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Capítulo 4. Su pasado, primera parte

Y por más que Felipe quisiera estar con su hijo para ayudarlo a mejorar, a veces le resultaba muy difícil. Su trabajo y otras responsabilidades lo absorbían casi por completo.

Sus padres hacían todo lo posible por suplir lo que él no podía, pero no era lo mismo… no era el amor de una madre.

Una y otra vez se preguntaba cómo una madre era capaz de abandonar a su propio hijo, más aún sabiendo que había nacido prematuro.

—Está bien, que me dejara a mí —pensó con amargura—, pero ¿a su hijo?

Luego negó con la cabeza, intentando convencerse de que ya no importaba.

Sin embargo, el dolor seguía ahí, como una herida que no terminaba de cerrar.

Y aunque trataba de enterrar esos sentimientos, una y otra vez se repetía que nunca la perdonaría lo que Sofía les había hecho, a él y a su hijo, ya que eso no tenía justificación.

Y en medio de todo, la misma pregunta lo atormentaba, como un eco constante en su mente:

—¿Tan mal hombre soy?

Enseguida, se preguntó a sí mismo:

—¿Por qué te fuiste sin decirme ni una sola palabra? Se suponía que me amabas… que íbamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos.

Entonces, su mente lo llevó de vuelta al pasado, cuando Sofía lo seguía por todas partes solo para pasar tiempo con él.

A Felipe aquello le parecía curioso y encantador, sobre todo porque Sofía era la hermana menor de uno de sus mejores amigos. Era una mujer hermosa, sí, pero él nunca la había visto con otros ojos… al principio.

Recordó también cómo ella solía decirle una y otra vez que no se rendiría tan fácil, que su amor era suficiente para los dos. Felipe se reía cada vez que escuchaba eso. Un día incluso le preguntó a Santiago:

—¿Tu hermana no se dará por vencida, cierto?

Santiago solo le respondió entre risas:

—¿Acaso no la conoces ya? ¿Entonces para qué me preguntas?

Y añadió con una carcajada:

—Yo, que tú, me hacía la idea de casarte con ella y de ser el padre del equipo de fútbol que quiere tener contigo.

Felipe también se rio con ganas ese día, especialmente cuando Santiago remató:

—Porque déjame decirte, mi querido amigo… Sofí no quiere una familia. ¡Quiere un equipo de fútbol completo con suplente incluido! Y por lo que la he escuchado hablar, tú serás el padre… ¡Ja, ja, ja!

Felipe se reía como nunca lo había hecho antes. Al rato dijo Santiago: tu hermana, con veinticuatro años, todavía tiene los mismos pensamientos que cuando era una niña —le comentó entre risas.

—Sí —le respondió Santiago—, y déjame decirte que no los cambiará hasta que no logre su objetivo.

—¿Qué soy yo, cierto? —respondió Felipe, entre una mezcla de risa y resignación.

En ese momento, su mente se llenó de recuerdos junto a Sofía.

Recordó el primer beso que se dieron, cuando ella, mirándolo a los ojos, le prometió que si él le daba la oportunidad de estar a su lado, jamás lo traicionaría. Sabía que Felipe venía de una relación en la que lo habían engañado, y no quería que él pasara por lo mismo otra vez.

Por eso, él se tomó su tiempo antes de aceptar iniciar algo con ella. Pero al final, lo hizo. Porque conocía a Sofía desde que era una niña, sabía que no era de esas personas que engañaban a su pareja. Era sincera, noble, sencilla. Y, sobre todo, siempre lo había querido.

Además, era la hermana de su mejor amigo, lo cual, al principio, parecía una complicación, pero terminó siendo otro de los motivos por los que decidió darle una oportunidad.

Se dio cuenta de que la vida debía seguir, y que quizás Sofía era la indicada para acompañarlo en ese camino. No quería el equipo de fútbol que ella soñaba tener con él —eso sí que lo tenía claro—, pero sí quería tener un par de hijos, tal vez tres. Una familia tranquila y llena de amor.

Y, por otro lado, estaba su madre, que ya lo tenía cansado con el tema del matrimonio y los hijos.

Siempre le ponía como ejemplo a su hermana menor, María José, que ya se había casado y esperaba su primer hijo.

—Mira a tu hermana, tan joven y tan responsable —le repetía—. Y tú, que eres el mayor, ¿para cuándo?

Esa constante presión fue otro de los motivos que lo impulsaron a darle una oportunidad a Sofía. En parte, para calmar las cantaletas diarias de su madre, pero también porque, en el fondo, sabía que Sofía lo merecía… y él también merecía darse esa oportunidad de volver a creer en el amor.

Recordó con claridad el día en que finalmente le dijo que sí, que saldrían juntos, pero como novios.

—Vamos paso a paso —le había dicho—. Primero como pareja, y si todo marcha bien, si somos compatibles… entonces nos casamos.

Sofía, feliz con su respuesta, no dudó en abrazarlo con fuerza, como si acabara de cumplir el sueño que había tenido desde niña.

En ese instante, Felipe se dio cuenta de que, con el tiempo, podría enamorarse de ella fácilmente. Aquel abrazo cálido y la sonrisa llena de afecto lo hicieron sentir especial; bastaba con mirar sus ojos para ver reflejado en ellos todo el amor que Sofía sentía por él.

Recordó cómo ella, con lágrimas de emoción, comenzó a decirle:

—No te voy a defraudar nunca. Ya verás que seremos la pareja más feliz del mundo…

Y de pronto, se puso a llorar como una niña pequeña, desbordada por la felicidad.

—No llores —le decía él, algo desconcertado al verla tan conmovida—. Si sigues llorando, terminamos aquí y ahora.

Ella lo miró rápidamente, con lágrimas en las mejillas, y respondió:

—¿No ves que estoy llorando de pura felicidad? Ni en mis mejores sueños pensé que me darías una oportunidad tan pronto…

Él le respondió con un beso. Luego le tomó la mano con suavidad y, cuando se apartó de sus labios, comenzaron a caminar juntos, cogidos de la mano. Desde ese día, empezó su historia de amor.

Sofía era una chica hermosa e inteligente. Aunque a veces se mostraba caprichosa y malcriada —algo comprensible, considerando lo mucho que sus padres y su hermano Santiago la habían consentido—, eso no le importaba a Felipe.

Poco a poco, se fue enamorando de ella. Y dos años después, convencido de que era la mujer con la que quería compartir su vida, decidió dar el siguiente paso y le pidió que se casara con él.

Ella le había respondido con un sí tan firme y emocionado, que no le dejó dudas. Luego lo abrazó con fuerza, como si temiera que todo fuera un sueño del que pudiera despertar.

—Sabes —le susurró mientras lo abrazaba—, siempre he soñado con este momento…

Felipe, algo nervioso, pero feliz, solo atinó a decir:

—Sé que no soy muy romántico, y quizás esperabas algo más emocionante o planeado… Pero tú me conoces mejor que nadie, y sabes que el romance nunca ha sido lo mío.

Sofía, aún temblando de emoción, se apartó un poco para mirarlo a los ojos, con una sonrisa que parecía iluminarle el alma, le dijo con dulzura.

—No te estoy reprochando nada por la pedida tan sencilla que me hiciste—. Más bien, soy la mujer más feliz del mundo… y este momento quedará guardado para siempre en mi memoria.

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