—¡Vaya reunión más tediosa! —me quejé mientras andábamos por uno de los pasillos de la empresa, desde la sala de reunión hasta la oficina de mi hermano.
—Te dije que podías no venir si no querías —recordó Ángel.
Pero yo ahora un adulto, y su empelada, además; así que no podía solo saltarme mis responsabilidades solo porque me aburrían.
—Claro —ironicé—. Porque eso no denotaría irresponsabilidad o falta de interés de mi parte, ¿cierto?
—Eres socia mayoritaria —señaló mi hermano—, no tienen por qué importarte esas nimiedades.
—Pero soy la diseñadora —recalqué—, trabajo para los clientes que asistieron a la reunión. Creo que era necesario estar ahí.
—Y, entonces, ¿por qué rayos
—¡Vaya actuación, el Óscar para ti! —dijo Ángel al verme abrir los ojos, aplaudiendo y sonriendo idiotamente—. Casi creí que te desmayaste de verdad.—Me desmayé de verdad, menso —declaré al incorporarme—. No lo pude controlar. Cuando sentí tan cerca a Mateo mi corazón comenzó a latir tan fuerte que me dolió el pecho, dificultándome respirar, además, un montón de recuerdos se agolparon en mi cabeza y un doloroso destello me obligó a cerrar los ojos, después de eso solo fueron ecos de mi nombre y luego nada.—¿Quieres hablar de eso? —preguntó mi hermano ya no tan divertido y, aunque hubiera querido hacerlo, no se me dio la oportunidad.Antes de que pudiera decir una palabra, tocaron a la puerta y Ángel atendió sin preguntar nada.Lo vi abrir la puerta y moverse, dando paso
—Buenos días, señorita María —saludó Dan un tanto desconcertado al verme entrar en la cocina cerca de las seis de la mañana.—¿Buenos días? —pregunté molesta—, son pésimas madrugadas. No he podido pegar el ojo en toda la noche. Estoy cansada, me duele la cabeza, pensé toda la noche y aún no sé qué hacer… ¿Qué me recomienda, Dan?—Un café, señorita —dijo poniendo frente a mí una taza de un líquido oscuro y de delicioso aroma.—Preferiría cianuro —musité—, así todo terminaría más pronto.Dan se quedó perplejo, mirando a una despeinada y desvalida María que se rendía al no ver opciones.—Eso es algo injusto —señaló mi mayordomo—, si se rinde ahora decepcionará a
Mi teléfono no dejaba de sonar, pero no podía contestar, no a Leo, porque él se había convertido en algo demasiado doloroso de enfrentar; además, no quería tener que escuchar más de sus palabras que me herían. Y tampoco podía responder a Ángel, o a papá, yo ni siquiera era capaz de articular una palabra sin ponerme a llorar.Pero, al contrario de lo que le había dicho a Leo, sí me importaban esas personas que él amaba, por las que él se preocupaba, pues yo las amaba también, yo también me preocupaba por ellas. De hecho, por esas personas que ambos amábamos, haría cualquier cosa en mis manos por no verlos sufrir, por no herirlos más.Así que, dadas mis actuales circunstancias, me reporté de la única forma que lo podía hacer, con un mensaje de texto.--------------------“Necesito t
Aún si hubiera querido dejar de pensar, no lo hubiera podido hacer, mucho menos cuando estaba a punto de enfrentarme a la verdad. No sería fácil, mi abuela lo dijo:“Te tomará tiempo, y será realmente difícil al principio. Pero si no desistes y te esfuerzas, vas a lograrlo. Después de mucha práctica será más fácil que respirar”Más fácil que respirar. En serio que mi abuela no me conocía. Yo estaba casi segura de que la cosa más difícil que yo había hecho en toda mi vida era justo eso: respirar.El camino a casa fue una tortura, horas y horas en las que mi cabeza giraba y giraba, en que mis desordenados pensamientos me ponían al borde de la desesperación. Pero no podía permitirme caer en lo mismo, yo había decidido que sólo volvería una vez que pudiera enfrentarlo todo, y justo recién
—¿Qué te dijo Leo? —preguntó Ángel cuando salíamos de la casa y nos dirigíamos a trabajar.Bostecé casi a propósito, pero no pude evadir la pregunta, pues el silencio de mi hermano se prolongó hasta que di una respuesta.—Nada —informé—, no le dejé hablar.—¿Qué?, ¿por qué no? —cuestionó mientras ambos entrabamos al auto.—Porque eran las dos de la mañana, yo tenía sueño y que trabajar en la mañana—excusé y mi hermano me miró con los ojos entrecerrados.—¿Solo por eso? —preguntó, provocándome suspirar.—¿Por qué preguntas lo que ya sabes? —refunfuñé apartando la vista y mirando a la ventana—. Sabes que no fue sólo eso —dije—. La verdad es qu
Pasó una semana en que no supe nada de Leo, tampoco es que quisiera saber o que tuviera tiempo de buscarlo. No podía permitirme más dudas, el fin de semana me iría a vivir con Santiago y debía dejar las cosas resueltas. No podía irme con pendiente alguno, ni dejar a mi hermano colgado con nada así que, después de una semana de intenso trabajo, hice mis maletas y me despedí de todos.Sólo necesitaba dejar de pensarlo, de amarlo, de necesitarlo y las cosas se pondrían fáciles. Pero, lamentablemente, dejar de hacer eso era lo más difícil, porque Leo estaba grabado en mi corazón, en cada célula de mi memoria, en cada poro de mi piel, estaba en mí en todo momento.Cada segundo que pasaba dudaba más haber tomado la decisión correcta. Incluso pensé que tal vez debí haberlo intentado una vez más, tal vez, esa vez, serí
Cuando abrí los ojos, me encontré tirada en mi cama, atada de pies y manos.—Buenos días, Meredith bonita —dijo Santiago acariciando mi cabeza.Él se encontraba sentado a mi lado. Yo sólo lo miré, no podía hacer mucho más. Aún trataba de entender lo que estaba pasando, pero mi cabeza no me seguía el hilo, por lo que debí esperar un poco.» ¿Pensaste en serio que te dejaría ir nada más porque sí? —preguntó burlonamente—. Tontita, tú eres mía y siempre será así.Santiago intentó besarme, pero aparté la cara, molesta.—¿Ahora soy tu perro?, ¿o porque me amarras? —pregunté sosteniéndole la mirada.Yo no era alguien fácil de intimidar. Había vivido tanto tiempo de la mano de la muerte que no temía que ese
—¿Qué has estado haciendo? —preguntó una mujer que reconocía de una fotografía.Le sonreí, a pesar de que tenía todas las ganas de llorar. Tener a mi madre frente a mí significaba solo una cosa: Había muerto.» Estás enorme y estás hermosa —dijo sonriéndome. Ella sí que era hermosa—. Ah, mi Mari bonita, de haber sabido que ibas a pasarla tan mal no te hubiera mandado con ese mal hombre.—Señor no es tan malo —aseguré—. Aunque puede que sí sea su culpa que todo terminara de esta manera. No debió ser tan complaciente conmigo.—Y tú no debiste ser tan caprichosa —señaló mi madre—. Te recuerdo muy activa, pero no tan traviesa. ¿Qué te pasó?—Tal vez el tiempo me echó a perder —sugerí sonriendo y ella