Desde que Sofía se había ido, Felipe no dejaba de preguntarse si había algo mal en él, alguna falla que hacía que las mujeres que amaba siempre terminaran traicionándolo.
Y se juró a sí mismo que nunca más permitiría que le volvieran a romper el corazón. No daría otra oportunidad para que alguna mujer jugara con sus sentimientos.Para él, las únicas mujeres verdaderamente fieles eran su madre y su hermana. Por eso, durante esos tres años y medio, se dedicó a evitar cualquier tipo de compromiso. Nunca estuvo dos veces con la misma mujer.
Cada vez que se acostaba con alguien, procuraba que fuera una experiencia fugaz. Nada de vínculos, solo placer.
Y como era guapo, adinerado y soltero, las mujeres le llovían. Además, era generoso con ellas.
Pero lo que él aún no sabía…
Era que el verdadero amor de su vida estaba por llegar.
Un amor tan intenso, que estaría dispuesto a matar y morir por ella.
Un amor que lo consumiría por completo, donde cada mirada, cada roce, sería un incendio. Un vínculo donde la atracción, la química y la pasión crecerían a cada instante… Hasta que ya no pudieran más y decidieran entregarse por completo, sin reservas.Solo una noche bastaría para que esa mujer entrara en su mente como un volcán, arrasándolo todo.
Fin de los recuerdos.
Felipe tenía una expresión de póker en el rostro, sumido aún en aquellos recuerdos que tanto quería enterrar. Esa parte del pasado no le daba tregua, y cada vez que regresaba a su mente, le recordaba lo mal que Sofía le había pagado.
Fue entonces cuando su secretaria tocó a la puerta de su oficina, sacándolo de aquel trance emocional.
—Señor García, lo están esperando en la sala de juntas para la reunión con los accionistas —le informó con tono profesional.
Él asintió, se puso la chaqueta que colgaba del respaldo de su silla y salió rumbo a la sala de juntas. Sabía que los accionistas no lo esperaban precisamente con sonrisas.
Era consciente de que, en los últimos años, había dado mucho de qué hablar, sobre todo por sus escándalos amorosos. Pero, para ser sincero, eso lo tenía sin el menor cuidado.
A su lado caminaba Lucas, su asistente, que lo miraba con cierta expectativa. Felipe, sin detener el paso, le soltó con indiferencia:
—Que se jodan… Al fin y al cabo, la empresa es de mi familia. Y las ganancias se han duplicado en los últimos años… ¿Qué más quieren esos viejos?
Felipe, sinceramente, odiaba esas reuniones con los accionistas. Para él, no eran más que un grupo de viejos ambiciosos a los que solo les importaba una cosa: cómo llenar aún más sus bolsillos.
No les interesaba el esfuerzo, ni las estrategias, ni el crecimiento sostenido de la empresa. Lo único que realmente les quitaba el sueño era cuánto dinero podían sacar al final de cada trimestre. Y eso, a Felipe, le daba náuseas.
Por otro lado, Mariana tenía dos mejores amigas con las que formaba un trío inseparable, como ellas mismas solían decir. Se conocían desde que tenían unos nueve años, cuando coincidieron en la primaria. Desde entonces, siguieron juntas en la secundaria, y con el tiempo, se volvieron tan unidas que decidieron ingresar a la misma universidad, aunque cada una eligió una carrera distinta.
Cinthia Thisler era una chica esbelta, rubia, de piel blanca y ojos azules. Medía un metro setenta y siempre iba impecablemente vestida, siguiendo las últimas tendencias de moda.
Mariana, por su parte, tenía una belleza única. De piel bronceada y saludable, labios naturalmente rojos, cabello castaño claro y unos ojos color miel que brillaban con luz propia. Su estatura era de apenas un metro cincuenta y cinco, pero su sonrisa era tan encantadora que nadie pasaba por alto su presencia.
Y por último, Verónica: una joven impactante, con un cuerpo de infarto. Su piel morena, sus ojos negros intensos y su largo cabello azabache hacían que todos se giraran a mirarla. Medía un metro setenta y cinco y era tan delgada como una modelo profesional; por eso, todos la apodaban “la top model”.
De las tres, Mariana era la más bajita, por lo que sus amigas le pusieron el apodo de “la Chiqui”. Todo el tiempo era: “Chiqui por aquí, Chiqui por allá”.
A su grupo lo bautizaron como Las Tres Mosquiteras, aunque algunos de sus compañeros de universidad preferían llamarlas Las Chicas Superpoderosas. No por el dibujo animado, sino por ser hijas de algunas de las familias más influyentes del país.
Ellas habían jurado que siempre estarían juntas, y desde que se conocieron, eran inseparables. Siempre andaban haciendo diabluras, como solía decir la madre de Mariana.
Además, tenían un juego especial que solo ellas entendían. Habían creado un juego de cartas, y quien sacara la carta Atrévete debía cumplir alguna locura impuesta por la que sacara la carta de Poner Penitencia.
