo quisiera...

Ella apretó los labios y lo miró con molestia. Entonces yo zafé mi brazo del suyo con delicadeza y le sonreí.

—No tienes que quedarte. Nos vemos más tarde.

Isabela esperó hasta que Alan se dio la vuelta y se alejó, en dirección a la mansión, donde lo esperaba su hermana. Cuando entró y dejamos de verlo, Isabela exhaló y mirando al cielo, parpadeó varias veces.

Parecía querer llorar.

—No tienes ni idea de cuanto esperé para verlo de nuevo —dijo cerrando los parpados, haciéndome sentir incomoda—. Pero tú... ¿Por qué demonios le interesas? ¿Por qué de repente se ha encaprichado contigo?

Enrojecí cuando me miró de nuevo, alejando mis difusos recuerdos de la noche anterior. ¿Qué había hecho con el señor Riva? No quería recordarlo.

Él me había dado de beber, y yo había perdido en juicio.

—Señora Isabela, yo no hice na
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