Luego, Sofía, muy emocionada, le comentó con los ojos brillantes de la emoción:
—Tú sabes que eso no me importa. Lo único que siempre me ha importado es estar contigo… así, como estamos ahora, y a punto de casarnos.Después lo abrazó con fuerza y, con la voz entrecortada por la emoción, le dio las gracias por cumplirle su mayor sueño: convertirse en su esposa.
Felipe la sostuvo entre sus brazos con ternura, y con una sonrisa cálida le respondió:
—No, mi vida… no me des las gracias. Si alguien debe agradecer aquí, ese soy yo.
La miró con cariño y añadió:
—Gracias por estar a mi lado, por quererme como lo haces, por soportarme, incluso cuando no lo merezco. Sé que a veces no estoy en casa tanto como quisiera, por el trabajo… pero te prometo que, a partir de hoy, voy a hacer todo lo posible por sacar más tiempo para estar contigo.
Ella, al escuchar estas palabras, lo abrazó nuevamente mientras le decía:
—No te preocupes, sé lo duro que te toca trabajar desde que tu padre te cedió la presidencia, pero ahí estaré yo, para apoyarte siempre. Y cuando tengamos nuestros hijos, yo los cuidaré cuando tú no estés.
Al terminar de recordar esa parte, Felipe se rio de sí mismo y murmuró:
—Qué gran broma fui para ti… Hasta te di las gracias aquel día.
Y entonces recordó, con una mezcla de nostalgia y dolor, que en serio le había dicho: “Gracias, mi vida”.
Después vino a su mente otro momento: habían pasado seis meses desde que se había comprometido, cuando Sofía le dio la noticia de que estaba embarazada. Fue entonces cuando decidieron adelantar la boda. Faltaba apenas un mes para la ceremonia cuando ambos fueron al médico para saber cómo evolucionaba su hijo por nacer.
El médico confirmó que tenía ocho semanas de embarazo y, durante la ecografía, pudieron escuchar el corazoncito del bebé resonar fuerte y claro.
Felipe, conmovido hasta lo más profundo, le volvió a dar las gracias por hacerlo tan feliz en aquel instante.
—Yo también estoy muy feliz —respondió ella, antes de darle un beso en los labios.
El médico le recetó las vitaminas necesarias y, tomados de la mano, salieron del consultorio.
Al salir del consultorio, Felipe llevaba una sonrisa que no le cabía en el rostro. Ese mismo día hizo una reserva en uno de los mejores restaurantes de Madrid para darles la gran noticia a toda la familia: un nuevo integrante se uniría a la familia. No podía dejar de imaginar la cara de alegría que pondrían sus padres, especialmente su madre, al enterarse.
Al llegar al restaurante, el mesero los recibió con cortesía:
—Señor García, por aquí, por favor —dijo, guiándolos hacia la mesa reservada.
Con elegancia, el mesero le sacó la silla a Sofía para que se sentara. Felipe tomó asiento a su lado y, enseguida, hizo el pedido.
Poco después, llegaron los padres de Sofía acompañados por Santiago. Minutos más tarde, aparecieron los padres de Felipe, junto a su hermana María José, su sobrina Valeria y su cuñado. Una vez todos estuvieron acomodados en la mesa, María José rompió el silencio con tono curioso y una sonrisa traviesa:
—Hermano, ¿para qué nos hiciste venir aquí? —preguntó, observando a su alrededor—. Y, por lo que veo, esto parece una celebración… pero no tengo idea qué estamos celebrando. ¿Nos lo podrías decir, por favor? —añadió mientras juntaba las manos en forma de súplica teatral.
Felipe le respondió con un toque de ironía:
—Hermanita, tú sí que eres impaciente… ¡Ni siquiera te has terminado de sentar y ya estás preguntando!
María José, cruzándose de brazos con fingida molestia, replicó:
—Creo que ya sabes cómo soy, entonces, ¿por qué no me lo dijiste por teléfono cuando me llamaste? Así me habría evitado esta impaciencia que tengo ahora mismo por no saber nada.
Felipe la miró con una sonrisa divertida en los labios.
