I.INFESTACIÓN

Mis días han pasado como una secuencia repetida de recuerdos distantes, entrelazados con una sensación de vacío. Como si todo lo que solía ser familiar se hubiera convertido en un eco lejano. El accidente ocurrió hace unos meses, pero todavía siento su impacto en cada respiración, en cada paso.

Mi madre dice que fue un milagro que sobreviviera. Yo no estoy tan segura.

Todo empezó a desmoronarse después de ese día. Perdí la noción del tiempo, las caras de las personas empezaron a desdibujarse, y las paredes de mi habitación comenzaron a sentirse más pequeñas, más cercanas. Ya no es el lugar donde solía refugiarme. Ahora es solo un espacio lleno de sombras, siempre presente, siempre vigilante.

Hace dos noches, escuché susurros. Al principio, pensé que era mi imaginación, pero la voz... estaba ahí. Era real, como si alguien se hubiera colado dentro de mi habitación, hablándome desde una esquina oscura que mis ojos no podían alcanzar. La voz decía mi nombre, pero lo hacía de una forma extraña, distorsionada, como si no fuera mía.

Esta es mi historia....

Y lo más aterrador es que, cada vez que cierro los ojos, la siento más cerca... dentro de mí.

15 de agosto, 2023

Era un día como cualquier otro. El sol iluminaba las calles con una calidez suave, las hojas susurraban al compás del viento, y la rutina de siempre parecía ser lo único que necesitaba preocuparme. Estaba saliendo de la cafetería habitual, el aroma del café aún colgando en el aire cuando mi teléfono vibró en el bolsillo.

-¡Clara!, ¿dónde estás? -La voz de Sarah, mi mejor amiga desde el colegio, sonó impaciente.

-Estoy cerca del parque, acabo de salir de la cafetería. ¿Por qué?

-¡Vamos a la feria de libros usados! Te dije que había cosas interesantes, ¿te animas?

-Siempre hay cosas interesantes para ti, Sarah -repliqué con una risa. Sarah tenía esa fascinación casi obsesiva con todo lo antiguo y raro. Yo no compartía el entusiasmo, pero la acompañaba de vez en cuando.

-Solo ven. Te veo en diez minutos.

Suspiré, sonriendo. Mi vida en ese entonces era tranquila. Mi madre trabajaba hasta tarde, y mi hermano menor, Lucas, solía estar atrapado entre videojuegos y libros de fantasía. Todo se sentía normal. Pero ese día, algo diferente me aguardaba, aunque aún no lo sabía.

Mientras caminaba hacia el parque, la vi. Una venta de garaje improvisada, de esas que parecen salir de la nada. Mesas desiguales llenas de trastos viejos, ropa usada, y cosas sin valor aparente. La mayoría de la gente pasaba de largo, pero algo me hizo detenerme.

Una caja de música.

Estaba ahí, en una esquina polvorienta, casi como si no quisiera ser vista. Era pequeña, de madera oscura, con detalles tallados a mano que la hacían parecer mucho más antigua de lo que debería ser. Me agaché para verla de cerca, pasando los dedos por la superficie, notando la sensación áspera bajo mi piel. La tapa estaba ligeramente abierta, revelando un diminuto mecanismo oxidado.

-¿Te interesa? -Una voz ronca sonó a mis espaldas. Me giré para ver a una mujer mayor, de rostro arrugado y ojos penetrantes, que me miraba con una sonrisa tensa.

-No estoy segura... parece antigua. ¿Funciona?

-Lo hace. -La anciana sonrió, aunque había algo en su expresión que me hizo sentir incómoda-. Las cosas viejas siempre tienen una historia que contar, ¿sabes?

Miré la caja de nuevo, intrigada. Algo en ella me llamaba, como si me estuviera susurrando, pero no en palabras. Sin pensarlo demasiado, abrí mi cartera y pagué lo que pedía la anciana.

-Cuídala bien, niña. A veces, las cosas encuentran a sus dueños, no al revés.

