La noche en que Marion fue entregada, por la propia directora del orfanato, a aquellos desconocidos hombres, estos inmediatamente la metieron en un baúl y cargaron dentro de una carroza.
Presa del pánico, y silenciada por el trozo de tela que cubría su boca, la pequeña atinó a patear desesperadamente desde el interior del baúl para que la sacasen de allí.
Pese a su esfuerzo, nadie respondió, sólo podía sentir el agitar de la carroza que no detenía su avance.
En un momento, cuando detuvo sus patadas, escuchó las voces de dos hombres hablar.
- Oye ¿Seguro que puede respirar ahí dentro?
- Claro que sí - respondió el otro - El baúl es más grande que ella, así que puede respirar a la perfección.
- Mejor quítale la tapa un momento, no nos sirve de nada llegar con una niña muerta... - insistió.
- Como fastidias - se quejó y Marion pudo ver como la tapa del baúl se elevaba y por ella asomaba el duro rostro de un hombre iluminado con una farola de mano.
Inmediatamente la pequeña se enderezó, pero aquel sujeto le advirtió:
- Escúchame bien, mocosa, si haces un sólo sonido, o intentas escapar, todos los niños de ese estúpido orfanato morirán...
Marion quedó petrificada ante sus palabras, su aspecto intimidante le hacía sentir que no vacilaría en cumplir con su amenaza, así que ella sólo se limitó a asentir con su cabeza y se quedó sentada dentro del baúl en completo silencio.
Así, mientras los hombres hablaban entre ellos sobre cosas que no alcanzaba a comprender, Marion miraba por la ventanilla de la carroza como la lluvia golpeaba con fuerza el cristal en esa oscura noche.
Apenas y podía creer lo que estaba sucediendo, una parte de ella deseaba pensar que todo era sólo una pesadilla y que pronto despertaría en su cama, pero, a medida que el tiempo pasaba, se daba cuenta de que aquello era realidad.
En el transcurso del viaje, la niña notó que el cielo tenue mente comenzaba a aclararse pese a la nubes oscuras.
《¿Ya es de mañana?... entonces ¿Hemos viajado toda la noche?》se preguntó, tratando de imaginar cuan lejos la habían llevado.
De repente, uno de los hombres habló:
- Ya estamos cerca, cierra el baúl.
- Sí - respondió el otro y se inclinó para cerrar la tapa, no sin antes amenazar una vez más a Marion - Recuerda, niña, si haces un sólo ruido regresaré al orfanato y mataré uno por uno a todos los niños que viven ahí dentro... - insistió con ojos punzantes.
Ella nuevamente obedeció y se recostó en el fondo del baúl, el sólo imaginar que podrían dañar a sus hermanos era suficiente para que perdiese toda voluntad.
Unos minutos después, la carroza se detuvo y la niña podía sentir como aquel baúl, en el que se encontraba, era trasladado por las manijas.
Lograba escuchar voces hablando a su alrededor, pero difícilmente entendía lo que decían, el vaivén dentro del baúl no le permitía concentrarse.
En un momento, percibió que era colocada sobre un firme suelo, y pudo oír una orden en la voz de otro hombre:
- Déjenla aquí y retirense.
Un silencio total lo invadió todo, tanto que Marion sólo escuchaba los latidos acelerados de su propio corazón. De repente, notó pasos lentos acercarse hacia ella. Sus nervios estaban al límite, fuese quien fuese, sabía que al momento en que esa tapa se abriera conocería su destino final.
La pequeña cerró sus ojos con fuerza, pero el sonido chirreante de la tapa abriéndose la obligó a alzar la mirada. Inevitablemente quedó impactada al reconocer a ese hombre, sin duda era aquel que había visto en la colina de flores.
Al notar su conmoción, el hombre dijo:
- Imagino que ya te lo han dicho, pero por si acaso lo repetiré: Sí intentas escapar, o te comportas de manera inapropiada, quienes sufrirán las consecuencias serán los demás huérfanos, así que ya lo sabes...
Marion asintió moviendo apenas su cabeza.
- Bien, entonces sal de ahí - continuó y la tomó de los brazos para sacarla del baúl.
La pequeña sentía sus piernas entumecidas por el incómodo viaje, así que le costaba mantenerse en pie. La habitación estaba oscura, apenas era iluminada por un farol, no había ventanas en ella, pero, pese a ello, pudo notar otras cajas de madera a su alrededor, parecía un almacén.
El hombre desató la tela que amordazaba la boca de Marion.
- Si de algo sirve como consuelo, puedes pensar en que el hecho de que estés aquí benefició a tus hermanos en el orfanato, de seguro tendrán buenas comidas si es que esa mujer tiene algo de bondad en su alma... - habló él en referencia a la directora - Y tú también aquí. Si eres obediente, y haces lo que se te pide, te aseguro que la comida y el techo no te faltarán... Al menos por un tiempo... - agregó.
Marion sólo lo observó con sus ojos inocentes, tratando de entender sus palabras. Él, alzó el rostro de la niña y acomodó un poco los rizos de su cabello despeinado por el viaje. Luego, la observó un momento e hizo un gesto de aprobación moviendo su cabeza.
- Ahora sí estás lista, es momento de llevarte con él... - dijo y la tomó de la mano para guiarla a su destino final.
Marion sentía que apenas y podía caminar, el miedo la dominaba, pero, por otra parte, deseaba saber qué era lo que querían de ella y así descubrir la verdad de una vez.
Saliendo de allí, subieron por una escalera, cada escalón de piedra se sentía frío bajo sus pies descalzos. Luego, continuaron por un pasillo oscuro y estrecho, ni un sonido se escuchaba, sólo el eco de sus propios pasos. Mientras avanzaban, Marion intentaba imaginar en qué clase de lugar terminarían al salir, sabía muy poco del mundo exterior tras las paredes del orfanato, pero definitivamente su mente no estaba preparada para ver lo que encontraría...
