En unos cuantos meses, la relación entre mi hermano y yo no logró hacer gran avance. Hasta cierto punto, creo que ambos nos sentíamos indignos del amor del otro. Y no era para menos, yo casi le había matado y él había jugado conmigo.
Pero seguíamos siendo hermanos, seguíamos teniendo el mismo techo, seguíamos siendo iguales, lo que nos permitió llegar y retirarnos en el momento justo cada vez, para no romper la resquebrajada relación en que nos encontrábamos.
Y no es que fuera bueno que las cosas fueran como siempre, pero al menos no era malo y eso parecía ser suficiente.
La relación con Señor fue algo que sí cambió, poco a poco se transformó en algo que, hasta cierto punto, parecía algo prometedor. Él se había tornado atento y cariñoso, incluso hablaba conmigo de sus problemas, al punto de parecer padre e hija.
Deduje que mi cambio de actitud hacia él era lo que lo motivó a ser diferente conmigo y, aunque en un principio no me creía tanta belleza, al
Habían pasado un par de minutos desde que Dan y yo entramos en la cocina, y por alguna razón él no decía nada, lo que me hizo sospechar que no era nada fácil lo que tenía que hablar conmigo. No quise presionarlo, así que no dije nada. Aunque la verdad es que estaba esperando a que se arrepintiera de esa conversación; esperaba que no me dijera nada, que se disculpara y me dejara ir. Desafortunadamente para ambos, la incómoda situación no hacía más que tornarse en más incomodidad con el paso de los segundos, el juego de miradas que había comenzado nos lo hacía saber. Dan se paró frente a mí, yo ya me encontraba sentada en un banco del comedor de la cocina; lo miré, parecía bastante serio, bastante preocupado. No supe exactamente por qué, pero yo también me comencé a poner nerviosa. No le quité los ojos de encima y mi rostro siguió impasible, pero mis manos comenzaron a juguetear con una naranja que había tomado del frutero que siempre se encontraba en e
Leo se giró, dejando frente a mí su fuerte pecho.Esa estatura, ese olor, esa calidez tan diferente... no era él, no era Mateo.Esta vez hice lo que debí haber hecho el día que le dije que lo amaba, ese día debí amarrar a Mateo a mí y no dejarlo ir. Pero fui una cobarde, por eso lo perdí, por eso se fue para siempre de mi lado, por eso no estaríamos juntos nunca más.Al darme cuenta de eso no pude parar de llorar.«¿Qué estaba haciendo?» De verdad que era basura. Estaba amarrando al chico que me amaba, y llorando en su pecho por el chico que yo amaba.—Lo lamento —dije separándome de él, empujándolo tan lejos de mí que no pudiera volver a alcanzarlo—. Ya no necesito un chófer. A partir de ahora vuelves a trabajar para Ángel, o para papá, o para quien quieras, solo vete, ¿qui
Leo y yo éramos novios, y solo había una cosa que nos preocupaba: nuestros padres. Yo no creía que con Señor hubiera mucho problema y, aunque no estaba muy convencido de ello, Leo se relajó al respecto al ver que Ángel compartía mi opinión.El verdadero problema aquí era Dan, quien todos estábamos seguros se opondría rotundamente a nuestra relación.Encontrar la forma de informarle nos quitó el aliento por un rato, torturando nuestras cabezas que no podían formular una buena idea. Éramos tres cabezas y, de tres ninguna, ofrecía nada.No voy a llamarnos tontos porque, aunque no lo pareciera, la situación era problemática. Dan tenía un fuerte carácter, tan fuerte que creo que incluso Señor le tenía miedo.Pasamos horas en una banca del jardín, intentando idear una estrategia en que perdiéramo
