1 de octubre,2025
El caos se apoderó de la sala en el instante en que grité. Las voces, las risas y la música se desvanecieron como si el aire mismo hubiese sido arrancado de la habitación. Todos los rostros se giraron hacia mí, desconcertados, pero yo no podía apartar la mirada de la caja que yacía en el suelo, intacta. Mi madre fue la primera en reaccionar, acercándose a mí con la urgencia de quien teme lo peor. -Clara, ¿qué ocurre? -su voz cargaba una preocupación tangible, casi palpable. Mi mano temblorosa señaló la caja, mientras mis labios apenas lograban articular palabra. -La caja... -logré murmurar, sintiendo un peso oscuro asentarse en mi pecho. -¿Qué tiene esa caja? La encontramos en el accidente, justo al lado tuyo. Pensé que te pertenecía, por eso la guardé. -El desconcierto en su tono contrastaba con la creciente sensación de horror que me embargaba. Sacudí la cabeza, con los ojos clavados en el objeto que no debería estar allí. -No... no puede ser... -murmuré, sintiendo que la realidad se desmoronaba a mi alrededor-. La vi.. yo la....tire yo..... La vi romperse... se hizo pedazos... ¿Cómo está aquí? Mi madre, Sarah, todos en la sala parecían atrapados en la misma incredulidad, pero solo yo conocía el terror que aquello implicaba. El aire se sentía denso, sofocante. El hogar que siempre había sido mi refugio ahora se sentía como una trampa, un lugar donde lo imposible podía materializarse con un susurro. Y entonces, la voz de mi hermano irrumpió en el silencio con una frialdad casi casual. -Balaam dice que no tengas miedo. Mi corazón se detuvo. Mi mente se aferró a ese nombre como si fuera una sombra. No podía ser una coincidencia. Me volví hacia mi hermano, el horror clavándose como un puñal en mis entrañas. -¿Qué dijiste? -mi voz era apenas un hilo de lo que alguna vez fue, casi un ruego. -Balaam -repitió él con una inocencia escalofriante-. Dice que le agradas. Las palabras cayeron como piedras en el vacío, reverberando en mi mente. Balaam. El mismo nombre que había visto grabado en la caja. Lo tomé por los hombros, el miedo apoderándose de mí, apretando con más fuerza de la que pretendía. -¿De dónde sacaste ese nombre? -insistí, pero mi hermano simplemente sonrió, como si no comprendiera la gravedad de lo que estaba diciendo. -Es mi amigo -respondió, con una tranquilidad que solo profundizó mi angustia-. Dijo que te conoce. Un frío indescriptible recorrió mi columna, paralizándome. No podía responder. Las palabras quedaron atrapadas en mi garganta, como si me hubieran arrancado la capacidad de hablar. Solté a mi hermano y retrocedí, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Mi madre intentaba hacerme volver en sí, pero sus palabras llegaban distorsionadas, lejanas, como si estuviera escuchando a través de una espesa niebla. El miedo había enraizado en mi pecho, y la familiaridad de mi hogar ya no ofrecía consuelo alguno. Todo era diferente, extraño, como si el mundo que conocía hubiese sido invadido por algo invisible, pero implacable. Más tarde, ya en la soledad de mi habitación, el eco de las palabras de mi hermano seguía resonando. La caja reposaba nuevamente sobre mi escritorio, inamovible. Abrí los ojos en la oscuridad, incapaz de dormir, sintiendo que había algo, una presencia invisible que me observaba, que aguardaba. No podía soportarlo más. Me levanté y, con el corazón palpitando en mis oídos, abrí la caja. Lo hice con manos temblorosas, esperando que todo fuera un malentendido, una trampa de mi mente. Pero ahí estaba, la inscripción que no me dejaba escapar: Balaam. De pronto, sentí que no estaba sola. Una sombra, densa y opresiva, llenó el cuarto. Mi respiración se hizo pesada, dificultosa. Sabía, sin necesidad de mirar, que algo más había cruzado conmigo el umbral de esa pesadilla, algo que no