Su frase me dejó pensativa, pero no le di más vueltas. Con la caja de música bajo el brazo, continué mi camino hacia la feria de libros, donde Sarah me esperaba.

-¡Ahí estás! -exclamó Sarah, corriendo hacia mí-. ¿Qué llevas ahí?

-Nada, solo una caja de música que vi en una venta de garaje.

-¿Ves? ¡Te lo dije! -rió, dándome un suave codazo-. Siempre encuentras algo interesante.

Sonreí, pero en el fondo no podía sacarme la sensación de que esa caja no era simplemente "algo interesante". Sentía que había hecho algo más que una compra casual.

Después de despedirme de Sarah , me dirigí a la parada de autobuses. El día comenzaba a despedirse en el horizonte, con los últimos rayos de sol coloreando el cielo en tonos anaranjados. Me quedé parada frente al semáforo en rojo, esperando a que cambiara. La caja de música seguía en mi mano, y entonces sucedió.

Sin previo aviso, sonó. Un pequeño tintineo, como si alguien hubiera accionado el mecanismo. La abrí de inmediato, buscando algún interruptor o pila que explicara lo que acababa de pasar, pero no había nada. Ninguna cuerda, ninguna batería, ningún botón.

Mi corazón empezó a latir más rápido, pero traté de no darle importancia. Debe ser el viento o el movimiento -me dije a mí misma. Mientras tanto, el semáforo cambió, y la gente comenzó a cruzar la calle. Yo, distraída, no me di cuenta hasta unos segundos después.

Verde. Di un paso hacia adelante, aún con la caja en mis manos. Pero antes de poder avanzar más, el rugido de un motor explotó a mi derecha.

Un coche apareció de la nada, moviéndose demasiado rápido. Todo sucedió en un parpadeo. El impacto me sacudió como una muñeca de trapo, lanzándome varios metros adelante. El suelo golpeó mi espalda, pero lo único que pude sentir fue el dolor y la confusión.

Mi vista se nublaba, mis ojos luchaban por mantenerse abiertos. En el último segundo antes de perder la consciencia, vi cómo la caja de música, la pequeña y enigmática caja que había comprado ese día, se deslizaba por el asfalto. Se detuvo a unos metros de mí y, como si fuera una cruel broma del destino, se destrozó en mil pedazos.

Antes de que todo se volviera negro, me pareció ver algo más... una sombra, o quizá una figura, entre los restos de la caja. Luego, nada.

12 de septiembre,2025

Cuando recobré la conciencia, los días siguientes fueron una pesadilla constante. El sonido de las máquinas a mi alrededor no cesaba, recordándome mi fragilidad. Mangueras y tubos salían de mi cuerpo, conectados a dispositivos cuyo propósito apenas comprendía. Cada vez que intentaba moverme, un agudo dolor me atravesaba. Mi piel estaba marcada por moretones y costuras que parecían mantenerme unida a duras penas.

Pero lo que realmente me heló la sangre fue lo que vi al girar la cabeza hacia la mesita de noche: la caja de música.

Ahí estaba, perfectamente intacta. Era imposible. La última vez que la vi, se había destrozado en mil pedazos, justo antes de que todo se volviera negro.

Sentí cómo el aire se escapaba de mis pulmones, la habitación se hacía cada vez más pequeña. Sarah estaba sentada junto a la cama, hojeando distraídamente una revista, mientras mi madre, al otro lado, miraba por la ventana. Fue ella quien notó mi expresión de desconcierto.

-La encontramos en el lugar del accidente -dijo mi madre, con voz suave pero firme-. Estaba a tu lado. Pensé que era importante para ti, así que la dejé aquí para que la vieras al despertar.

Me quedé en silencio, incapaz de responder. Pero... la vi romperse. Las imágenes del impacto seguían frescas en mi mente. ¿Cómo podía estar entera?

-Clara, ¿cómo te sientes? -preguntó Sarah, interrumpiendo mis pensamientos, su preocupación palpable en su voz-. Nos tenías muy preocupados.

