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Al final, sí nos tocó almorzar con Mariano, y ahora entendía completamente a Luciano; él era un verdadero dolor en el trasero. Prefería mil veces aguantar la arrogancia de Luciano.

— ¿Nunca te quedas callado?

Le pregunté con curiosidad. Mariano me miró y sonrió ampliamente, dejándome entender que hablaba hasta por los codos.

— Ese es mi mayor atractivo.

Me contestó él con una sonrisa coqueta. ¡Cómo me caían mal los hombres como él! Se creían el centro del mundo. Mariano había dicho como mil veces lo guapo y exitoso que era, y eso a mí me importaba muy poco.

— A medida que pasa el tiempo, te encariñas un poco con él.

Me dijo Luciano mientras tomaba un sorbo de su bebida. Yo aparté la mirada para no reírme.

— Eso, querido hermano, se llama envidia.

Luciano ni lo determinó y siguió bebiendo de su vaso. Era tan obvio que Mariano era el hermano menor.

— Entonces, ¿su matrimonio tiene fecha de caducidad? Porque seamos sinceros, no es como que ustedes se vean enamorados.

Luciano pasó su mano
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