De repente, el sonido agudo que Anna tanto temía se detuvo. Un murmullo de alivio recorrió la sala, y el equipo médico, que hasta ese momento estaba lleno de nerviosismo, comenzaron a respirar más tranquilos. Uno de los doctores, con la frente perlada de sudor, dio un paso atrás, levantando la vista para intercambiar una mirada de comprensión con los demás.—Lo logramos —susurró el cirujano principal, bajando las manos de sobre el pecho de Mikhail—. Los signos vitales han vuelto a la normalidad.Anna parpadeó, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Su corazón, que había estado al borde de estallar, parecía detenerse por un instante, y luego… explotó en un torbellino de alivio. Su cuerpo entero se desplomó, pero no de desesperación, sino de una alegría tan intensa que la dejó sin aliento.—Está vivo… —balbuceó, como si decirlo en voz alta hiciera la realidad más tangible—. ¡Está vivo!Lágrimas de alivio corrieron por su rostro mientras se cubría la boca, sollozando de alegría
—No me vengas con esas —respondió el hermano de María, endureciendo el rostro—. Tú me usaste, me hiciste cómplice de tu locura sin siquiera pedirme opinión. Todo lo que hice fue por ti, y mírame ahora. Aquí estoy, pagando por tus estupideces.—¡No te atrevas a hacerte la víctima! —gritó María—. Eres un asesino. Intentaste matar al hombre que amo, ¡y eso nunca te lo voy a perdonar!—¿Y yo debería perdonarte por destruir mi vida? —respondió él, con una mirada gélida—. No me importa lo que hagas a partir de ahora. No quiero saber más de ti. No quiero verte nunca más.—Dices lo que quieras, pero te lo aseguro —dijo María con una determinación oscura en sus ojos—. Mikhail será mío. Tarde o temprano, te enterarás de que nos hemos casado, y Anna estará fuera de su vida, muerta o desaparecida. Yo siempre consigo lo que quiero.Su hermano la miró, agotado, como si todas las palabras que pudiera decirle ya no tuvieran sentido.—Suerte con eso. Porque a partir de ahora, no tienes hermano. Morist
Anna abrió los ojos lentamente, sintiendo una presión insoportable en las sienes y un dolor punzante en cada músculo de su cuerpo. Al principio, sintió que todo era confuso, sombras y luces que parpadeaban a su alrededor, pero en cuanto trató de moverse, una oleada de dolor la atravesó. Miró a su alrededor con desconcierto. No estaba en su casa, ni en el hospital, y definitivamente no junto a Mikhail. El frío aire de la habitación golpeaba su piel, y al mirar hacia abajo, se dio cuenta de que estaba en ropa interior.Se llevó las manos al cuello, sintiendo algo que la hizo estremecerse.—Moretones—murmuró escandalizada. Los palpó con cuidado, y una sensación de pánico la invadió cuando se dio cuenta de que no solo los tenía en el cuello, sino también en los pechos y muslos. El terror empezó a crecer dentro de ella como una tormenta.—¿Qué... qué me pasó?—murmuró, con voz rota y temblorosa.Se levantó torpemente de la cama, apenas sosteniéndose, y buscó algo con que cubrirse. En
Mikhail la seguía mirando con el rostro rígido, y Anna no pudo soportarlo más. Se desmoronó, incapaz de contener las lágrimas que inundaban sus ojos. Con ambas manos se cubrió la cara, dejando que las lágrimas se deslizaran entre sus dedos. Su cuerpo temblaba con el peso del arrepentimiento y el dolor. Cada sollozo era como un grito ahogado que reverberaba en la habitación, pero Mikhail se quedó inmóvil, mirándola en silencio, con el ceño fruncido, mientras luchaba contra el torrente de emociones que lo inundaban.Finalmente, incapaz de ignorar el sufrimiento de Anna, Mikhail extendió una mano y lentamente la atrajo hacia él. Con un suspiro, la rodeó con sus brazos, la sostuvo con fuerza contra su pecho, aunque sus pensamientos seguían oscuros, llenos de dudas.—No te preocupes, Anna —dijo con voz suave, aunque sus palabras eran vacilantes—. Lo que sea que haya ocurrido, lo resolveremos juntos.Anna se aferró a él con desesperación, pero Mikhail no podía evitar sentir una punzada de