iba a detenerse. Porque lo peor, de eso estaba segura, aún estaba por venir. Aquella noche, el peso de la oscuridad en mi habitación era casi insoportable. Cada sombra parecía alargarse, susurrando cosas que no podía comprender. Trataba de dormir, pero mis ojos, incapaces de cerrarse por completo, seguían fijos en la caja sobre el escritorio. Algo dentro de mí sabía que no estaba sola, que esa presencia invisible seguía allí, acechando. El sueño no llegaba. Me removía entre las sábanas, luchando contra la sensación de opresión que se cernía sobre mí. Y de repente, un ruido sordo rompió el silencio. Mi corazón dio un vuelco. La caja se había caído del escritorio sin razón aparente, aterrizando frente al espejo, justo a los pies de mi cama. El sonido resonó en el cuarto, y el miedo se apoderó de mí, helando mi cuerpo. Traté de calmarme, convencida de que solo había sido el viento, un pequeño accidente. Pero algo en el aire era distinto, cargado de algo que no podía ver. Me levanté de la cama, el frío del suelo se sentía como cuchillos en mis pies descalzos. Caminé lentamente hacia el espejo, con el pulso martillándome en los oídos. Ahí estaba la caja, a mis pies. Me agaché, con la respiración entrecortada, y mientras me inclinaba, alzando la caja, algo me hizo levantar la vista. Fue entonces cuando lo vi. En el espejo, no era mi rostro el que me devolvía la mirada. Un rostro demoníaco, retorcido y grotesco, se reflejaba desde el otro lado. Sus ojos vacíos, dos pozos de oscuridad infinita, me miraban con un odio antiguo. Su piel era de un tono gris enfermizo, surcada por venas negras, y su boca, una fosa de dientes afilados, se curvaba en una sonrisa distorsionada. Los cuernos que surgían de su frente parecían haberse roto a la mitad, como si alguna vez hubieran sido mucho más largos. Me observaba como si supiera todo de mí, como si estuviera esperando este momento para revelarse. Mi cuerpo se paralizó. Por un instante, no pude respirar. Y antes de que pudiera siquiera reaccionar, aquella cosa en el espejo se lanzó hacia mí, atravesando el cristal como si fuera una cortina de humo. Sentí sus garras en mi piel, el aire denso en mis pulmones, y entonces grité, un grito desgarrador que partió el silencio en mil pedazos. 2 de octubre,2025 La puerta se abrió con un golpe, y mi madre apareció corriendo, su rostro bañado en preocupación. -¡Clara, despierta! -La voz de mi madre atravesó el terror, una mano firme me sacudió suavemente. Mis ojos se abrieron de golpe, jadeando. Entonces me di cuenta que fue una pesadilla , pero la sensación seguía ahí, el miedo envolviéndome. No podía distinguir qué había sido real y qué no. La caja, de nuevo, seguía en el suelo. El reflejo ya no estaba, pero el frío en mi pecho no me abandonaba. -¡Clara, cariño! ¿Qué sucede? -Su voz era una mezcla de miedo y preocupación, pero eso solo me hizo sentir más pequeña, más frágil. Me encogí en la cama, temblando, incapaz de contener las palabras que salían atropelladas de mi boca. -La caja... el espejo... había algo... algo horrible... -Solté entre sollozos, mi voz rota por el terror-. No era yo, mamá. No era mi reflejo. Era... era otra cosa. Me observaba. Me quería hacer daño. Mi madre se acercó rápidamente, tomando mis manos con firmeza, intentando consolarme. -Escucha, Clara, es solo tu mente. Has pasado por mucho... el accidente, el hospital. Tal vez... tal vez deberíamos hablar con alguien, un profesional. Un psiquiatra podría ayudarte a entender lo que está pasando. La sugerencia golpeó como un martillazo. La incredulidad y la furia se encendieron en mí de inmediato. Solté sus manos, apartándome. -¿Un psiquiatra? -escupí, las lágrimas ardiendo en mis mejillas-. ¿Crees que estoy loca? ¿Es eso lo que piensas? -No, Clara, no es eso... -Intentó explicar, su tono suave