Intenté concentrarme en su rostro, en los ojos de mi amiga. Quería responderle, quería decirle que todo estaba bien. Pero el peso de la incertidumbre era abrumador. La caja seguía ahí, como si me vigilara.

-No tienes idea de lo feliz que estoy de verte despertar -dijo mi madre, acercándose más a la cama-. Han sido días muy difíciles. Los doctores dicen que todo fue un milagro.

-Estás aquí y eso es lo único que importa -añadió Sarah, apretando mi mano-. Te necesitamos, Clara. No vuelvas a asustarnos así.

Quise decir algo, cualquier cosa que rompiera el silencio opresivo en mi mente, pero las palabras se ahogaban en mi garganta. Mi atención seguía en la caja. ¿Cómo era posible?

De repente, un golpe en la puerta rompió la tensión. Era un policía, un hombre de expresión seria que llevaba una libreta en la mano. Parecía agotado, pero sus ojos me escrutaban con profesionalismo.

-Soy el agente Maldonado -dijo mientras entraba-. Me informaron que Clara ha despertado, así que quería hacerle algunas preguntas sobre el accidente.

Sarah se levantó para hacerle sitio, y mi madre asintió, indicándole que podía acercarse. El oficial me observó por un momento antes de comenzar.

-Sé que puede ser difícil, pero necesitamos saber qué recuerdas del día del accidente. ¿Tienes algún recuerdo claro?

Tomé aire profundamente, intentando ordenar mis pensamientos. Claro que recordaba. Lo recordaba todo: el semáforo en verde, el sonido de la caja de música antes de que el coche me golpeara, cómo mis piernas se desvanecieron y el mundo se volvió oscuridad. Pero no podía decirle eso.

-Solo... solo recuerdo que el semáforo cambió a verde -dije, mi voz temblando un poco-. Todo pasó muy rápido después de eso.

El agente me observó, su mirada evaluadora. Asintió, anotando algo en su libreta, y continuó con algunas preguntas más formales antes de levantarse para marcharse.

-Gracias, Clara. Si recuerdas algo más, no dudes en ponerte en contacto con nosotros -dijo, haciendo un gesto hacia mi madre antes de salir de la habitación.

El aire en la sala parecía haberse relajado, pero yo no. Algo seguía enredándose dentro de mí, algo que no podía entender ni explicar. Mi madre, siempre tan atenta, lo notó.

-Clara, cariño, ahora puedes descansar -dijo, acariciándome el cabello-. Lo peor ya pasó.

Pero no. Lo peor aún no había pasado.

Cuando nos quedamos solas, sentí cómo la presión en mi pecho aumentaba. No podía seguir callada. La ansiedad me invadía, y no pude contener más las palabras.

-Mamá... -mi voz era apenas un susurro al principio, pero fue subiendo de tono con cada palabra-. Hay algo que no está bien. Esa caja... -Me incorporé un poco, ignorando el dolor que recorría mi cuerpo-. ¡Yo la vi romperse! ¡Se hizo pedazos frente a mí! No debería estar aquí. No puede estar aquí.

Mi madre me miró con preocupación, acercándose a mí como si intentara calmarme.

-Clara, estás confundida, cariño. Fue un accidente terrible. Estabas muy aturdida...

-¡No! -la interrumpí, con la voz llena de desesperación-. Mamá, lo recuerdo. ¡Recuerdo ver cómo se destrozaba! ¡No debería estar aquí!

Mi madre intentó tranquilizarme, pero yo ya no escuchaba. Algo estaba mal. Sabía lo que había visto, lo que había oído. El sonido de la caja de música llenando el aire justo antes del impacto, y luego... los fragmentos. Pero ahora estaba aquí, como si nada hubiera pasado, perfecta. ¿Qué significaba eso?