También estaba la temida carta de La Verdad. Con esa, sin importar cuál fuera la pregunta, la persona debía confesar absolutamente todo, así no quisiera. Ya que la persona que tuviera la carta de hacer preguntas lo exigía.
Pero la más peligrosa de todas era la Carta del Castigo, como ellas la llamaban. Esta le otorgaba a quien sacara la carta de poner castigo, un poder absoluto de imponer el peor de los castigos que ella quisiera.
Hasta el momento, los castigos habían sido bastante duros. A Cinthia, por ejemplo, le tocó aprender a limpiar baños, y debió trabajar durante un mes en los sanitarios de una estación de metro. A Verónica le tocó ser mesera en uno de los bares más feos de la ciudad. Y así, sucesivamente, iban cumpliendo las reglas impuestas por quien tenía la Carta del Poder, como también la llamaban.
La única que no había sacado todavía esa carta odiada era Mariana. Ya que las dos veces que lo hizo, también sacó la carta de Inmunidad.
Porque existía una carta especial, la Carta de Salvación, que brindaba inmunidad en caso de sacar alguna de las otras cartas. Cada vez que jugaban, cada una sacaba dos cartas: una del grupo de Castigo, Verdad o Atrévete, y otra del grupo de Poner Castigo, Penitencia, hacer preguntas y la carta de Inmunidad.
Por otro lado, la carta destinada a hacer preguntas tenía un límite de cinco interrogantes. Este juego lo practicaban cada vez que una de ellas atravesaba un mal momento o cuando estaban de viaje.Como era de esperarse, fue Cinthia quien propuso jugar, ya que Mariana no estaba pasando por su mejor etapa. A lo que Verónica respondió:—Es verdad… ve por las cartas para empezar.Sin pensarlo dos veces, Cinthia se levantó de donde estaba sentada y se fue a su habitación a buscarlas.Mientras tanto, Verónica y Mariana fueron a la cocina a preparar algunos pasabocas y a buscar copas para el vino. Como siempre que jugaban, abrían una botella y brindaban entre risas, ya fuera por la suerte, por su amistad o simplemente para burlarse de la que había sacado la temida carta del castigo.Una vez que tenían todo listo, subieron a la terraza con las cosas… listas para comenzar, como ellas decían, su “batalla campal”.Después de que todas las cosas estuvieron acomodadas en la mesa central, junto a l
Cinthia respiró hondo y comenzó a contarles cómo lo había conocido. Les dijo que, por primera vez, un hombre la había mirado como a una mujer de verdad, y no como una facilona que se acuesta con cualquiera que le llama la atención.Además, les confesó que él fue el primer chico que no tenía idea de quién era su familia, ni se acercó a ella por los apellidos que llevaba encima.Luego, con un tono más suave, les contó que él no la recuerda, pero que fue precisamente él quien le salvó la vida aquella noche en la discoteca. Sin embargo, tiene novia… y se ve que es muy feliz con ella. Por eso nunca se atrevió a decirle nada.Después de un largo silencio, con una expresión nostálgica, Cinthia volvió a hablar:—Ustedes saben cuál es mi lema: nunca acostarme con hombres comprometidos. Puedo ser muchas cosas, pero respeto profundamente a los hombres que ya tienen pareja.Suspiró con fuerza, bajando un poco la mirada y continuó:—Y cómo dice el dicho… no hagas lo que no te gusta que te hagan. S
En ese momento, Mariana le contestó con tono burlón:—Dale gracias a Dios, que tú puedes comer y seguir comiendo sin engordar ni un poquito. En cambio, nosotras dos… con solo mirar lo que hemos pedido, ya sabemos que más tarde nos toca ir al gimnasio a quemar todas estas calorías.Aunque antes del matrimonio con Jacob a Mariana no le importaba mucho cómo se veía, después del divorcio es que había empezado a cuidarse un poco más.Fue entonces cuando Cinthia, con tono misterioso, les preguntó:—¿Saben por qué les dije que viniéramos aquí hoy?—No me digas que no fue para ver a tu mesero favorito —respondió Vero, con una sonrisa pícara en los labios.—Aparte de eso —dijo Cinthia, levantando una ceja con intención—, hay dos cosas que quiero discutir con ustedes hoy.—¿Y cuáles son? —preguntó Vero, con curiosidad.—Deja la impaciencia y déjame hablar —le respondió Cinthia, con un gesto teatral.—Sabes que cuando como dulce me pongo hiperactiva —replicó Vero, entre risas, haciendo que Maria