—Ya te dije que era una sorpresa, ¿no?
—¡Pues dinos ya! —exclamó ella con dramatismo—. ¡No aguanto más esta espera!
Su cuñado Mario no pudo evitar reírse.
—Felipe, dinos de una vez de qué se trata —dijo entre risas—. Desde que la llamaste, mi mujer no ha hecho otra cosa que dar vueltas como loca por toda la casa, intentando adivinar qué era lo que nos ibas a contar.
—Bueno, está bien —dijo Felipe—. Sofía y yo queríamos contarles el verdadero motivo por el que adelantamos la boda.
—¿Y cuál es ese motivo? —interrumpió de nuevo María José, casi al borde de la desesperación—. ¡Vamos, Felipe, dilo ya! ¡Nos tienes en ascuas!
Felipe soltó una ligera risa, miró a Sofía, tomó su mano y, con una sonrisa que no le cabía en el rostro, anunció:
—Vamos a ser padres.
En ese instante, la madre de Felipe dio un salto de su silla y exclamó emocionada:
—¡Yo lo sabía! ¡Tenía que ser eso!
Luego, abrazó a su hijo con lágrimas de felicidad en los ojos.
—¡Felicidades, hijo!
La emoción se desbordó en la mesa. Todos se levantaron para abrazar a la feliz pareja, llenándolos de felicitaciones. Los padres de Sofía y los de Felipe se fundieron en un abrazo, radiantes de alegría.
—¡Felicidades a nosotros también! —dijeron entre risas—. ¡Vamos a ser abuelos!
Los aplausos no se hicieron esperar. Justo en ese momento, el mesero llegó con una bandeja de copas y sirvió champán para todos, para celebrar la llegada del nuevo integrante de las familias García y Martínez.
Cuando salieron del restaurante, Santiago, Mario y Felipe ya iban un poco tomados, así que fueron las mujeres quienes se encargaron de conducir. El tiempo pasó entre preparativos y emociones, pero, a tan solo un día de la boda, todo cambió inesperadamente: tuvieron que cancelar el matrimonio, ya que Felipe sufrió un accidente automovilístico.
Estuvo hospitalizado durante una semana. Al salir de la clínica, se vio obligado a usar una silla de ruedas, pues una de sus piernas había resultado fracturada y debieron operársela debido a la gravedad de la lesión.
Cinco meses habían pasado ya del embarazo cuando, en una de las ecografías, el médico les dio la noticia: iban a tener un niño.
Felipe, emocionado, se apresuró a comunicarle la noticia a toda su familia, y la felicidad se esparció como una ola entre todos los presentes. La llegada del primer nieto varón era motivo de celebración para ambas familias.
A los siete meses de embarazo, Sofía sufrió una caída que le adelantó el parto, por lo que fue necesario practicarle una cesárea para poder traer al bebé al mundo.
Una semana después de su ingreso en la clínica, Sofía recibió el alta médica, mientras que el pequeño tuvo que permanecer en incubadora un par de meses más, hasta completar las cuarenta semanas necesarias para su desarrollo.
El señor Augusto García, padre de Felipe, fue quien eligió el nombre de su primer nieto varón: Andrés Felipe.
Sin embargo, seis meses después del nacimiento de Andrés, Sofía se marchó sin dejar rastro. No dejó ni una nota. Si no hubiera sido por la investigación que él mismo emprendió, nunca habría descubierto que su prometida lo había dejado a él y a su hijo… por irse con otro hombre.
