Subí a su regazo, me senté sobre sus piernas. Coloqué las manos sobre sus hombros, mirándolo a los ojos. En ellos había un claro deseo, una viva devoción, y una necesidad que sus pantalones apenas lograban contener. Deslizó las manos por mi cintura, deteniéndose en mis caderas. —¿Quién rayos eres, Dulce? —musitó cuando me incliné un poco, rozando su pecho con mis senos—. ¿Por qué me resultas tan familiar? Suspiré profundamente de placer al momento en que me penetró lento, dejando que se deslizara por su cuenta. Apoyé el mentón en su hombro. —Podría preguntarle lo mismo, mi señor —contesté con esfuerzo—. No sé quién es el fundador de Odisea, más allá de su posición en la mafia y su historia con Isabel, no sé más de usted. Lo sentí reír suavemente, apoyando una palma en mi espalda y pegándome a su cuerpo. —La respuesta a eso, es más sencilla de lo que piensas. Y con las puntas de los dedos apenas tocando el suelo, comencé a moverme sobre él. Por primera vez, sentí que por fin com
“... Es claro que está enamorado de ti, y no lo culpo, eres hermosa y excepcional. La única pregunta es, ¿desde cuándo se encaprichó contigo? ...” Apenas estacionó frente a la mansión, abrí la puerta y salí apresuradamente, llena de preguntas y engaño. Habíamos abandonado Odisea apenas me reveló todo eso, y no habíamos cruzado palabra durante todo el trayecto de regreso. —Pareces conmocionada —comentó bajando del coche—. Supongo que no imaginabas nada de eso. Miré a los hombres que siempre custodiaban la puerta de la mansión, y aunque no quería decir nada frente a ellos, no pude contenerme. —Entonces, no me compró por esta descomunal cantidad porque quisiese, sino porque Alan se lo pidió—resumí, a través de mi garganta seca—. Y prometió que le reembolsaría el dinero extra, con tal de que yo no fuera a parar a manos de algún otro cliente. No contestó. Ahora lo sabía, el señor Riva no me había comprado por tener un gran deseo por mí, ni tampoco para mostrarle al resto de la mafia
El hombre que me había llevado hasta esa pequeña casa de servicio permaneció fuera mientras yo entraba y recorría las habitaciones, los pasillos y salas; era una casa más grande de lo pensado. Vagué por sus pasillos, hasta que una chica me indicó cual era la habitación de Alan. Mis nudillos golpearon suavemente la puerta, en el fondo esperaba que no estuviera allí. Pero cuando abrió y me miró con impresión, no tuve forma de arrepentirme. —Dulce, ¿qué haces aquí? —inquirió con desconcierto. Me pasé la lengua por los labios, preguntándome qué rayos hacía frente a él. ¿Qué podría decirle? —Creí que aun estarías con el señor Riva en Odisea —comentó haciéndose a un lado para que yo entrara a la habitación. Lo hice con renuencia, deseando darme la vuelta y escapar. Ahora que sabía la enorme gratitud que le debía, me sentía intimidada. —¿Acaso... ocurrió algo? Estás pálida. Tragué con fuerza, y me senté sobre su pequeña cama individual. Observé las fotos en las paredes, y a Anne y Ala
—¿Él... hizo algo que te disgustara? —preguntó suspicaz y algo molesto—. ¡Si lo hizo, yo iré...! Negué. —Solo... ya no quiero servirle, ya no tengo razones para hacerlo. Ya no estoy sola, acabó de encontrar a mi padre, y nada me une a él, ni gratitud ni respeto. Increíblemente, me costó decir todo aquello. Me costó mucho. —Además, ¿cómo puedo estar con el hombre con quien Isabela engaña a mi padre? No puedo hacerle eso... Alan tomó mi mano. —Dulce, tu padre te vendió —me recordó, tan dolido como yo—. Te obligó a salir de su vida, ¿y deseas volver a su lado? Parpadeé varias veces y bajé la mirada, preguntándome sí hacia bien o mal. —Deseó preguntarle en persona si no se arrepiente... —Cada año, desde hace7 años él hace una fiesta en tu honor, conmemorando tu muerte ante todas sus amistades. Lo sabía, yo misma lo había visto. Había acudido a esa fiesta. —Alan, no sé... No sé qué hacer con todo eso, con mi padre. Alcé la mirada y zafé mi mano de las suyas para poder sujetar
