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Luciano me llevó a su empresa el día después de la reunión en la casa de su abuelo. Yo, al entrar, sonreí de oreja a oreja; siempre había querido trabajar aquí, ¡era como un sueño!

—Me imagino que seré tu asistente personal aquí, ¿no? —le pregunté. Él me miró y negó con la cabeza.

—Tú serás mi esposa. Solo te traje aquí porque mi abogado vendrá para ponernos de acuerdo en el contrato que firmaremos.

Yo me senté en una de las sillas que estaban frente al escritorio y lo ignoré por completo.

—Se supone que iba a trabajar contigo —le dije con rabia.

—Sí, claro. Tú ya trabajas para mí.

Lo miré y le mostré el dedo medio. Qué hombre tan imbécil.

—Eres detestable.

Él se acercó a mí y se sentó a mi lado. Puso su mano en mi muslo y apretó.

—Pronto cambiarás de opinión.

Yo le quité la mano de mi pierna y le di un golpe en la ingle. Él empezó a quejarse.

—No me toques sin mi consentimiento.

Él me fulminó con la mirada y se levantó de la silla.

—Esto me lo vas a pagar, Victoria.

Yo me encogí de ho
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