y cauteloso. -No estoy loca. -Mi voz era un susurro afilado, casi como si intentara convencerme a mí misma-. No estoy loca, mamá. Solo... déjame sola. Mi madre me miró, indecisa, atrapada entre el amor y la preocupación. Finalmente, suspiró y asintió lentamente. -Está bien... hablaré contigo cuando estés más tranquila. Me dejó allí, sola, mientras cerraba la puerta con cuidado. Pero el silencio que siguió no fue tranquilo. Se sintió como una prisión. Y en esa oscuridad, con la caja de música aún sobre el escritorio, supe que esa cosa, esa presencia, no se había ido. Solo estaba esperando. No podía seguir así. Cada momento que pasaba, la sensación de algo oscuro acechando en mi vida se volvía más insoportable. Necesitaba respuestas, y esa caja era la clave. Con un impulso casi desesperado, abrí mi laptop y comencé a buscar información sobre el nombre que estaba tallado en su interior: Balaam. Apenas escribí el nombre, el resultado apareció en la pantalla, y lo que descubrí me dejó paralizada. Balaam: Un antiguo espíritu de origen mesopotámico, mencionado en varios textos como un ser de poderes oscuros. Considerado un mensajero de entidades malignas, Balaam era invocado en rituales para provocar desgracias, caos y corrupción en el alma de sus víctimas. Mi corazón se aceleró mientras leía más. Las referencias hablaban de posesiones, de espíritus que se adherían a objetos y personas, transformando sus vidas en una lenta agonía. Las historias describían cómo Balaam arrastraba a sus víctimas a la desesperación, hundiéndolas en una espiral de miedo y paranoia. Sentí un nudo en el estómago. Esto era real. No podía ser una coincidencia. Tomé mi celular y llamé a Sarah sin pensar dos veces. -¿Hola? -respondió, y enseguida notó mi tono alterado-. Clara, ¿qué pasa? Suenas nerviosa. -Necesito verte, Sarah. Ahora, en el parque -le dije, tratando de no sonar tan desesperada, aunque era imposible ocultarlo. -¿Estás bien? Dime qué sucede. -Te lo explicaré cuando te vea -insistí con voz tensa. Colgué y salí apresurada de casa. Mientras caminaba hacia el parque, mis pensamientos seguían girando en torno a lo que había leído. Balaam, un demonio, un espíritu oscuro que parecía estar relacionado con la caja. Algo estaba ocurriendo, algo que no comprendía del todo, pero que me aterrorizaba más con cada minuto que pasaba. Al cruzar una avenida, vi una pequeña oficina con una conferencia en curso. No pude evitar detenerme un momento. El título en la puerta capturó mi atención: La metamorfosis: el viaje inevitable hacia el cambio. Me quedé de pie en la entrada, observando al conferenciante que hablaba con una voz serena y clara. -La metamorfosis -explicaba- es el proceso por el cual algo o alguien atraviesa un cambio radical, una transformación que es muchas veces irreversible. Este proceso, aunque natural, suele estar acompañado de dolor. Dolor porque lo viejo debe morir para que lo nuevo pueda surgir. Una mujer en la audiencia levantó la mano y preguntó: -¿Siempre es doloroso? ¿El cambio? El conferenciante asintió con gravedad. -El cambio implica dejar atrás lo que alguna vez fuiste. Y eso puede ser aterrador. Nos aferramos a lo familiar, pero el cambio nos obliga a enfrentarnos a lo desconocido. Y en esa transición, a menudo encontramos sufrimiento. Sus palabras resonaron profundamente en mí. Era como si estuviera describiendo exactamente lo que me estaba ocurriendo. Sentí un escalofrío recorrerme. Una transformación... irreversible. ¿Era eso lo que estaba viviendo? ¿Una especie de metamorfosis, provocada por la caja y el nombre maldito que portaba? Apenas pude mantenerme en pie tras escuchar esa última frase. Aceleré el paso, sintiendo el peso de lo que había descubierto, y el miedo se apoderó de mí. Tenía que llegar al parque, hablar con Sarah. Tal vez