Ya habían pasado tres años y medio desde su partida, pero Felipe seguía sintiendo el mismo resentimiento. Mientras suspiraba con amargura, volvió a hacerse la pregunta que tanto lo atormentaba:
—Otra mujer que me engaña… ¿Tan mal hombre soy?Desde que Sofía se había ido, Felipe no dejaba de preguntarse si había algo mal en él, alguna falla que hacía que las mujeres que amaba siempre terminaran traicionándolo.Y se juró a sí mismo que nunca más permitiría que le volvieran a romper el corazón. No daría otra oportunidad para que alguna mujer jugara con sus sentimientos.Para él, las únicas mujeres verdaderamente fieles eran su madre y su hermana. Por eso, durante esos tres años y medio, se dedicó a evitar cualquier tipo de compromiso. Nunca estuvo dos veces con la misma mujer.Cada vez que se acostaba con alguien, procuraba que fuera una experiencia fugaz. Nada de vínculos, solo placer.Y como era guapo, adinerado y soltero, las mujeres le llovían. Además, era generoso con ellas.Pero lo que él aún no sabía…Era que el verdadero amor de su vida estaba por llegar.Un amor tan intenso, que estaría dispuesto a matar y morir por ella.Un amor que lo consumiría por completo, donde cada mirada, cada roce, sería un incendio.Un vín
Por otro lado, la carta destinada a hacer preguntas tenía un límite de cinco interrogantes. Este juego lo practicaban cada vez que una de ellas atravesaba un mal momento o cuando estaban de viaje.Como era de esperarse, fue Cinthia quien propuso jugar, ya que Mariana no estaba pasando por su mejor etapa. A lo que Verónica respondió:—Es verdad… ve por las cartas para empezar.Sin pensarlo dos veces, Cinthia se levantó de donde estaba sentada y se fue a su habitación a buscarlas.Mientras tanto, Verónica y Mariana fueron a la cocina a preparar algunos pasabocas y a buscar copas para el vino. Como siempre que jugaban, abrían una botella y brindaban entre risas, ya fuera por la suerte, por su amistad o simplemente para burlarse de la que había sacado la temida carta del castigo.Una vez que tenían todo listo, subieron a la terraza con las cosas… listas para comenzar, como ellas decían, su “batalla campal”.Después de que todas las cosas estuvieron acomodadas en la mesa central, junto a l
Cinthia respiró hondo y comenzó a contarles cómo lo había conocido. Les dijo que, por primera vez, un hombre la había mirado como a una mujer de verdad, y no como una facilona que se acuesta con cualquiera que le llama la atención.Además, les confesó que él fue el primer chico que no tenía idea de quién era su familia, ni se acercó a ella por los apellidos que llevaba encima.Luego, con un tono más suave, les contó que él no la recuerda, pero que fue precisamente él quien le salvó la vida aquella noche en la discoteca. Sin embargo, tiene novia… y se ve que es muy feliz con ella. Por eso nunca se atrevió a decirle nada.Después de un largo silencio, con una expresión nostálgica, Cinthia volvió a hablar:—Ustedes saben cuál es mi lema: nunca acostarme con hombres comprometidos. Puedo ser muchas cosas, pero respeto profundamente a los hombres que ya tienen pareja.Suspiró con fuerza, bajando un poco la mirada y continuó:—Y cómo dice el dicho… no hagas lo que no te gusta que te hagan. S
En ese momento, Mariana le contestó con tono burlón:—Dale gracias a Dios, que tú puedes comer y seguir comiendo sin engordar ni un poquito. En cambio, nosotras dos… con solo mirar lo que hemos pedido, ya sabemos que más tarde nos toca ir al gimnasio a quemar todas estas calorías.Aunque antes del matrimonio con Jacob a Mariana no le importaba mucho cómo se veía, después del divorcio es que había empezado a cuidarse un poco más.Fue entonces cuando Cinthia, con tono misterioso, les preguntó:—¿Saben por qué les dije que viniéramos aquí hoy?—No me digas que no fue para ver a tu mesero favorito —respondió Vero, con una sonrisa pícara en los labios.—Aparte de eso —dijo Cinthia, levantando una ceja con intención—, hay dos cosas que quiero discutir con ustedes hoy.—¿Y cuáles son? —preguntó Vero, con curiosidad.—Deja la impaciencia y déjame hablar —le respondió Cinthia, con un gesto teatral.—Sabes que cuando como dulce me pongo hiperactiva —replicó Vero, entre risas, haciendo que Maria