Entré estrepitosamente a su oficina, empujando la puerta y haciéndola rebotar en la pared. Pero extrañamente, él no pareció sorprenderle mi actitud, tampoco se alteró ni le levantó de su silla. Solo alzó una ceja y entrelazó los dedos, mirándome con una burla mal disfrazada. —Veo que mi dulce compra ha salido de su agujero. Me acerqué a él con decisión. Golpeé la superficie de su escritorio, mirándolo con desprecio. —¿Por qué está haciendo esto? ¿Le resulta divertido? Escondió su sonrisa. —Tardaste un poco en darte cuenta. Apoyé las manos sobre la madera y me incliné hacia él. —Solo dígame porque echó a todos de la mansión. A Lila, a Anne y a... Alan. El señor Riva no respondió, se limitó a mirarme burlonamente, disfrutando de mi enfado. Como si fuese gracioso para él. Me resultó despreciable. —Sí se está deshaciendo de todos, deshágase de mí también... No me dé nada, solo déjeme marcharme, como todos. Por un breve segundo, pensé que aceptaría, que me daría mi libertad. Pe
Durante un tiempo después de ese día, pensé que se había burlado de mí y que me había engañado, que me había mentido sobre hacer volver a Alan. Especialmente cuando un puñado de sirvientas me despertó una mañana y comenzaron a arreglarme. Sin decirme nada, comenzaron a desnudarme. Luego me enfundarón en un vestido blanco de seda, peinaron mi cabello cuidadosamente en bucles pequeños, y colocaron sobre él un tocado rojo de encaje y perlas blancas. Me pintaron los labios de un suave color rosa, y colocaron en mis ojos suaves sombras en tonos claros. Cuando terminaron, me hicieron ponerme unos tacones altos y unos guantes negros. Después de perfumarme y colocar un collar de diamantes en mi cuello, me llevaron al vestíbulo y me dejaron allí. En uno de los tantos espejos que había por la mansión, revisé mi aspecto, y me sorprendió. Así era exactamente como habría lucido Dulce Campbell, hija del político Campbell; bonita, elegante, distinguida, impresionante... Pero, en cambio, así l
Después de haber sido un objeto subastado en Odisea, esa era la primera subasta en la que participaba como postor. Nos hicieron pasar a un galante salón de techo alto, paredes blancas y candelabros de cristal colgando. Ocupamos los primeros lugares ante la plataforma donde se iba a presentar la subastadora, la zona VIP. No se me pasaron por alto las miradas que nos dirigieron los otros invitados, supuse que mi presencia era una sorpresa para todos. No esperaban verme con el señor Riva más de una vez, y parecía que la conversación con Isabela ya se había filtrado. —¿Esa chica? —le susurró una mujer a otra. —Si, parece ser pareja del señor Riva, no solo una aventura. —Es una niña... —Pero él es guapo, joven y rico, muy rico... —Seguro por eso está con él... —Ella debe estar al tanto de su relación con Isabela... —¿Qué le ve a esa chiquilla? Dicen que solo es una prostituta de su burdel. Cuando al fin tomamos asiento, me sentí aliviada. Todo hablaban de mí, como si yo fuese una
Observé sin palabras como el empleado del hotel le entregaba el estuche de mi madre a su nuevo dueño. —Señor, pudimos habérsela enviado a su domicilio en algunas semanas... El señor Riva negó y abrió el estuche. Sacó la gargantilla. —No es necesario. Puedes irte. El empleado se marchó y nos dejó a solas en una habitación privada del hotel. La subasta ya había terminado, y la única cosa que realmente había querido salvar, estaba conmigo. —Gírate. Lo hice y depues de quitarme el collar que usaba y guardarlo en un bolsillo de su abrigo, me colocó la gargantilla de mi madre en el cuello. La acomodó delicadamente, hasta que el pequeño diamante reposó en el hueco entre mis clavículas. Sentí el peso de la joya de mi padre, y me reconfortó mucho. Era el unico lazo que todavía nos unía, incluso cuando hacía tiempo que ella se había ido. Pero, aun usándola, no me sentía tan feliz como debería. —Gracias —murmuré, dándome la vuelta y mirándolo a los ojos. Su entrecejo se frunc