ella pudiera ayudarme a entender. Cuando llegué al parque, vi a Sarah sentada en una banca bajo la sombra de un árbol, mirando distraídamente su teléfono. Respiré hondo, tratando de calmar los nervios que me corroían por dentro. Aceleré el paso, casi sin darme cuenta, como si verla me ofreciera un alivio momentáneo. -¡Sarah! -la llamé, con la voz entrecortada, apenas logrando que me saliera algo audible. Ella levantó la vista y esbozó una sonrisa cálida, aunque su rostro reflejaba preocupación. -Clara, por fin. ¿Qué está pasando? -dijo, poniéndose de pie mientras me acercaba-. Me tienes preocupada. -Es... complicado -respondí, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero todo se sentía tan caótico en mi cabeza-. Necesito que me escuches, algo raro está ocurriendo. Algo con la caja, el accidente... y ese nombre. Nos sentamos, y mientras empezaba a explicarle lo que había descubierto sobre Balaam, sentí que el peso de todo lo que había estado guardando comenzaba a liberarse. Sarah me escuchaba atenta, aunque su rostro reflejaba incredulidad. -Clara, no puedes tomarte en serio esas cosas de internet -dijo, intentando racionalizar lo que le contaba-. Es solo una coincidencia, una historia vieja. ¿Realmente crees que una caja puede...? De repente, un hombre pasó junto a nosotras. Al principio, no le presté atención, hasta que noté que giraba la cabeza en mi dirección. Su rostro era algo que no podría describir con palabras exactas, como si sus rasgos estuvieran... distorsionados, una sonrisa que parecía más una mueca horrible, ojos hundidos que no parpadeaban. Sentí el terror apoderarse de mi cuerpo, congelándome. Grité, apartando la mirada instintivamente. -¡Clara! -Sarah me agarró del brazo-. ¿Qué pasa? ¿Qué viste? -Ese hombre... -murmuré, con la voz temblorosa-. Me miró... estaba... algo andaba mal. Sarah miró alrededor, confundida. -¿Qué hombre? -preguntó-. No hay nadie. Levanté la cabeza y, para mi sorpresa, el hombre que había visto ahora parecía completamente normal. Solo un señor mayor, caminando tranquilamente por el parque. Nadie más lo notaba. La gente a nuestro alrededor comenzó a mirarme, sus miradas cargadas de desconfianza. Susurraban entre ellos, como si estuviera haciendo un espectáculo. -Sarah, yo lo vi -dije, la desesperación subiendo como un nudo en mi garganta-. Te juro que lo vi. -Está bien, tranquila -Sarah se puso de pie rápidamente-. Será mejor que te lleve a casa. Quizá estés un poco nerviosa por todo lo que ha pasado. No pude articular una palabra. Solo me dejé llevar, el terror seguía corriendo por mis venas. Cuando llegamos a casa, la puerta principal estaba abierta. Mi madre estaba en la sala, conversando con un hombre que no reconocí. Su figura era imponente, aunque intentaba proyectar una calidez profesional. -¿Mamá? -pregunté, algo extrañada, mi voz apenas un murmullo-. ¿Quién es él? Mi madre se acercó, con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora. -Cariño, él es el doctor Morales. Es psiquiatra. Le pedí que viniera porque... bueno, pensamos que tal vez podrías hablar con él. Todo lo que has pasado... Queremos ayudarte. Sentí un frío recorriéndome de pies a cabeza. -No -negué, dando un paso atrás-. No necesito un psiquiatra. No estoy loca. -Clara, no es que estés loca... -empezó Sarah, apoyando a mi madre-. Nos preocupas. Solo queremos asegurarnos de que estés bien. Sus palabras eran razonables, pero la furia y el miedo se arremolinaron dentro de mí. -¿Lo sabías? -mi voz se quebró mientras la miraba fijamente-. ¿Tú también crees que estoy loca? Sarah levantó las manos, intentando calmarme. -No es eso. Es solo que... después de todo lo que has pasado, creemos que alguien te podría ayudar a... -¡No quiero su ayuda! -grité, sintiendo que las lágrimas llenaban mis ojos-. No necesito