—Sé que no podemos, pero ambos queremos. Quisiera que no estuviera pasando nada malo entre Anna y Mikhail y que pudiéramos seguir con lo nuestro.—Ya habrá tiempo, pero por ahora no desesperemos. Yo quiero hacer las cosas bien contigo, quiero que construyamos esto poco a poco, si tú me das la oportunidad de conocernos.Tatiana se quedó muy pensativa, perdida ante las palabras de Sergei; no podía creer que todo había pasado de ser un divertido juego a algo más formal, y de cierta forma, eso le agradaba.Pensó en Sergei como una posibilidad desde la noche que pasaron juntos sin querer. Le gustaban muchas cosas de ese hombre, demasiadas para ser exactas, y más aún sabiendo todo lo que Anna le había contado sobre él y cómo era con las mujeres: caballeroso, atento, amable; las cualidades que toda chica busca en su pareja.—Yo también quiero conocerte, créeme, pero no sabemos a dónde nos llevará todo esto. A mí no me ha ido bien en el amor.—Seguramente no te habías topado con un caballero
Eran besos urgentes, con una necesidad apremiante en ambos, que querían que aquello se transformara en algo más.Quedaron desnudos en fracciones de segundo, era lo que tanto estaban necesitando los dos; se dejaron llevar por la pasión contenida durante tanto tiempo. Estallaron de placer cuando Mikhail la tomó con desesperación, con lujuria, con amor y con todas las ganas contenidas en los últimos días. Anna gemía, jadeaba y se contorsionaba en la cama, como si fuera una de las primeras veces que él la tomaba.—Te amo Anna y te he extrañado como un loco.—Yo también te he extrañado mucho a ti, mi amor.Culminaron esa apasionada entrega, llena de tantas cosas que los volvían locos de deseo y de amor.Después de terminar rendidos, uno en los brazos del otro, se sumieron en un sueño profundo. Desgraciadamente, como tenía que ser, en la madrugada, cuando despertaron de su sueño, la realidad los golpeó abruptamente. Siendo Anna la primera en levantarse y abandonar los brazos de Mikhail.
Al ver el estado y el dolor en el rostro de la señora, Anna pidió a los guardias que la soltaran. Los agentes obedecieron de inmediato, sabiendo que Anna era la esposa del doctor Mikhail.La mujer agradeció por la ayuda. Anna, al observar su rostro desfigurado por el sufrimiento, recordó cómo a ella misma la habían tratado mal en el pasado. Sin dudarlo, dejó sus cosas en el suelo y se arrodilló junto a ella para ayudarla a ponerse de pie.— Eres un ángel —susurró la señora, tomando la mano de Anna en un gesto de desesperación.— ¿Se encuentra bien? —preguntó Anna, claramente preocupada al ver su estado físico—. Si se siente mal, puedo atenderla. Adentro están los mejores especialistas. Yo soy doctora.— Gracias, doctora, pero no he venido por mi salud. Estoy aquí para ver a mi hermana. Tenemos una cuenta pendiente. No callaré más. Estoy aquí para luchar por lo que es mío y desenmascarar a esa traidora.Conmovida, Anna le pasó un pañuelo para que se secara las lágrimas y la ayudó a inc
Stevana asintió, con las manos entrelazadas, mirando sus ropas desgastadas y viejas. Sus manos sucias y descuidadas le recordaban la miseria que arrastraba, y la vergüenza de presentarse así frente a su propio hijo. Sentía que Mikhail no la dejaba tocarlo por asco, y esa idea le dolía más que cualquier otra cosa.—Sé que es difícil creer que una extraña sucia y mal vestida te diga que eres su hijo, pero no miento. No eres hijo de mi hermana. Olga nunca pudo haber tenido hijos, porque recuerdo que ella descubrió que era estéril mucho antes de casarse.Las palabras de Stevana cayeron como una bomba. Anna abrió los ojos de par en par, mientras Mikhail rompía a reír, pero esta vez la risa era de pura incredulidad. Giró su silla, decidido a irse; ya no podía soportar escuchar más de esa historia que le parecía completamente ridícula.—Anna, no quiero a esta mujer un segundo más aquí —ordenó, con voz fría y autoritaria.Antes de que pudiera irse, Stevana intentó correr hacia él, pero se enr
