En ese momento, Mariana comenzó a reírse, y Camille la siguió con una carcajada.
—¡No te rías! —le dijo Camille con una sonrisa, aún divertida—. Ya Robert me ha estado hablando del matrimonio desde hace rato… y cada vez que toca ese tema, yo le cambio la conversación.
Luego Mariana le tomó las manos con dulzura, la miró a los ojos y le dijo:
—Primero, me reí por la forma en que lo dijiste… ¡Y por la cara que pusiste al hablar!
Y segundo… tienes que saber que no todos los hombres son iguales.Luego, con un tono más serio y lleno de cariño, continuó:
—Solo tienes que ver la relación que tenían nuestros padres, a Bruno y a su esposa… Y ahora te digo algo: Robert también se ve como un buen hombre.
Así que… no le tengas miedo a la felicidad.
Y por favor… que lo que me pasó a mí no sea un obstáculo para tu felicidad.
Camille la abrazó con fuerza y le dijo, con una enorme sonrisa:
—Gracias.
Mariana le devolvió el gesto con cariño y respondió:
—La próxima vez que Robert te hable de matrimonio… quiero que lo pienses bien, y le des una respuesta.
No lo tengas más en el aire. Creo que él se merece sinceridad, y tú también… Porque sé que tú lo quieres.
Camille la volvió a abrazar, esta vez con más emoción, y le dio un beso en la mejilla.
Entonces Mariana, con una sonrisa suave y la voz algo quebrada, dijo:
—Gracias, Cam… por hacerme reír, por estar para mí… y por hacerme olvidar mis problemas, aunque sea por un momento.
Camille, con la misma calidez, respondió:
—No tienes que darme las gracias. Para eso están las hermanas…
¿Acaso ya olvidaste lo que mamá siempre nos decía?
—No, claro que no —dijo Mariana—.
Es solo que… estoy muy agradecida de haber nacido en esta familia… y de tenerte a ti como mi hermana.
Camille le dijo con una sonrisa:
—Yo también… Y ya, dejemos el melodrama. Si Bruno nos ve así y se entera de que lo dejamos por fuera, ¡nos arma la de Troya!
Ambas se secaron las lágrimas entre risas y se dieron otro abrazo.
—Entremos, que ya es tarde y hace frío —añadió Camille.
—Está bien —respondió Mariana.
Entraron tomadas de la mano, como cuando eran niñas. Al separarse, Camille la miró y le dijo:
—¿Todavía recuerdas lo que siempre nos decía la abuela?—¿Qué? —respondió Mariana. Luego añadió con una sonrisa—:
Con tantas cosas que nos decía, para recordar… ese es el problema ahora.
Al instante, Camille le dijo:
—¿Recuerdas que todo pasa por algo? A veces no entendemos el porqué en el momento, pero más adelante… hasta le vas a agradecer por haberte hecho lo que te hizo. Y no olvides el refrán: No hay dolor que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.
—Ni cuerpo que lo resista —replicó Mariana al unísono con su hermana, y ambas estallaron en risas, diciendo:
—¡Mi abuelita y sus refranes!
—Ya verás que, en poco tiempo, ni te vas a acordar de ese mal nacido —añadió Camille con una sonrisa.
Luego se despidieron con un abrazo y cada una se fue a su habitación.
Al entrar en la suya, Mariana se quedó unos segundos en silencio. Después, comenzó a sacar todos los recuerdos que tenía con Jacob para deshacerse de ellos. Llamó a la cocina y pidió que le subieran una caja. Poco después, empezó a empacar todo, uno por uno, sin titubear. Cuando terminó, cerró la caja con decisión, se acostó en la cama… y, por fin, pudo dormir.
Al día siguiente, cuando Mariana se levantó, se sentía de mejor ánimo. Fue al baño, se lavó los dientes, se dio una ducha, y luego bajó a desayunar… con la caja en la mano. La dejó sobre una mesa cerca de la entrada del comedor.
En ese momento, Camille la miró y le preguntó:
—¿Qué es todo eso que bajaste en esa caja?