que nadie me diga que lo que vi no es real. Sin esperar una respuesta, me giré y subí corriendo las escaleras hasta mi habitación, cerrando la puerta con un golpe. Apoyé mi espalda contra la puerta, temblando. La desesperación y el miedo se entrelazaban, como si todo a mi alrededor se estuviera desmoronando. No sabía en quién confiar. ¿Cómo podía explicarles lo que estaba pasando cuando ni siquiera yo lo entendía? Me acerqué a la ventana y miré hacia afuera, tratando de controlar mi respiración. Sabía que esto no era el fin. Algo oscuro estaba detrás de todo, algo mucho más profundo que un simple accidente. Lo sentía, lo sabía. La sensación de que la caja, Balaam, y todo lo que había pasado estaban conectados me resultaba imposible de ignorar. No sabía cómo, pero la respuesta estaba allí.╰───────────✧──────────────╮Esa noche, el silencio en mi habitación era opresivo, como si cada sombra escondiera algo que esperaba el momento perfecto para atacar. Intentaba dormir, pero cada vez que cerraba los ojos, esa sensación de estar vigilada se hacía más fuerte. Era como si alguien, o algo, estuviera agazapado en las esquinas, aguardando.Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y abrí los ojos. Me senté en la cama, el aire parecía cargado de una tensión que no podía explicar. Entonces, noté un destello en el espejo. Parpadeé, asegurándome de que no era solo mi imaginación. Pero no, ahí estaba. Algo en el reflejo... algo que no pertenecía a este mundo.Me acerqué lentamente, el corazón latiéndome en los oídos. En el reflejo, detrás de mí, una figura apareció. Pálida, deforme, con una sonrisa grotesca, como si su boca se estirara más allá de lo que era posible para un ser humano. Sus ojos eran pozos oscuros, vacíos, devorando la poca luz que había en la habitación.Quise gritar, pero
12 de noviembre, 2025No sé en qué momento comenzó todo. Quizá fue una mirada fugaz al espejo, o un susurro en medio de un sueño. A veces las cosas más insignificantes son las que te marcan para siempre, aunque en ese instante no lo sepas.Me llamo Clara. No sé cuánto tiempo me queda antes de que deje de serlo.Hoy es 12 de noviembre, y estoy aquí, escribiendo estas palabras mientras mis manos tiemblan. Siento que algo dentro de mí se retuerce, como si hubiera una presencia, una sombra que ha estado ahí durante mucho más tiempo del que quiero admitir. Todo comenzó hace unos meses, pero ahora ya no puedo ignorarlo. Ya no puedo fingir que no está.Los días son largos, las noches... son infinitas. En algún punto, dejé de sentirme sola en mi propia piel.La noche del accidente lo cambió todo. A veces cierro los ojos y todavía escucho el estruendo del metal retorciéndose, los gritos ahogados, el crujir de los vidrios al estrellarse contra el asfalto. Recuerdo la sensación de mi cuerpo atra
Mis días han pasado como una secuencia repetida de recuerdos distantes, entrelazados con una sensación de vacío. Como si todo lo que solía ser familiar se hubiera convertido en un eco lejano. El accidente ocurrió hace unos meses, pero todavía siento su impacto en cada respiración, en cada paso.Mi madre dice que fue un milagro que sobreviviera. Yo no estoy tan segura.Todo empezó a desmoronarse después de ese día. Perdí la noción del tiempo, las caras de las personas empezaron a desdibujarse, y las paredes de mi habitación comenzaron a sentirse más pequeñas, más cercanas. Ya no es el lugar donde solía refugiarme. Ahora es solo un espacio lleno de sombras, siempre presente, siempre vigilante.Hace dos noches, escuché susurros. Al principio, pensé que era mi imaginación, pero la voz... estaba ahí. Era real, como si alguien se hubiera colado dentro de mi habitación, hablándome desde una esquina oscura que mis ojos no podían alcanzar. La voz decía mi nombre, pero lo hacía de una forma ext