Pasaban diez minutos de las once del día cuando por fin el paisaje boscoso comenzó a desaparecer.
Yo estaba cansada y adolorida. Estaba segura de que, de doler, los cabellos me dolerían. Sólo quería salir de ese auto y poder estirar las piernas, estaba tan molesta que incluso mi mal humor comenzaba a ser más notorio que mi incomodidad.
—Te dije que seríamos capaces de llegar para desayunar —dijo Leo mientras sonreía descaradamente.
¿Realmente creía que su comentario era algo para alardear? Yo sólo veía la aparente tortura que me había hecho pasar.
—En verdad espero que esto sea tan maravilloso como dijiste —solté lanzándole una mirada de “muérete por favor”—, de otra forma, jamás te perdonaré haberme hecho levantar a las cinco de la mañana y cinco horas de suplicio en este autom&oacu
El camino se volvió silencio, miradas cruzadas, sonrisas compartidas y más silencio. No podían culparnos por eso, él tenía cosas por recordar de esas calles que de nuevo recorría y yo, yo estaba demasiado temerosa como para decir palabra alguna.—¿Te ocurre algo? —preguntó Leo, rompiendo el silencio—, estás muy calladita —dijo en tono burlón y le regalé una sonrisa un tanto forzada.—Nada —aseguré—, solo no quiero arruinar esto, quiero grabarlo en mi corazón como una bella imagen que perdure en mi alma.Leo me miró con ternura.—Amo cuando estas de poetiza —dijo y besó mi frente, me abrazó fuerte y seguimos caminando en un silencio reconfortante para él y apabullante para mí.No podía dejar de imaginar que, en cualquier calle, Mateo aparecería frente a m&iac
La luz que entraba por los ventanales me hizo abrir los ojos, que entrecerrándose suplicaban los protegiera de la incomodidad que les provocaba. Me di cuenta que seguía recargada a la puerta. Supuse que, después de cansarme de llorar, me quedé dormida en ese incómodo lugar.Me levanté del piso en que me encontraba tirada y, después de unos pasos, me dejé caer en la cama. Esta vez no lloré, ya no podía hacerlo, no tenía lágrimas, sólo tenía un dolor que me atontaba, que opacaba el mundo a mi alrededor.Miré el piso sin mirar nada; no puedo decir que me sumergí en mis pensamientos porque justo en ese momento no estaba pensando en nada, sólo me dejé sentir el dolor que aprisionaba mi alma, sin caer en la desesperación que la noche anterior me ahogó hasta que me perdí de la consciencia.Escuché abrirse la puerta de
Habían pasado casi cinco años de que me fui, cuando por primera vez volví a pisar mi casa. Y, aunque estuve lejos todo ese tiempo, en realidad no estuve del todo desconectada. Ángel, mi Ángel, llevó y trajo cuanto más pudo para tenerme al tanto de la situación en mi ausencia.De mi casa supe todo, de papá igual, mucho más de Ángel, con quien en ningún momento perdí contacto; del que no supe nada fue de Leo. Sólo supe que, después de que me fui, también se fue; supe que no intentó buscarme y que no me siguió. Supuse que terminó de convencerse que yo no era la mejor opción y lo dejó por la paz.De ser así, hizo lo mejor que pudo haber hecho: olvidarse de mí. Y, aunque de verdad esperaba fuera así, en el fondo de mi corazón deseaba que no hubiera pasado y que no pasara nunca. Deseaba que Leo aú
—He oído que te vas a casar —dijo Leo, con la mirada perdida en la ventana, dándome la espalda mientras yo le miraba desde el desayunador de la cocina. —Pues lo cierto es que hay planes de boda —admití, girando la naranja entre mis manos. Habíamos pasado cinco años separados y, ahora que de nuevo estábamos juntos, no éramos capaces de mirarnos a la cara. Aunque tampoco éramos capaces de sepáranos; de ser así alguno de los dos hubiera dejado la cocina ya. —¿Te felicito, entonces? —preguntó Leonardo, arrancándome un suspiro. —No —dije, dejando la naranja con que mis nerviosas manos habían estado jugando desde que lo encontré en la cocina y me senté atrás de él a disfrutar de su compañía—, pero tampoco me des el pésame, lo que va a pasar es justo lo que decidí pasara. —Eso significa que no todo es miel sobre hojuelas, ¿cierto? —preguntó él, deduciendo que lo próximo a ocurrir no sería la feliz boda que todos esperaban, y que era yo quien lo arrui
—¡Vaya reunión más tediosa! —me quejé mientras andábamos por uno de los pasillos de la empresa, desde la sala de reunión hasta la oficina de mi hermano.—Te dije que podías no venir si no querías —recordó Ángel.Pero yo ahora un adulto, y su empelada, además; así que no podía solo saltarme mis responsabilidades solo porque me aburrían.—Claro —ironicé—. Porque eso no denotaría irresponsabilidad o falta de interés de mi parte, ¿cierto?—Eres socia mayoritaria —señaló mi hermano—, no tienen por qué importarte esas nimiedades.—Pero soy la diseñadora —recalqué—, trabajo para los clientes que asistieron a la reunión. Creo que era necesario estar ahí.—Y, entonces, ¿por qué rayos
—¡Vaya actuación, el Óscar para ti! —dijo Ángel al verme abrir los ojos, aplaudiendo y sonriendo idiotamente—. Casi creí que te desmayaste de verdad.—Me desmayé de verdad, menso —declaré al incorporarme—. No lo pude controlar. Cuando sentí tan cerca a Mateo mi corazón comenzó a latir tan fuerte que me dolió el pecho, dificultándome respirar, además, un montón de recuerdos se agolparon en mi cabeza y un doloroso destello me obligó a cerrar los ojos, después de eso solo fueron ecos de mi nombre y luego nada.—¿Quieres hablar de eso? —preguntó mi hermano ya no tan divertido y, aunque hubiera querido hacerlo, no se me dio la oportunidad.Antes de que pudiera decir una palabra, tocaron a la puerta y Ángel atendió sin preguntar nada.Lo vi abrir la puerta y moverse, dando paso
—Buenos días, señorita María —saludó Dan un tanto desconcertado al verme entrar en la cocina cerca de las seis de la mañana.—¿Buenos días? —pregunté molesta—, son pésimas madrugadas. No he podido pegar el ojo en toda la noche. Estoy cansada, me duele la cabeza, pensé toda la noche y aún no sé qué hacer… ¿Qué me recomienda, Dan?—Un café, señorita —dijo poniendo frente a mí una taza de un líquido oscuro y de delicioso aroma.—Preferiría cianuro —musité—, así todo terminaría más pronto.Dan se quedó perplejo, mirando a una despeinada y desvalida María que se rendía al no ver opciones.—Eso es algo injusto —señaló mi mayordomo—, si se rinde ahora decepcionará a
Mi teléfono no dejaba de sonar, pero no podía contestar, no a Leo, porque él se había convertido en algo demasiado doloroso de enfrentar; además, no quería tener que escuchar más de sus palabras que me herían. Y tampoco podía responder a Ángel, o a papá, yo ni siquiera era capaz de articular una palabra sin ponerme a llorar.Pero, al contrario de lo que le había dicho a Leo, sí me importaban esas personas que él amaba, por las que él se preocupaba, pues yo las amaba también, yo también me preocupaba por ellas. De hecho, por esas personas que ambos amábamos, haría cualquier cosa en mis manos por no verlos sufrir, por no herirlos más.Así que, dadas mis actuales circunstancias, me reporté de la única forma que lo podía hacer, con un mensaje de texto.--------------------“Necesito t