Los días habían pasado lentamente desde que Anna y Mikhail regresaron a la villa. Ya que él no accedió a quedarse en la mansión Petrova, como ella le pidió, pero sí le dio el espacio que necesitaba. Dormían en habitaciones separadas, y aunque Mikhail intentaba acercarse a ella, como esposo, Anna había levantado barreras impenetrables. Era como si una muralla invisible los separara, una distancia emocional que Mikhail no sabía cómo derribar.Una mañana, Anna salió de su habitación y, al abrir la puerta, notó algo inusual en el suelo. Una esfera de cristal descansaba allí. En su interior, se podía ver un pequeño paisaje de una casa hermosa, con dos muñecos tomados de las manos. Al agudizar la vista, se dio cuenta de que había unas pequeñas letras inscritas: "Por favor, perdóname."Anna sonrió, aunque no de felicidad, sino de una nostalgia que le punzaba el corazón. Dejó la esfera a un lado y se dirigió a la cocina, donde la empleada preparaba el desayuno. Justo cuando entraba, Lucas
Mientras se desvestía, Mikhail dejó caer la camiseta al suelo, con su mirada fija en el espejo del vestuario. Su reflejo le devolvía una imagen que odiaba: el hombre que una vez fue poderoso y fuerte ahora estaba roto, incompleto. La cicatriz en su espalda parecía brillar bajo la luz fluorescente, recordándole que, sin importar el esfuerzo, no iba a caminar tan perfecto como antes.Escuchó pasos detrás de él y se tensó. Anna había entrado al vestuario masculino sin decir palabra, con una expresión seria. No podía evitarlo: su sola presencia lo agitaba, lo hacía sentir vivo y herido a la vez.—Anna, quiero que vuelvas a casa —le pidió con un tono que intentaba ser firme, pero su mirada lo traicionaba.Anna lo miró fijamente, frunciendo el ceño, desconcertada por su repentina petición. Sin decir una palabra, sacó su teléfono móvil y, sin apartar la mirada de Mikhail, comenzó a marcar un número. —¿Qué haces? —Voy a llamar a los guardias de seguridad —respondió ella, fría—. Necesito qu
Después de la cena, en la que Anna había estado inquieta, se fue a la habitación sin decir una palabra más. El silencio de Mikhail la atormentaba. Él no le había mencionado nada sobre su reunión con Mark, y eso solo incrementaba su ansiedad. Sintiendo que necesitaba calmarse, decidió tomar una ducha.—¿Ahora qué se trae Mikhail? —murmuraba para sí misma mientras el agua caliente intentaba, sin éxito, relajarla.Odiaba cuando él se tragaba las cosas, cuando la dejaba en la oscuridad. —¿Será que no me dice nada para evitar que agarre a María y le dé una paliza? — murmuraba mientras salía del baño, envuelta en una bata de seda, secándose el cabello con exasperación—. Seguro la protege por su hijo, pero yo no voy a dejar que esto pase así.—Anna —. Ella dio un pequeño salto, al girar el rostro y verlo allí, junto a los sillones—. No fue María, no fue ella quien orquestó todo lo que te pasó.Anna lo miró fijamente, entrecerrando los ojos, y frunció el ceño como si no pudiera procesar lo
Tras investigar a fondo, Anna había descubierto que Fina, la prima de Mikhail, era la propietaria de un exclusivo centro de belleza del cual había escuchado hablar muchas veces, pero jamás se habría imaginado que estaba bajo el control de esa mujer. Decidida a confrontarla, muy temprano esa mañana, invitó a Tatiana y dejaron a Lucas al cuidado de Svetlana.Al entrar al centro de belleza, los ojos de las empleadas se clavaron en ellas. Anna y Tatiana, fingiendo ser clientas comunes, se vieron obligadas a acceder a algunos tratamientos mientras esperaban la llegada de Fina. Pasaron los minutos hasta que la vieron aparecer, con un café americano en una mano y un costoso bolso en la otra, que lucía como un trofeo. Saludaba a todos los presentes con una sonrisa forzada, pero cuando sus ojos se posaron en Anna, la sangre pareció escaparse de su rostro.Fina se acercó disimuladamente, tratando de mantener las apariencias. —No eres bienvenida en mi negocio —le dijo con un tono helado—. Ve