Cinthia, al ver que el chico que le gustaba la había visto en ese estado, quería morirse de la vergüenza. Inmediatamente, le reclamó a Vero:—¿Acaso no te puedes conformar con todo lo que ya tienes en la mesa?Vero, con una sonrisa divertida, le respondió:—¡Pero si lo había pedido mucho antes de que te pasara eso! Además, no voy a conformarme con solo tres cosas en la mesa…Después de ese momento, las tres amigas estuvieron totalmente de acuerdo con su día de chicas. Comieron, rieron y hablaron de sus cosas como no lo habían hecho en mucho tiempo.Camino al spa, Mariana rompió el silencio:—Chicas, gracias por estar siempre ahí cuando más las necesito. Nunca olviden que las quiero mucho.Las otras dos respondieron al unísono, sin dudar:—Nosotras también te queremos a ti.Luego llegaron al spa y se dejaron consentir como se lo merecían —según las palabras de Cinthia—. Después de varias horas en ese lugar, se fueron de compras y adquirieron infinidad de ropa, zapatos y joyas, sabiendo
Cuando Felipe entró a la habitación de su hijo, la niñera estaba ayudándolo a quitarse el uniforme del jardín.Él se sentó en la cama y le dijo con voz suave:—Ven para acá.El pequeño se acercó a su padre sin dudar, y en cuanto la niñera notó la presencia de su jefe, se dio la vuelta en silencio y salió de la habitación, dejándolos a solas.Felipe subió a Andrés sobre sus piernas y, con voz serena, comenzó a explicarle que debía hacer un viaje de negocios que duraría unos cuantos días. Le pidió que se portara bien con los abuelos y con los empleados, y le prometió que, si lo hacía, le traería un regalo cuando volviera.—Sí, papá —respondió el niño, muy contento al escuchar la palabra "regalo".En ese momento, Andrés lo miró con una sonrisa tímida y dijo:—Papá, te quiero mucho.Felipe le acarició la cabeza con ternura, con sus grandes manos, y le respondió con el corazón lleno:—Y yo a ti, pequeño. Eres lo más importante para mí.Luego, con un dejo de melancolía en la voz, añadió:—C
Dominik llamó a un amigo para invitarlo también. Luego le dijo que él se encargaría del antifaz, y, de inmediato, tras colgarle, llamó a su secretaria para que los consiguiera y se los hiciera llegar a su casa. Después, cogió las llaves de su auto y su teléfono, y salió de su oficina.Por su parte, Felipe se encontraba en su habitación, con el teléfono en la mano. Si alguien lo observaba con detenimiento, notaría que su rostro no estaba del todo bien… más bien parecía distorsionado, cargado de emociones contenidas. En la pantalla de su teléfono se veía una foto de Sofía, sentada en un columpio adornado con flores, cargando a su hijo Andrés. En la imagen, ella sonreía ampliamente.Felipe apretó el teléfono con rabia y estuvo a punto de borrar la imagen mientras murmuraba para sí que ya era hora de dejar todos esos recuerdos atrás. Sin embargo, al pensar en su hijo, dudó… y terminó presionando cancelar. No podía eliminarla. Cuando Andrés creciera, tal vez quisiera conservar aquel recuer
Luego, Vero le dijo:—Esperemos que se nos una Cinthia y subimos a nuestro privado, ya me cansé de bailar.—Está bien —respondió Mariana mientras bebía un sorbo de su trago.Justo en ese momento, mientras esperaban a Cinthia, se les acercó un mesero que, señalando discretamente a los tres caballeros que las observaban desde arriba, les dijo que aquellos hombres las habían invitado a su privado.—Está bien, solo esperamos a nuestra amiga y subimos —contestó Vero con naturalidad.Mariana la miró con gesto de advertencia, a lo que Vero le devolvió una mirada igual de elocuente.El mesero se quedó a un lado, esperando a que Cinthia dejara de bailar y se les acercara. Mientras tanto, Felipe no dejaba de mirar a Mariana.Cuando Cinthia llegó junto a ellas, preguntó casi de inmediato:—¿Qué está pasando?Vero, de inmediato, le comentó:—Unos chicos nos invitaron a su mesa. Solo te estábamos esperando para subir juntas.Cinthia respondió con una sonrisa traviesa:—Se nos arregló la noche. Ad
Felipe, al notar cómo Mariana no apartaba la vista de sus labios, le dijo con una sonrisa traviesa.—Y me imagino que también te gustaría probarlos, ¿cierto?Luego añadió, con el mismo tono provocador:—Solo lo pregunto porque parece que te gustaron bastante... Dado que no les quitas la mirada de encima.Mariana, sin pensar demasiado, le respondió con un firme:—Sí.Y enseguida, como si las palabras hubieran escapado solas de su boca, se tapó la boca con ambas manos, avergonzada, como una niña pequeña que había dicho una grosería delante de sus padres y no sabía dónde esconderse.Pero después de ese instante de duda, se armó de valor y continuó con voz decidida:—Además... estoy segura de que alguien ya te ha dicho que tus labios son muy provocativos. Dan ganas de besarlos. Te lo digo en serio, y tú ya deberías saberlo. No me digas que nunca te has visto en un espejo.Lo miró de frente, sin titubear, y concluyó:—Puedo apostar lo que quieras a que tienes un harén de mujeres detrás de