—Son todos los recuerdos que tengo con Jacob —respondió Mariana con determinación—. Hoy voy a quemarlos todos y empezar mi vida de nuevo.
Camille se levantó de su asiento y la abrazó tan fuerte que casi la ahoga.
—Me estás apretando demasiado, no me dejas respirar —dijo Mariana entre risas.
—Es que estoy tan feliz por ti —contestó Camille—. Ya era hora de que mi hermanita, la alegre, la optimista, volviera. No más dejarse morir por un hombre que no vale la pena ni un solo pensamiento más.
—Sí, eso ya lo sé —respondió Mariana con una sonrisa suave—. Pero igual… sigue doliendo. Y duele mucho.
Camille, al verla así, le dijo:
—Ya no hablemos más de eso. Dejemos el pasado atrás. Ahora que decidiste seguir con tu vida como siempre debiste hacerlo, yo te voy a ayudar. ¿Qué te parece?
—Bien —respondió Mariana con una sonrisa—. Pero primero, desayunemos. Muero de hambre.
Después de desayunar, Camille, muy emocionada, le dijo:
—Te acompaño a quemar todo esto —señalando la caja.
—No —respondió Mariana con firmeza.
Luego, con voz serena, añadió:
—Quiero hacerlo sola, para despedirme del pasado y poder seguir adelante con mi vida.
—Está bien —le dijo Camille—. Pero recuerda que siempre que necesites despotricar de ese mal hombre, aquí estoy para ti. Siempre.
Mariana le agradeció con una mirada llena de cariño, tomó la caja entre sus manos y salió hacia el jardín. Una vez allí, comenzó a quemar, uno por uno, todos los recuerdos que tenía junto a Jacob. Mientras el humo se elevaba, se hizo una promesa: nunca más volvería a llorar por él… porque no se merecía ni una sola de sus lágrimas.
Cuando terminó de quemar todo, se levantó con determinación y se secó las últimas lágrimas que derramaba por Jacob. Luego, entró a la casa, tomó su bolso, las llaves del auto y salió rumbo a su oficina, decidida a comenzar un nuevo capítulo en su vida.
Por otro lado, Felipe estaba en su oficina, sumido en sus pensamientos, recordando a Sofía… Pensaba en el momento en que le propuso matrimonio, en el nacimiento de su hijo Andrés, que apenas tenía seis meses y medio cuando ella se marchó. Lo que más lo atormentaba era no entender por qué se había ido sin dejarle ni una sola palabra.
Ya habían pasado tres años y medio desde la ida de Sofía, su prometida, y aún cargaba con el peso de su ausencia. Aunque contaba con el apoyo incondicional de sus padres y su hermana, quienes siempre estaban ahí para ayudarlo con el pequeño, además de los sirvientes y la niñera que cuidaban de su hijo, él sabía que no era lo mismo. Nada se comparaba al amor y los cuidados que solo una madre podía dar.
Él hacía lo posible, pero su trabajo lo absorbía casi por completo y apenas le quedaba tiempo para encargarse de su hijo como hubiese querido.
Luego recordó también cuando la psicóloga le explicó que Andrés no hablaba mucho porque le hacía falta el afecto de su madre.
Aquellas palabras se le quedaron grabadas en el alma, porque, aunque él intentaba darle todo, sabía que no era suficiente.
Por eso, su pequeño era tan tímido, siempre en silencio, refugiado en su propio mundo. La mayoría de las veces no decía ni una sola palabra, y cuando lo hacía, era apenas lo necesario… y solo con él.