Sentí un escalofrío recorrerme. El aire en la habitación parecía más denso, como si algo invisible estuviera acechando, esperando. La caja seguía ahí, en la mesita de noche, su presencia era una sombra que no podía ignorar.

¿Y si no era solo una caja?

1 de octubre, 2025

El día de mi cumpleaños, el alta del hospital fue recibida con una mezcla de alivio y temor. Mi madre, Sarah, y mi hermano estaban allí para llevarme a casa, todos sonrientes, como si todo estuviera volviendo a la normalidad.

Antes de salir, miré de reojo la caja de música que había estado junto a mi cama durante días. Algo me empujaba a verla por última vez. La levanté y la abrí. Dentro, tallado de manera rústica, había un nombre: Balaam. Me detuve por un instante, pero lo descarté rápidamente. No importa, pensé. Caminé hasta un contenedor cercano y la arrojé sin darle más vueltas. No quería más recuerdos de ese objeto.

Subimos al auto, listos para regresar a casa. Mi madre conduciendo, mi hermano con sus comentarios tontos, y Sarah a mi lado. Todos querían distraerme, hacer que el día pareciera normal, pero en mi mente, el accidente seguía repitiéndose como un eco incesante. El crujido del metal, el impacto, y esa caja... siempre esa caja.

-¿Clara? Clara, ¿estás bien? -La voz de mamá me sacudió.

-¿Qué pasa, mamá?

-Llegamos, cariño.

Sacudí la cabeza, intentando despejar las imágenes que se repetían. Al ver la puerta de nuestra casa, sentí un ligero alivio. Tal vez, después de todo, estar con mi familia sería lo que necesitaba para dejar todo atrás.

-Balaam... Balaam... Balaam... -repetía, mientras jugaba distraídamente con su muñeco de acción en el asiento trasero.

Mis manos se tensaron. Sentí un nudo en el estómago que no me dejaba respirar. Me giré hacia él, casi sin control.

-¿Qué dijiste? -pregunté con una voz que no reconocía como mía.

Lo tomé por los hombros, apretando sin darme cuenta, y lo miré a los ojos.

-¿De dónde sacaste ese nombre? -insistí, mi corazón acelerado.

Él me miró con esa inocencia que solo los niños tienen, sin notar la gravedad de mis palabras.

-Es mi amigo -dijo sonriendo-. Balaam. Dice que te conoce... que le agradas.

Sentí como si el mundo se detuviera por completo. No pude responder. Las palabras no salían de mi boca, como si me hubieran cortado la lengua. Mi piel se erizó y un frío recorrió mi espalda. Mi mente buscaba una explicación lógica, pero no la había.

No dije nada más. Solo dejé que el silencio tomara el control.

Me sentí aliviada al ver nuestra casa. Me repetía a mí misma que estar en familia, en un lugar seguro, haría que todo mejorara. Pero cuando abrimos la puerta...

¡Feliz cumpleaños! -gritaron todos de repente.

El resto de la familia y algunos amigos estaban ahí, esperando, sonrientes. Durante un momento, logré desconectar mis pensamientos oscuros. Abrí regalos, comí pastel y traté de disfrutar la fiesta. Sarah me regaló un par de labiales, bromeando con que pronto podría usarlos. Mi madre, en cambio, me dio un collar con un cristo. Un detalle que, aunque sencillo, me hizo sentir protegida.

Pero luego llegó el último regalo.

-¿Y este de quién es? -pregunté mientras lo levantaba. No tenía etiqueta, ni tarjeta, nada que indicara su procedencia.

Nadie dijo nada. Todos se miraron confundidos. Lo abrí lentamente, mi corazón latiendo más rápido con cada movimiento.

Al retirar el papel, ahí estaba. La caja de música, intacta, otra vez.

Mi mente no podía procesarlo. La caja que había tirado estaba ahora delante de mí, como si nada hubiera pasado. Mis manos temblaron, mi respiración se volvió agitada, y antes de poder controlarlo, un grito desgarrador escapó de mis labios.

Esto no podía estar pasando.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP