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Capítulo 5. Su pasado, segunda parte

Luego, Sofía, muy emocionada, le comentó con los ojos brillantes de la emoción:

—Tú sabes que eso no me importa. Lo único que siempre me ha importado es estar contigo… así, como estamos ahora, y a punto de casarnos.

Después lo abrazó con fuerza y, con la voz entrecortada por la emoción, le dio las gracias por cumplirle su mayor sueño: convertirse en su esposa.

Felipe la sostuvo entre sus brazos con ternura, y con una sonrisa cálida le respondió:

—No, mi vida… no me des las gracias. Si alguien debe agradecer aquí, ese soy yo.

La miró con cariño y añadió:

—Gracias por estar a mi lado, por quererme como lo haces, por soportarme, incluso cuando no lo merezco. Sé que a veces no estoy en casa tanto como quisiera, por el trabajo… pero te prometo que, a partir de hoy, voy a hacer todo lo posible por sacar más tiempo para estar contigo.

Ella, al escuchar estas palabras, lo abrazó nuevamente mientras le decía:

—No te preocupes, sé lo duro que te toca trabajar desde que tu padre te cedió la presidencia, pero ahí estaré yo, para apoyarte siempre. Y cuando tengamos nuestros hijos, yo los cuidaré cuando tú no estés.

Al terminar de recordar esa parte, Felipe se rio de sí mismo y murmuró:

—Qué gran broma fui para ti… Hasta te di las gracias aquel día.

Y entonces recordó, con una mezcla de nostalgia y dolor, que en serio le había dicho: “Gracias, mi vida”.

Después vino a su mente otro momento: habían pasado seis meses desde que se había comprometido, cuando Sofía le dio la noticia de que estaba embarazada. Fue entonces cuando decidieron adelantar la boda. Faltaba apenas un mes para la ceremonia cuando ambos fueron al médico para saber cómo evolucionaba su hijo por nacer.

El médico confirmó que tenía ocho semanas de embarazo y, durante la ecografía, pudieron escuchar el corazoncito del bebé resonar fuerte y claro.

Felipe, conmovido hasta lo más profundo, le volvió a dar las gracias por hacerlo tan feliz en aquel instante.

—Yo también estoy muy feliz —respondió ella, antes de darle un beso en los labios.

El médico le recetó las vitaminas necesarias y, tomados de la mano, salieron del consultorio.

Al salir del consultorio, Felipe llevaba una sonrisa que no le cabía en el rostro. Ese mismo día hizo una reserva en uno de los mejores restaurantes de Madrid para darles la gran noticia a toda la familia: un nuevo integrante se uniría a la familia. No podía dejar de imaginar la cara de alegría que pondrían sus padres, especialmente su madre, al enterarse.

Al llegar al restaurante, el mesero los recibió con cortesía:

—Señor García, por aquí, por favor —dijo, guiándolos hacia la mesa reservada.

Con elegancia, el mesero le sacó la silla a Sofía para que se sentara. Felipe tomó asiento a su lado y, enseguida, hizo el pedido.

Poco después, llegaron los padres de Sofía acompañados por Santiago. Minutos más tarde, aparecieron los padres de Felipe, junto a su hermana María José, su sobrina Valeria y su cuñado. Una vez todos estuvieron acomodados en la mesa, María José rompió el silencio con tono curioso y una sonrisa traviesa:

—Hermano, ¿para qué nos hiciste venir aquí? —preguntó, observando a su alrededor—. Y, por lo que veo, esto parece una celebración… pero no tengo idea qué estamos celebrando. ¿Nos lo podrías decir, por favor? —añadió mientras juntaba las manos en forma de súplica teatral.

Felipe le respondió con un toque de ironía:

—Hermanita, tú sí que eres impaciente… ¡Ni siquiera te has terminado de sentar y ya estás preguntando!

