María, sin embargo, mantenía su sonrisa. —No seas tan duro conmigo, Mikhail. Esto cambiará todo —dijo, dejando un sobre en su escritorio—. Ábrelo cuando quieras.Mikhail lo miró con desconfianza, mientras María disfrutaba del momento. «Ahora todo va a ser como siempre soñé», pensó. «Mikhail será mío».Pero cuando él finalmente levantó la vista, lo hizo con una mirada tan fría y calculadora que la sonrisa de María se desvaneció.—Sergei, trae a un ginecólogo para hacerle una prueba —ordenó Mikhail con un tono glacial.María sintió cómo su estómago se retorcía. —¡¿Qué?! —exclamó, ofendida—. Entiendo que desconfíes de mí, pero jamás mentiría sobre algo tan serio.—Lo harías —replicó Mikhail, implacable—. Serías capaz de cualquier cosa con tal de pensar que estaré a tu lado.María jadeó, incrédula ante la frialdad con la que Mikhail la trataba. —Si no estás dispuesta a hacer la prueba, vete.Apretando los puños y tragándose su orgullo, María aceptó.Minutos después, se encontraba en la mi
El silencio al otro lado del teléfono se sintió como una puñalada. Olga, angustiada, colgó la llamada de golpe. El pánico comenzó a arrastrarla hacia el abismo, y decidió que no tenía más opción que ir en persona. Así que, con la dignidad destrozada, se dirigió al centro psiquiátrico.Al llegar, intentó mantener la calma, aunque sus manos temblaban. Caminó hasta la recepción y solicitó una reunión con el doctor. Al entrar en su oficina, lo vio sentado, sereno, como si disfrutara del poder que tenía sobre ella.—He venido a hablar con usted, esperando que pueda comprenderme y ofrecerme un poco de tiempo —dijo Olga, casi suplicando—. Mi familia está pasando por una mala racha, y de momento no tengo liquidez.El doctor la miró, su expresión era una mezcla de indiferencia y desprecio.—Eso no es mi problema, señora Petrova —respondió con frialdad—. Tenemos un trato, y usted debe cumplirlo. Le sugiero que se ahorre las excusas.Olga, sintiéndose cada vez más desesperada, se inclinó hacia é
Anna llegó puntualmente a la cena, y mientras caminaba, el sonido de sus tacones resonaba en el elegante restaurante, atrayendo la atención de Alexey, quien ya la esperaba, vestido con un carísimo traje de diseñador que acentuaba su porte apuesto.No pudo evitar que su corazón diera un pequeño salto al verlo; había algo en su mirada que la intrigaba.Él se acercó para recibirla, tirando suavemente de la silla para que se sentara. Sobre la mesa, una botella de vino de alta gama ya brillaba, lista para ser descorchada.—Hola, Anna. Muchas gracias por aceptar mi invitación —dijo Alexey, mostrando una gran sonrisa—. Me alegra que podamos compartir un rato fuera del hospital.—Hola, Alexey. Gracias a ti por la invitación, es un lindo detalle de tu parte —respondió ella, tratando de mantener la conversación ligera.—Me siento halagado por tu compañía. ¿Te gustaría un poco de vino? —propuso él, sirviéndole en una copa con movimientos delicados.—Sí, por favor. He escuchado que la carta de vi
Sin siquiera mirar atrás, Anna abrió la puerta y se subió al vehículo, cerrándola rápidamente tras de sí, como si ese movimiento fuera su salvación.—¿Cómo sabías dónde estaba? —preguntó ella, aún sorprendida, intentando recuperar el aliento. Mikhail sonrió ligeramente, pero mantuvo su mirada fija en la carretera.—Sabía que verías la verdadera naturaleza de Alexey. Por eso quise estar cerca —respondió con una calma tensa. Sin embargo, Anna no pudo ignorar el ligero temblor en sus manos mientras aferraba el volante—. ¿Qué te hizo ese infeliz?Anna notó cómo apretaba el volante con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.—Nada… solo malinterpretó mis intenciones al aceptar su invitación. Yo solo quería ser su amiga —respondió Anna, tratando de sonar despreocupada, aunque la situación claramente la afectaba.—¡Por supuesto que lo malinterpretó! ¿Cómo se te ocurre pensar que un tipo como él podría tener una mujer como amiga? —la interrumpió Mikhail, perdiendo el control por un