Y por más que Felipe quisiera estar con su hijo para ayudarlo a mejorar, a veces le resultaba muy difícil. Su trabajo y otras responsabilidades lo absorbían casi por completo.Sus padres hacían todo lo posible por suplir lo que él no podía, pero no era lo mismo… no era el amor de una madre.Una y otra vez se preguntaba cómo una madre era capaz de abandonar a su propio hijo, más aún sabiendo que había nacido prematuro.—Está bien, que me dejara a mí —pensó con amargura—, pero ¿a su hijo?Luego negó con la cabeza, intentando convencerse de que ya no importaba.Sin embargo, el dolor seguía ahí, como una herida que no terminaba de cerrar.Y aunque trataba de enterrar esos sentimientos, una y otra vez se repetía que nunca la perdonaría lo que Sofía les había hecho, a él y a su hijo, ya que eso no tenía justificación.Y en medio de todo, la misma pregunta lo atormentaba, como un eco constante en su mente:—¿Tan mal hombre soy?Enseguida, se preguntó a sí mismo:—¿Por qué te fuiste sin decir
Luego, Sofía, muy emocionada, le comentó con los ojos brillantes de la emoción:—Tú sabes que eso no me importa. Lo único que siempre me ha importado es estar contigo… así, como estamos ahora, y a punto de casarnos.Después lo abrazó con fuerza y, con la voz entrecortada por la emoción, le dio las gracias por cumplirle su mayor sueño: convertirse en su esposa.Felipe la sostuvo entre sus brazos con ternura, y con una sonrisa cálida le respondió:—No, mi vida… no me des las gracias. Si alguien debe agradecer aquí, ese soy yo.La miró con cariño y añadió:—Gracias por estar a mi lado, por quererme como lo haces, por soportarme, incluso cuando no lo merezco. Sé que a veces no estoy en casa tanto como quisiera, por el trabajo… pero te prometo que, a partir de hoy, voy a hacer todo lo posible por sacar más tiempo para estar contigo.Ella, al escuchar estas palabras, lo abrazó nuevamente mientras le decía:—No te preocupes, sé lo duro que te toca trabajar desde que tu padre te cedió la pres
Desde que Sofía se había ido, Felipe no dejaba de preguntarse si había algo mal en él, alguna falla que hacía que las mujeres que amaba siempre terminaran traicionándolo.Y se juró a sí mismo que nunca más permitiría que le volvieran a romper el corazón. No daría otra oportunidad para que alguna mujer jugara con sus sentimientos.Para él, las únicas mujeres verdaderamente fieles eran su madre y su hermana. Por eso, durante esos tres años y medio, se dedicó a evitar cualquier tipo de compromiso. Nunca estuvo dos veces con la misma mujer.Cada vez que se acostaba con alguien, procuraba que fuera una experiencia fugaz. Nada de vínculos, solo placer.Y como era guapo, adinerado y soltero, las mujeres le llovían. Además, era generoso con ellas.Pero lo que él aún no sabía…Era que el verdadero amor de su vida estaba por llegar.Un amor tan intenso, que estaría dispuesto a matar y morir por ella.Un amor que lo consumiría por completo, donde cada mirada, cada roce, sería un incendio.Un vín
Por otro lado, la carta destinada a hacer preguntas tenía un límite de cinco interrogantes. Este juego lo practicaban cada vez que una de ellas atravesaba un mal momento o cuando estaban de viaje.Como era de esperarse, fue Cinthia quien propuso jugar, ya que Mariana no estaba pasando por su mejor etapa. A lo que Verónica respondió:—Es verdad… ve por las cartas para empezar.Sin pensarlo dos veces, Cinthia se levantó de donde estaba sentada y se fue a su habitación a buscarlas.Mientras tanto, Verónica y Mariana fueron a la cocina a preparar algunos pasabocas y a buscar copas para el vino. Como siempre que jugaban, abrían una botella y brindaban entre risas, ya fuera por la suerte, por su amistad o simplemente para burlarse de la que había sacado la temida carta del castigo.Una vez que tenían todo listo, subieron a la terraza con las cosas… listas para comenzar, como ellas decían, su “batalla campal”.Después de que todas las cosas estuvieron acomodadas en la mesa central, junto a l