María José, cruzándose de brazos con fingida molestia, replicó:

—Creo que ya sabes cómo soy, entonces, ¿por qué no me lo dijiste por teléfono cuando me llamaste? Así me habría evitado esta impaciencia que tengo ahora mismo por no saber nada.

Felipe la miró con una sonrisa divertida en los labios.

—Ya te dije que era una sorpresa, ¿no?

—¡Pues dinos ya! —exclamó ella con dramatismo—. ¡No aguanto más esta espera!

Su cuñado Mario no pudo evitar reírse.

—Felipe, dinos de una vez de qué se trata —dijo entre risas—. Desde que la llamaste, mi mujer no ha hecho otra cosa que dar vueltas como loca por toda la casa, intentando adivinar qué era lo que nos ibas a contar.

—Bueno, está bien —dijo Felipe—. Sofía y yo queríamos contarles el verdadero motivo por el que adelantamos la boda.

—¿Y cuál es ese motivo? —interrumpió de nuevo María José, casi al borde de la desesperación—. ¡Vamos, Felipe, dilo ya! ¡Nos tienes en ascuas!

Felipe soltó una ligera risa, miró a Sofía, tomó su mano y, con una sonrisa que no le cabía en el rostro, anunció:

—Vamos a ser padres.

En ese instante, la madre de Felipe dio un salto de su silla y exclamó emocionada:

—¡Yo lo sabía! ¡Tenía que ser eso!

Luego, abrazó a su hijo con lágrimas de felicidad en los ojos.

—¡Felicidades, hijo!

La emoción se desbordó en la mesa. Todos se levantaron para abrazar a la feliz pareja, llenándolos de felicitaciones. Los padres de Sofía y los de Felipe se fundieron en un abrazo, radiantes de alegría.

—¡Felicidades a nosotros también! —dijeron entre risas—. ¡Vamos a ser abuelos!

Los aplausos no se hicieron esperar. Justo en ese momento, el mesero llegó con una bandeja de copas y sirvió champán para todos, para celebrar la llegada del nuevo integrante de las familias García y Martínez.

Cuando salieron del restaurante, Santiago, Mario y Felipe ya iban un poco tomados, así que fueron las mujeres quienes se encargaron de conducir. El tiempo pasó entre preparativos y emociones, pero, a tan solo un día de la boda, todo cambió inesperadamente: tuvieron que cancelar el matrimonio, ya que Felipe sufrió un accidente automovilístico.

Estuvo hospitalizado durante una semana. Al salir de la clínica, se vio obligado a usar una silla de ruedas, pues una de sus piernas había resultado fracturada y debieron operársela debido a la gravedad de la lesión.

Cinco meses habían pasado ya del embarazo cuando, en una de las ecografías, el médico les dio la noticia: iban a tener un niño.

Felipe, emocionado, se apresuró a comunicarle la noticia a toda su familia, y la felicidad se esparció como una ola entre todos los presentes. La llegada del primer nieto varón era motivo de celebración para ambas familias.

A los siete meses de embarazo, Sofía sufrió una caída que le adelantó el parto, por lo que fue necesario practicarle una cesárea para poder traer al bebé al mundo.

Una semana después de su ingreso en la clínica, Sofía recibió el alta médica, mientras que el pequeño tuvo que permanecer en incubadora un par de meses más, hasta completar las cuarenta semanas necesarias para su desarrollo.

El señor Augusto García, padre de Felipe, fue quien eligió el nombre de su primer nieto varón: Andrés Felipe.

Sin embargo, seis meses después del nacimiento de Andrés, Sofía se marchó sin dejar rastro. No dejó ni una nota. Si no hubiera sido por la investigación que él mismo emprendió, nunca habría descubierto que su prometida lo había dejado a él y a su hijo… por irse con otro hombre.

Ya habían pasado tres años y medio desde su partida, pero Felipe seguía sintiendo el mismo resentimiento. Mientras suspiraba con amargura, volvió a hacerse la pregunta que tanto lo atormentaba:

—Otra mujer que me engaña… ¿Tan mal hombre soy?

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