Los meses siguientes a la propuesta de Leo fueron completamente maravillosos, nunca había creído que tantas cosas, y tan diferentes, pudieran pasar en un año; pero, si todos los malos ratos pasados fueron para culminar en esa felicidad constante, no podía quejarme, muy por el contrario, debía estar agradecida.El día que Leo y yo nos hicimos novios me prometí hacerlo feliz, prometí poner todo mi esfuerzo en amarlo. No muy convencida de lograrlo, me puse la tarea de algún día verlo como él esperaba, y debo confesar fue algo realmente fácil de hacer.Leonardo era simplemente maravilloso, era divertido, era audaz y tenaz, era tierno y me amaba; ni siquiera entendía el por qué dudé al principio, si Leo era de esas personas que amas antes de darte cuenta.«¿Antes de darme cuenta?, ¿será que ya amaba a Leo cuando nos hicimos novios? &mdas
Pasaban diez minutos de las once del día cuando por fin el paisaje boscoso comenzó a desaparecer.Yo estaba cansada y adolorida. Estaba segura de que, de doler, los cabellos me dolerían. Sólo quería salir de ese auto y poder estirar las piernas, estaba tan molesta que incluso mi mal humor comenzaba a ser más notorio que mi incomodidad.—Te dije que seríamos capaces de llegar para desayunar —dijo Leo mientras sonreía descaradamente.¿Realmente creía que su comentario era algo para alardear? Yo sólo veía la aparente tortura que me había hecho pasar.—En verdad espero que esto sea tan maravilloso como dijiste —solté lanzándole una mirada de “muérete por favor”—, de otra forma, jamás te perdonaré haberme hecho levantar a las cinco de la mañana y cinco horas de suplicio en este autom&oacu
El camino se volvió silencio, miradas cruzadas, sonrisas compartidas y más silencio. No podían culparnos por eso, él tenía cosas por recordar de esas calles que de nuevo recorría y yo, yo estaba demasiado temerosa como para decir palabra alguna.—¿Te ocurre algo? —preguntó Leo, rompiendo el silencio—, estás muy calladita —dijo en tono burlón y le regalé una sonrisa un tanto forzada.—Nada —aseguré—, solo no quiero arruinar esto, quiero grabarlo en mi corazón como una bella imagen que perdure en mi alma.Leo me miró con ternura.—Amo cuando estas de poetiza —dijo y besó mi frente, me abrazó fuerte y seguimos caminando en un silencio reconfortante para él y apabullante para mí.No podía dejar de imaginar que, en cualquier calle, Mateo aparecería frente a m&iac
La luz que entraba por los ventanales me hizo abrir los ojos, que entrecerrándose suplicaban los protegiera de la incomodidad que les provocaba. Me di cuenta que seguía recargada a la puerta. Supuse que, después de cansarme de llorar, me quedé dormida en ese incómodo lugar.Me levanté del piso en que me encontraba tirada y, después de unos pasos, me dejé caer en la cama. Esta vez no lloré, ya no podía hacerlo, no tenía lágrimas, sólo tenía un dolor que me atontaba, que opacaba el mundo a mi alrededor.Miré el piso sin mirar nada; no puedo decir que me sumergí en mis pensamientos porque justo en ese momento no estaba pensando en nada, sólo me dejé sentir el dolor que aprisionaba mi alma, sin caer en la desesperación que la noche anterior me ahogó hasta que me perdí de la consciencia.Escuché abrirse la puerta de
Habían pasado casi cinco años de que me fui, cuando por primera vez volví a pisar mi casa. Y, aunque estuve lejos todo ese tiempo, en realidad no estuve del todo desconectada. Ángel, mi Ángel, llevó y trajo cuanto más pudo para tenerme al tanto de la situación en mi ausencia.De mi casa supe todo, de papá igual, mucho más de Ángel, con quien en ningún momento perdí contacto; del que no supe nada fue de Leo. Sólo supe que, después de que me fui, también se fue; supe que no intentó buscarme y que no me siguió. Supuse que terminó de convencerse que yo no era la mejor opción y lo dejó por la paz.De ser así, hizo lo mejor que pudo haber hecho: olvidarse de mí. Y, aunque de verdad esperaba fuera así, en el fondo de mi corazón deseaba que no hubiera pasado y que no pasara nunca. Deseaba que Leo aú