Stevana asintió, con las manos entrelazadas, mirando sus ropas desgastadas y viejas. Sus manos sucias y descuidadas le recordaban la miseria que arrastraba, y la vergüenza de presentarse así frente a su propio hijo. Sentía que Mikhail no la dejaba tocarlo por asco, y esa idea le dolía más que cualquier otra cosa.—Sé que es difícil creer que una extraña sucia y mal vestida te diga que eres su hijo, pero no miento. No eres hijo de mi hermana. Olga nunca pudo haber tenido hijos, porque recuerdo que ella descubrió que era estéril mucho antes de casarse.Las palabras de Stevana cayeron como una bomba. Anna abrió los ojos de par en par, mientras Mikhail rompía a reír, pero esta vez la risa era de pura incredulidad. Giró su silla, decidido a irse; ya no podía soportar escuchar más de esa historia que le parecía completamente ridícula.—Anna, no quiero a esta mujer un segundo más aquí —ordenó, con voz fría y autoritaria.Antes de que pudiera irse, Stevana intentó correr hacia él, pero se enr
Sergei llegó al lugar donde Mikhail lo había citado, y de inmediato algo le llamó la atención: estaban en un bar. Esto lo sorprendió enormemente, ya que desde que Mikhail había quedado paralítico, nunca quiso volver a un bar. Esa negativa había sido constante, como si evitar ese tipo de lugares formara parte de una nueva rutina en su vida. Sin embargo, ahora estaba allí, y eso aumentó aún más la preocupación de Sergei. Se apresuró y, al llegar, lo que vio lo dejó desconcertado.Mikhail, normalmente impecable y sereno, estaba desaliñado: la camisa desfajada, el cabello despeinado, y una botella de alcohol medio vacía en su mano. Verlo en ese estado, en un lugar que antes rechazaba, hacía que la situación fuera aún más inquietante. —¡Mikhail! —exclamó Sergei al verlo—. ¿Qué haces aquí? No puedes estar tomando alcohol, estás bajo medicación y esto puede hacerte mucho daño.—Necesito este trago más que nunca —respondió Mikhail con voz ronca—. No quiero que me regañes. Te pedí que vinie
Anna no respondió a la pregunta de Mikhail. En vez de eso, sin decir una palabra, corrió al regazo de él y lo abrazó fuertemente. Sus brazos se aferraron a su cuerpo, como si temiera que el momento se desvaneciera, como si necesitara sentirlo vivo, real.—¿Estás bien? —le preguntó en un susurro, con la voz quebrada por el temor y el alivio.Mikhail la apretó más contra él, aspirando profundamente, como si necesitara impregnarse de su esencia, de su calor. Durante un instante, el mundo se detuvo para ambos; un instante en el que solo existían ellos dos y nada más importaba. Sin embargo, Mikhail se obligó a alejarla un poco, suavemente, para poder acunar la cara de Anna entre sus manos. Miró con detenimiento la pequeña herida en su frente, mientras sus dedos recorrían su piel con una ternura que no había mostrado en mucho tiempo.—¿Cómo te ha hecho esto? —le preguntó con voz contenida, aunque la preocupación en su mirada lo decía todo.Anna esbozó una pequeña sonrisa, adorando la ma
Al día siguiente, María caminaba por el pasillo con pasos decididos, pero a mitad de camino, el mundo a su alrededor comenzó a dar vueltas. Los mareos le llegaron como una ráfaga repentina, haciéndola tambalearse. Se apoyó en la pared, respirando profundamente, esperando que la sensación se disipara. «No ahora», pensó apretando los dientes, mientras luchaba por no perder el equilibrio. Su plan no podía fallar. Tras unos momentos que parecieron eternos, el mareo cedió.—Aprovecharé mi debilidad— murmuró antes de sonreír malévola.Al cruzar la puerta del área de descanso de las enfermeras, una de ellas que levantó la vista y notó el rostro pálido de María. No tardó en acercarse.—Disculpe, señora, ¿se encuentra bien? —preguntó con genuina preocupación—. ¿Necesita algo?María, aún mareada, fingió obligarse a esbozar una sonrisa. Sabía que cada palabra debía ser medida, y ahora era el momento de poner en marcha su estrategia.—Vine a buscar a Mikhail, pero antes quería descansar un po