Cinthia, al ver que el chico que le gustaba la había visto en ese estado, quería morirse de la vergüenza. Inmediatamente, le reclamó a Vero:—¿Acaso no te puedes conformar con todo lo que ya tienes en la mesa?Vero, con una sonrisa divertida, le respondió:—¡Pero si lo había pedido mucho antes de que te pasara eso! Además, no voy a conformarme con solo tres cosas en la mesa…Después de ese momento, las tres amigas estuvieron totalmente de acuerdo con su día de chicas. Comieron, rieron y hablaron de sus cosas como no lo habían hecho en mucho tiempo.Camino al spa, Mariana rompió el silencio:—Chicas, gracias por estar siempre ahí cuando más las necesito. Nunca olviden que las quiero mucho.Las otras dos respondieron al unísono, sin dudar:—Nosotras también te queremos a ti.Luego llegaron al spa y se dejaron consentir como se lo merecían —según las palabras de Cinthia—. Después de varias horas en ese lugar, se fueron de compras y adquirieron infinidad de ropa, zapatos y joyas, sabiendo
Cuando Felipe entró a la habitación de su hijo, la niñera estaba ayudándolo a quitarse el uniforme del jardín.Él se sentó en la cama y le dijo con voz suave:—Ven para acá.El pequeño se acercó a su padre sin dudar, y en cuanto la niñera notó la presencia de su jefe, se dio la vuelta en silencio y salió de la habitación, dejándolos a solas.Felipe subió a Andrés sobre sus piernas y, con voz serena, comenzó a explicarle que debía hacer un viaje de negocios que duraría unos cuantos días. Le pidió que se portara bien con los abuelos y con los empleados, y le prometió que, si lo hacía, le traería un regalo cuando volviera.—Sí, papá —respondió el niño, muy contento al escuchar la palabra "regalo".En ese momento, Andrés lo miró con una sonrisa tímida y dijo:—Papá, te quiero mucho.Felipe le acarició la cabeza con ternura, con sus grandes manos, y le respondió con el corazón lleno:—Y yo a ti, pequeño. Eres lo más importante para mí.Luego, con un dejo de melancolía en la voz, añadió:—C
Dominik llamó a un amigo para invitarlo también. Luego le dijo que él se encargaría del antifaz, y, de inmediato, tras colgarle, llamó a su secretaria para que los consiguiera y se los hiciera llegar a su casa. Después, cogió las llaves de su auto y su teléfono, y salió de su oficina.Por su parte, Felipe se encontraba en su habitación, con el teléfono en la mano. Si alguien lo observaba con detenimiento, notaría que su rostro no estaba del todo bien… más bien parecía distorsionado, cargado de emociones contenidas. En la pantalla de su teléfono se veía una foto de Sofía, sentada en un columpio adornado con flores, cargando a su hijo Andrés. En la imagen, ella sonreía ampliamente.Felipe apretó el teléfono con rabia y estuvo a punto de borrar la imagen mientras murmuraba para sí que ya era hora de dejar todos esos recuerdos atrás. Sin embargo, al pensar en su hijo, dudó… y terminó presionando cancelar. No podía eliminarla. Cuando Andrés creciera, tal vez quisiera conservar aquel recuer
Luego, Vero le dijo:—Esperemos que se nos una Cinthia y subimos a nuestro privado, ya me cansé de bailar.—Está bien —respondió Mariana mientras bebía un sorbo de su trago.Justo en ese momento, mientras esperaban a Cinthia, se les acercó un mesero que, señalando discretamente a los tres caballeros que las observaban desde arriba, les dijo que aquellos hombres las habían invitado a su privado.—Está bien, solo esperamos a nuestra amiga y subimos —contestó Vero con naturalidad.Mariana la miró con gesto de advertencia, a lo que Vero le devolvió una mirada igual de elocuente.El mesero se quedó a un lado, esperando a que Cinthia dejara de bailar y se les acercara. Mientras tanto, Felipe no dejaba de mirar a Mariana.Cuando Cinthia llegó junto a ellas, preguntó casi de inmediato:—¿Qué está pasando?Vero, de inmediato, le comentó:—Unos chicos nos invitaron a su mesa. Solo te estábamos esperando para subir juntas.Cinthia respondió con una sonrisa traviesa:—Se nos arregló la noche. Ad