Cinthia respiró hondo y comenzó a contarles cómo lo había conocido. Les dijo que, por primera vez, un hombre la había mirado como a una mujer de verdad, y no como una facilona que se acuesta con cualquiera que le llama la atención.Además, les confesó que él fue el primer chico que no tenía idea de quién era su familia, ni se acercó a ella por los apellidos que llevaba encima.Luego, con un tono más suave, les contó que él no la recuerda, pero que fue precisamente él quien le salvó la vida aquella noche en la discoteca. Sin embargo, tiene novia… y se ve que es muy feliz con ella. Por eso nunca se atrevió a decirle nada.Después de un largo silencio, con una expresión nostálgica, Cinthia volvió a hablar:—Ustedes saben cuál es mi lema: nunca acostarme con hombres comprometidos. Puedo ser muchas cosas, pero respeto profundamente a los hombres que ya tienen pareja.Suspiró con fuerza, bajando un poco la mirada y continuó:—Y cómo dice el dicho… no hagas lo que no te gusta que te hagan. S
En ese momento, Mariana le contestó con tono burlón:—Dale gracias a Dios, que tú puedes comer y seguir comiendo sin engordar ni un poquito. En cambio, nosotras dos… con solo mirar lo que hemos pedido, ya sabemos que más tarde nos toca ir al gimnasio a quemar todas estas calorías.Aunque antes del matrimonio con Jacob a Mariana no le importaba mucho cómo se veía, después del divorcio es que había empezado a cuidarse un poco más.Fue entonces cuando Cinthia, con tono misterioso, les preguntó:—¿Saben por qué les dije que viniéramos aquí hoy?—No me digas que no fue para ver a tu mesero favorito —respondió Vero, con una sonrisa pícara en los labios.—Aparte de eso —dijo Cinthia, levantando una ceja con intención—, hay dos cosas que quiero discutir con ustedes hoy.—¿Y cuáles son? —preguntó Vero, con curiosidad.—Deja la impaciencia y déjame hablar —le respondió Cinthia, con un gesto teatral.—Sabes que cuando como dulce me pongo hiperactiva —replicó Vero, entre risas, haciendo que Maria
Cinthia, al ver que el chico que le gustaba la había visto en ese estado, quería morirse de la vergüenza. Inmediatamente, le reclamó a Vero:—¿Acaso no te puedes conformar con todo lo que ya tienes en la mesa?Vero, con una sonrisa divertida, le respondió:—¡Pero si lo había pedido mucho antes de que te pasara eso! Además, no voy a conformarme con solo tres cosas en la mesa…Después de ese momento, las tres amigas estuvieron totalmente de acuerdo con su día de chicas. Comieron, rieron y hablaron de sus cosas como no lo habían hecho en mucho tiempo.Camino al spa, Mariana rompió el silencio:—Chicas, gracias por estar siempre ahí cuando más las necesito. Nunca olviden que las quiero mucho.Las otras dos respondieron al unísono, sin dudar:—Nosotras también te queremos a ti.Luego llegaron al spa y se dejaron consentir como se lo merecían —según las palabras de Cinthia—. Después de varias horas en ese lugar, se fueron de compras y adquirieron infinidad de ropa, zapatos y joyas, sabiendo
Cuando Felipe entró a la habitación de su hijo, la niñera estaba ayudándolo a quitarse el uniforme del jardín.Él se sentó en la cama y le dijo con voz suave:—Ven para acá.El pequeño se acercó a su padre sin dudar, y en cuanto la niñera notó la presencia de su jefe, se dio la vuelta en silencio y salió de la habitación, dejándolos a solas.Felipe subió a Andrés sobre sus piernas y, con voz serena, comenzó a explicarle que debía hacer un viaje de negocios que duraría unos cuantos días. Le pidió que se portara bien con los abuelos y con los empleados, y le prometió que, si lo hacía, le traería un regalo cuando volviera.—Sí, papá —respondió el niño, muy contento al escuchar la palabra "regalo".En ese momento, Andrés lo miró con una sonrisa tímida y dijo:—Papá, te quiero mucho.Felipe le acarició la cabeza con ternura, con sus grandes manos, y le respondió con el corazón lleno:—Y yo a ti, pequeño. Eres lo más importante para mí.Luego, con un dejo de melancolía en la voz, añadió:—C