Olga apretaba el volante con sus manos temblorosas, incapaz de controlar el temblor que invadía su cuerpo. La desesperación la envolvía mientras sus ojos saltaban de un lado a otro, nerviosos, tratando de captar cualquier posible peligro. Sabía que había cometido un grave error. No debía haber chocado el auto en el que viajaba Svetlana. Ella nunca actuaba de forma impulsiva, pero esta vez, la sensación de estar acorralada la había empujado a actuar sin pensar. No le importaba que, con lo que acababa de hacer, se estaba convirtiendo en una presunta homicida, pues, en caso de que cualquiera de ellas perdiera la vida, sería una homicida declarada por arrebatarles la vida a esas mujeres.«¿Qué he hecho?», pensaba, porque ahora el frente de su coche, su único bien de valor, estaba destrozado, abollado como su propia vida. Y lo peor era que era lo único que tenía para vender. ¿Cómo iba a pagar siquiera una noche en un hotel? ¿A dónde iba a ir o con quién? Su arrebato la había hecho perder
Después de un hermoso despertar junto a Mikhail, Anna decidió preparar un desayuno especial, algo que no solo fuera delicioso, sino que también le diera la bienvenida a Svetlana y brindara un poco de paz en medio de la tensión que Mikhail sentía tras hablar con Olga. Los últimos días habían sido muy difíciles.Con una sonrisa, le pidió a la empleada que tomara un descanso, decidida a encargarse de todo ella misma. Encendió el horno y comenzó a hornear, ansiosa por conocer los gustos de Svetlana y hacerla sentir como parte de la familia. Anna deseaba que Svetlana se sintiera lo más cómoda posible y que pronto olvidara su pasado para convertir su presente en algo mejor.—Qué rico se ve todo, Anna —exclamó Tatiana al entrar a la cocina, inhalando el aroma de los platillos que llenaba el aire—. Te has lucido con el desayuno. Déjame ayudarte a llevarlo a la mesa.Anna, mientras organizaba los platos, sonrió agradecida. Siempre era bienvenida la ayuda de su mejor amiga.—Gracias, amiga —dij
—Anna, te he estado llamando. ¿Por qué me estás evadiendo? —preguntó Alexey, claramente alterado—. No me gusta que me ignoren.—Y a mí no me gusta que me retengas en contra de mi voluntad —replicó Anna con firmeza—. ¿Qué quieres? Y, ¿por qué me metiste aquí, en las escaleras de seguridad? Habla.Anna estaba visiblemente molesta. Si no había contestado las llamadas ni los mensajes de Alexey, era por una razón clara: no quería hablar con él, y mucho menos tener algún tipo de relación romántica. Ahora solo pensaba en escuchar lo que él tuviera que decirle para poder irse lo más rápido posible. No solo no disfrutaba de su cercanía, sino que le resultaba una presencia completamente molesta.—Quiero saber por qué no me dijiste que Mikhail y tú eran hermanos. Creo que eso me da una oportunidad contigo, ¿no?—No tengo que darte explicaciones de mi vida, a ti, ni a nadie. Soy libre de hacer lo que me plazca, y no tienes ninguna posibilidad conmigo, ni ahora, ni nunca.—No te hagas la santa aho
Mikhail estaba en una de las oficinas principales de su farmacia, revisando unos informes junto a su amigo Sergei, cuando su teléfono sonó. Al mirar la pantalla, vio el nombre de Tatiana. Contestó inmediatamente, su tono habitual de control al borde.—¿Tatiana?—Mikhail, estamos en la ambulancia. —La voz al otro lado era urgente. — Tu madre, Svetlana... esta mal. Estábamos compartiendo un helado cuando de repente se desplomó frente a nosotros. Vamos de camino al hospital.Mikhail sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. Por primera vez en mucho tiempo, una sensación de angustia real lo golpeó. Su respiración se aceleró, y su mente, por un segundo, quedó en blanco.—¿Qué...? ¿Cómo? —Mikhail se quedó sin palabras.Al otro lado, Tatiana intentaba calmarlo, pero él apenas la escuchaba. Sergei, que estaba junto a él, lo observó perplejo. Nunca había visto a Mikhail tan afectado, tan vulnerable. La frialdad que solía mantener bajo control parecía desmoronarse ante la noticia.—Voy