Sergei llegó al lugar donde Mikhail lo había citado, y de inmediato algo le llamó la atención: estaban en un bar. Esto lo sorprendió enormemente, ya que desde que Mikhail había quedado paralítico, nunca quiso volver a un bar. Esa negativa había sido constante, como si evitar ese tipo de lugares formara parte de una nueva rutina en su vida. Sin embargo, ahora estaba allí, y eso aumentó aún más la preocupación de Sergei. Se apresuró y, al llegar, lo que vio lo dejó desconcertado.Mikhail, normalmente impecable y sereno, estaba desaliñado: la camisa desfajada, el cabello despeinado, y una botella de alcohol medio vacía en su mano. Verlo en ese estado, en un lugar que antes rechazaba, hacía que la situación fuera aún más inquietante. —¡Mikhail! —exclamó Sergei al verlo—. ¿Qué haces aquí? No puedes estar tomando alcohol, estás bajo medicación y esto puede hacerte mucho daño.—Necesito este trago más que nunca —respondió Mikhail con voz ronca—. No quiero que me regañes. Te pedí que vinie
Anna no respondió a la pregunta de Mikhail. En vez de eso, sin decir una palabra, corrió al regazo de él y lo abrazó fuertemente. Sus brazos se aferraron a su cuerpo, como si temiera que el momento se desvaneciera, como si necesitara sentirlo vivo, real.—¿Estás bien? —le preguntó en un susurro, con la voz quebrada por el temor y el alivio.Mikhail la apretó más contra él, aspirando profundamente, como si necesitara impregnarse de su esencia, de su calor. Durante un instante, el mundo se detuvo para ambos; un instante en el que solo existían ellos dos y nada más importaba. Sin embargo, Mikhail se obligó a alejarla un poco, suavemente, para poder acunar la cara de Anna entre sus manos. Miró con detenimiento la pequeña herida en su frente, mientras sus dedos recorrían su piel con una ternura que no había mostrado en mucho tiempo.—¿Cómo te ha hecho esto? —le preguntó con voz contenida, aunque la preocupación en su mirada lo decía todo.Anna esbozó una pequeña sonrisa, adorando la ma
Al día siguiente, María caminaba por el pasillo con pasos decididos, pero a mitad de camino, el mundo a su alrededor comenzó a dar vueltas. Los mareos le llegaron como una ráfaga repentina, haciéndola tambalearse. Se apoyó en la pared, respirando profundamente, esperando que la sensación se disipara. «No ahora», pensó apretando los dientes, mientras luchaba por no perder el equilibrio. Su plan no podía fallar. Tras unos momentos que parecieron eternos, el mareo cedió.—Aprovecharé mi debilidad— murmuró antes de sonreír malévola.Al cruzar la puerta del área de descanso de las enfermeras, una de ellas que levantó la vista y notó el rostro pálido de María. No tardó en acercarse.—Disculpe, señora, ¿se encuentra bien? —preguntó con genuina preocupación—. ¿Necesita algo?María, aún mareada, fingió obligarse a esbozar una sonrisa. Sabía que cada palabra debía ser medida, y ahora era el momento de poner en marcha su estrategia.—Vine a buscar a Mikhail, pero antes quería descansar un po
Olga apretaba el volante con sus manos temblorosas, incapaz de controlar el temblor que invadía su cuerpo. La desesperación la envolvía mientras sus ojos saltaban de un lado a otro, nerviosos, tratando de captar cualquier posible peligro. Sabía que había cometido un grave error. No debía haber chocado el auto en el que viajaba Svetlana. Ella nunca actuaba de forma impulsiva, pero esta vez, la sensación de estar acorralada la había empujado a actuar sin pensar. No le importaba que, con lo que acababa de hacer, se estaba convirtiendo en una presunta homicida, pues, en caso de que cualquiera de ellas perdiera la vida, sería una homicida declarada por arrebatarles la vida a esas mujeres.«¿Qué he hecho?», pensaba, porque ahora el frente de su coche, su único bien de valor, estaba destrozado, abollado como su propia vida. Y lo peor era que era lo único que tenía para vender. ¿Cómo iba a pagar siquiera una noche en un hotel? ¿A dónde iba a ir o con quién? Su arrebato la había hecho perder