—¿Él... hizo algo que te disgustara? —preguntó suspicaz y algo molesto—. ¡Si lo hizo, yo iré...! Negué. —Solo... ya no quiero servirle, ya no tengo razones para hacerlo. Ya no estoy sola, acabó de encontrar a mi padre, y nada me une a él, ni gratitud ni respeto. Increíblemente, me costó decir todo aquello. Me costó mucho. —Además, ¿cómo puedo estar con el hombre con quien Isabela engaña a mi padre? No puedo hacerle eso... Alan tomó mi mano. —Dulce, tu padre te vendió —me recordó, tan dolido como yo—. Te obligó a salir de su vida, ¿y deseas volver a su lado? Parpadeé varias veces y bajé la mirada, preguntándome sí hacia bien o mal. —Deseó preguntarle en persona si no se arrepiente... —Cada año, desde hace7 años él hace una fiesta en tu honor, conmemorando tu muerte ante todas sus amistades. Lo sabía, yo misma lo había visto. Había acudido a esa fiesta. —Alan, no sé... No sé qué hacer con todo eso, con mi padre. Alcé la mirada y zafé mi mano de las suyas para poder sujetar
Entré estrepitosamente a su oficina, empujando la puerta y haciéndola rebotar en la pared. Pero extrañamente, él no pareció sorprenderle mi actitud, tampoco se alteró ni le levantó de su silla. Solo alzó una ceja y entrelazó los dedos, mirándome con una burla mal disfrazada. —Veo que mi dulce compra ha salido de su agujero. Me acerqué a él con decisión. Golpeé la superficie de su escritorio, mirándolo con desprecio. —¿Por qué está haciendo esto? ¿Le resulta divertido? Escondió su sonrisa. —Tardaste un poco en darte cuenta. Apoyé las manos sobre la madera y me incliné hacia él. —Solo dígame porque echó a todos de la mansión. A Lila, a Anne y a... Alan. El señor Riva no respondió, se limitó a mirarme burlonamente, disfrutando de mi enfado. Como si fuese gracioso para él. Me resultó despreciable. —Sí se está deshaciendo de todos, deshágase de mí también... No me dé nada, solo déjeme marcharme, como todos. Por un breve segundo, pensé que aceptaría, que me daría mi libertad. Pe
Durante un tiempo después de ese día, pensé que se había burlado de mí y que me había engañado, que me había mentido sobre hacer volver a Alan. Especialmente cuando un puñado de sirvientas me despertó una mañana y comenzaron a arreglarme. Sin decirme nada, comenzaron a desnudarme. Luego me enfundarón en un vestido blanco de seda, peinaron mi cabello cuidadosamente en bucles pequeños, y colocaron sobre él un tocado rojo de encaje y perlas blancas. Me pintaron los labios de un suave color rosa, y colocaron en mis ojos suaves sombras en tonos claros. Cuando terminaron, me hicieron ponerme unos tacones altos y unos guantes negros. Después de perfumarme y colocar un collar de diamantes en mi cuello, me llevaron al vestíbulo y me dejaron allí. En uno de los tantos espejos que había por la mansión, revisé mi aspecto, y me sorprendió. Así era exactamente como habría lucido Dulce Campbell, hija del político Campbell; bonita, elegante, distinguida, impresionante... Pero, en cambio, así l
Después de haber sido un objeto subastado en Odisea, esa era la primera subasta en la que participaba como postor. Nos hicieron pasar a un galante salón de techo alto, paredes blancas y candelabros de cristal colgando. Ocupamos los primeros lugares ante la plataforma donde se iba a presentar la subastadora, la zona VIP. No se me pasaron por alto las miradas que nos dirigieron los otros invitados, supuse que mi presencia era una sorpresa para todos. No esperaban verme con el señor Riva más de una vez, y parecía que la conversación con Isabela ya se había filtrado. —¿Esa chica? —le susurró una mujer a otra. —Si, parece ser pareja del señor Riva, no solo una aventura. —Es una niña... —Pero él es guapo, joven y rico, muy rico... —Seguro por eso está con él... —Ella debe estar al tanto de su relación con Isabela... —¿Qué le ve a esa chiquilla? Dicen que solo es una prostituta de su burdel. Cuando al fin tomamos asiento, me sentí aliviada. Todo hablaban de mí, como si yo fuese una