—Sé que no podemos, pero ambos queremos. Quisiera que no estuviera pasando nada malo entre Anna y Mikhail y que pudiéramos seguir con lo nuestro.—Ya habrá tiempo, pero por ahora no desesperemos. Yo quiero hacer las cosas bien contigo, quiero que construyamos esto poco a poco, si tú me das la oportunidad de conocernos.Tatiana se quedó muy pensativa, perdida ante las palabras de Sergei; no podía creer que todo había pasado de ser un divertido juego a algo más formal, y de cierta forma, eso le agradaba.Pensó en Sergei como una posibilidad desde la noche que pasaron juntos sin querer. Le gustaban muchas cosas de ese hombre, demasiadas para ser exactas, y más aún sabiendo todo lo que Anna le había contado sobre él y cómo era con las mujeres: caballeroso, atento, amable; las cualidades que toda chica busca en su pareja.—Yo también quiero conocerte, créeme, pero no sabemos a dónde nos llevará todo esto. A mí no me ha ido bien en el amor.—Seguramente no te habías topado con un caballero
Eran besos urgentes, con una necesidad apremiante en ambos, que querían que aquello se transformara en algo más.Quedaron desnudos en fracciones de segundo, era lo que tanto estaban necesitando los dos; se dejaron llevar por la pasión contenida durante tanto tiempo. Estallaron de placer cuando Mikhail la tomó con desesperación, con lujuria, con amor y con todas las ganas contenidas en los últimos días. Anna gemía, jadeaba y se contorsionaba en la cama, como si fuera una de las primeras veces que él la tomaba.—Te amo Anna y te he extrañado como un loco.—Yo también te he extrañado mucho a ti, mi amor.Culminaron esa apasionada entrega, llena de tantas cosas que los volvían locos de deseo y de amor.Después de terminar rendidos, uno en los brazos del otro, se sumieron en un sueño profundo. Desgraciadamente, como tenía que ser, en la madrugada, cuando despertaron de su sueño, la realidad los golpeó abruptamente. Siendo Anna la primera en levantarse y abandonar los brazos de Mikhail.
Al ver el estado y el dolor en el rostro de la señora, Anna pidió a los guardias que la soltaran. Los agentes obedecieron de inmediato, sabiendo que Anna era la esposa del doctor Mikhail.La mujer agradeció por la ayuda. Anna, al observar su rostro desfigurado por el sufrimiento, recordó cómo a ella misma la habían tratado mal en el pasado. Sin dudarlo, dejó sus cosas en el suelo y se arrodilló junto a ella para ayudarla a ponerse de pie.— Eres un ángel —susurró la señora, tomando la mano de Anna en un gesto de desesperación.— ¿Se encuentra bien? —preguntó Anna, claramente preocupada al ver su estado físico—. Si se siente mal, puedo atenderla. Adentro están los mejores especialistas. Yo soy doctora.— Gracias, doctora, pero no he venido por mi salud. Estoy aquí para ver a mi hermana. Tenemos una cuenta pendiente. No callaré más. Estoy aquí para luchar por lo que es mío y desenmascarar a esa traidora.Conmovida, Anna le pasó un pañuelo para que se secara las lágrimas y la ayudó a inc
Stevana asintió, con las manos entrelazadas, mirando sus ropas desgastadas y viejas. Sus manos sucias y descuidadas le recordaban la miseria que arrastraba, y la vergüenza de presentarse así frente a su propio hijo. Sentía que Mikhail no la dejaba tocarlo por asco, y esa idea le dolía más que cualquier otra cosa.—Sé que es difícil creer que una extraña sucia y mal vestida te diga que eres su hijo, pero no miento. No eres hijo de mi hermana. Olga nunca pudo haber tenido hijos, porque recuerdo que ella descubrió que era estéril mucho antes de casarse.Las palabras de Stevana cayeron como una bomba. Anna abrió los ojos de par en par, mientras Mikhail rompía a reír, pero esta vez la risa era de pura incredulidad. Giró su silla, decidido a irse; ya no podía soportar escuchar más de esa historia que le parecía completamente ridícula.—Anna, no quiero a esta mujer un segundo más aquí —ordenó, con voz fría y autoritaria.Antes de que pudiera irse, Stevana intentó correr hacia él, pero se enr