Observé sin palabras como el empleado del hotel le entregaba el estuche de mi madre a su nuevo dueño. —Señor, pudimos habérsela enviado a su domicilio en algunas semanas... El señor Riva negó y abrió el estuche. Sacó la gargantilla. —No es necesario. Puedes irte. El empleado se marchó y nos dejó a solas en una habitación privada del hotel. La subasta ya había terminado, y la única cosa que realmente había querido salvar, estaba conmigo. —Gírate. Lo hice y depues de quitarme el collar que usaba y guardarlo en un bolsillo de su abrigo, me colocó la gargantilla de mi madre en el cuello. La acomodó delicadamente, hasta que el pequeño diamante reposó en el hueco entre mis clavículas. Sentí el peso de la joya de mi padre, y me reconfortó mucho. Era el unico lazo que todavía nos unía, incluso cuando hacía tiempo que ella se había ido. Pero, aun usándola, no me sentía tan feliz como debería. —Gracias —murmuré, dándome la vuelta y mirándolo a los ojos. Su entrecejo se frunc
Un mesero puso en mis manos una copa de costoso champagne, mientras mi padre reía con humor, ya ebrio y sin modales. —“¡Estoy bebiendo las estrellas!” —citó entre risas—. ¡Dios, qué humor tenía el creador de esta majestuosa bebida! ¡Y no se equivocó, es exquisita! Le dio otro sorbo, sus mejillas estaba ya rojas, tanto como la cara de su bella esposa. Pero ella no lo miraba a él, sino al atractivo hombre joven frente a ella, aquel que tomaba mi brazo, quien hacia pocos minutos se había corrido dentro de mí. Quizás, pensado en ella. Miré mi copa y a las pequeñas burbujas efervescentes en el fondo, subiendo y buscando el oxígeno, como yo. Ya había pasado mucho tiempo, pero aun podía reconocer un auténtico vino, un auténtico champagne francés. Una de las bebidas favoritas de mis padres. —Debe tener una invaluable fortuna, señor Campbell —comenté como si nada. Tanto Isabela como el señor Riva voltearon a verme. Mi padre también. —Así es, señorita. Siempre soy modesto en cua
“... Haré que él se olvide de ti, Isabela. Lo juro. Y, aunque no sea ahora mismo, tampoco dejaré que sigas creyendo que estoy muerta...” —Oíste las recientes noticias. Me separé un paso de él y apoyé las manos en su pecho. Alcé la mirada, sus ojos expresaban tristeza. Yo de verdad le gustaba, tal cual había me asegurado el señor Riva: Alan me mirada con ciega devoción. Y yo le acababa de romper el corazón. —Lo escuché. Todos lo comentan. Dicen que el señor Riva ha declarado que mantiene una relación formal contigo. Supongo que por ello se deshizo de mi hermana y Lila. Aun así, me sonrió y acunó mi rostro entre sus manos. —Esperaba que fuese mentira, un rumor como muchos que circulan de él. Pero, por tu mirada, veo que es verdad. Intenté agachar la mirada, pero Alan no me dejó. —Y veo que sabes lo que siento por ti —dijo y mostró un atisbo de sonrisa—. También veo, que no sientes lo mismo que yo, al menos, no por mí. “... Es claro que le gustas, y parece que él te ha comenza
Después de decirle aquello, alejé mi mirada de la suya y rompí cualquier conexión entre ambos. En un segundo, el ambiente se volvió incomodo, extraño. —Pero ¿qué haces aquí esta noche? —le pregunté intentando aligerar la tensión, quizás era la pregunta que debía hacer al comienzo. Él sonrió un poco al ver mis esfuerzos por seguir una conversación. Luego meneó la cabeza y miró detrás de mí. —Supongo que me equivoqué, no es que estuviese siendo considerado conmigo, solo me estaba castigando. Fruncí el ceño y volteé la mirada. En ese momento, el señor Riva se despidió de mi padre en las puertas del hotel, intercambiaron unas palabras que no alcancé a oír debido a la distancia, y luego él salió. Caminó hacia nosotros. —Lleva un rato vigilándonos —musitó Alan—. Aunque no te angusties, no nos escuchó. Antes de darme cuenta, sus ojos negros ya estaban fijos en mí. Su abrigo era largo, grueso y seguro pesado, pero él se dirigió hacia nosotros con soltura, erguido y seguro de sí. Si,