Tras atravesar una delgada puerta, acabaron en una habitación repleta de tal lujo que la niña no podía hacer más que admirar sin palabras.
Bibliotecas cargadas de grandes y hermosos libros, elegantes muebles y candelabros decorados con piedras preciosas, jamás había visto nada igual.
Aquel hombre dio dos pasos más hacia adelante y, con una leve reverencia, le habló a otro que permanecía de espaldas, perdido entre libros frente a las bibliotecas.
- Alteza, es ella, la hemos traído. Esta es la niña de la que le hablamos...
Él cerró el libro que lo entretenía y volteó a ver a la pequeña, era un hombre mayor, cuyo dorado cabello parecía comenzar a volverse canoso, y de ojos azules punzantes, fríos. Marion inmediatamente bajó su cabeza, su presencia y expresión dura la intimidaba.
《¿Dijo "Alteza"? ¿Este hombre... es el Rey?》pensó ella, nerviosa.
- Levanta la cabeza - ordenó el Rey y la niña, temerosa, obedeció.
La observó de arriba a abajo y luego tomó asiento en una elegante silla frente a su escritorio.
- Sí, en verdad se le parece... - comentó - ¿Cuídaste de que nadie la vea entrar aquí, Arthur?
- Sí, Alteza, le aseguro que nadie del exterior la ha visto. Ni siquiera las criadas aún lo han hecho.
- Bien... - suspiró - ¿Sabes hablar? - preguntó ya mirando a Marion de nuevo.
Ella asintió moviendo su cabeza.
- Entonces escúchame atentamente, mocosa, aquí no estás en calidad de hija, te traje sólo para que seas el juguete de mi esposa - soltó, con dureza - Eso significa que si ella quiere que te cambies de ropa cien veces al día, lo harás; si quiere tomar el té contigo a las tres de la mañana te levantarás y tomarás todas las tazas de té que ella quiera, incluso, si quiere meterte dentro de una caja obedecerás sin dudar... ¿Has comprendido? - continuó con voz tenebrosa.
Las piernas de Marion deseaban temblar, aun no podía entender del todo sus palabras, lo único que tenía en claro es que debía obedecer para mantener a sus hermanos a salvo, así que tragó sus miedos y, tímidamente, respondió:
- S-Sí, señor...
El Rey frunció su seño:
- Su voz... - dijo, mirando al sirviente - Su voz no se parece...
- L-Lo sé, su Alteza... - respondió, nervioso - ¿Desea que me deshaga de ella y continúe buscando en otras partes?
- No, ya no quiero aplazar más esto. Su parecido fiscio es increíble, con eso será suficiente para ella... Estoy harto de escuchar llorar a esa mujer, cada día está peor, sólo han pasado tres semanas de la muerte de Elisa y ya me está volviendo loco a mi también. Necesito aliviar ese maldito estado que tiene y que deje de circular como un fantasma por el palacio. Esto la mantendrá tranquila, al menos, hasta que sepa qué hacer... - murmuró - Vamos, llévala a donde debe estar, pero haz que las sirvientas le den un baño primero y la alisten - ordenó.
- Sí, su Alteza. Con su permiso - aceptó el sirviente y tomó a la niña de la mano para salir de aquella habitación, esta vez, encarando una puerta diferente.
Al cruzarla, caminaron por un elegante pasillo hasta llegar a otra puerta, ingresaron por ella y Marion descubrió lo que parecía ser un fino cuarto de baño,
- Quédate aquí, las sirvientas vendrán a bañarte, Así que no salgas ni toques nada - advirtió Arthur.
- S-Sí - acató, nerviosa y quedó admirando, en soledad, el lujoso sitio.
Grandes velas, botellas de perfumes y lociones, flores aromáticas y una blanca tina en el centro eran sólo algunas de los cosas que destacaban en su interior, todo iluminado por la calida luz del sol que entraba por pequeñas ventanas en lo alto de la habitación.
Mientras seguía distraída, admirando cada detalle, de repente, escuchó la puerta abrirse e inmediatamente volteó para encontrarse con dos sirvientas que quedaron perplejas al verla.
Más que perplejas, en realidad, parecían horrorizadas con su presencia.
- Pero... esto no es posible... - murmuró una de ellas - ¡¿Acaso es un espíritu, un fantasma?! - elevó su tono casi queriendo salir corriendo de allí, pero su compañera la detuvo.
- No seas idiota, baja la voz - le reclamó - No es un fantasma, es una niña de verdad.
- Pero... es idéntica a la princesa... ¿Cómo es posible?... ¿Y por qué está aquí?...
- Recuerda que Arthur mencionó que traerían "algo" para entretener a la Reina... Ella debe serlo...
- ¿Entretenerla? No me digas que...
- Deja de hacer preguntas innecesarias. En este lugar, mientras menos sabes, es mejor para ti... Vamos, cumplamos con nuestra orden. - terminó y se dispusieron a bañar a Marion.
Definitivamente la niña no se sentía cómoda con la idea de desnudarse ante extraños, pero cuando las criadas la despojaron casi con violencia de su pequeño camisón, sabía que debería empezar a acostumbrarse a ello.
- Mira que ropa más vieja... - comentó una admirando el camisón - ¿De dónde habrán sacado a esta niña? ¿De un basurero? - soltó.
- A-Ah! - dijo Marion - Es mío... ¿Puedo quedarmelo?... - preguntó con temor de perder lo único que le quedaba de su antigua vida.
- ¿Qué? Por supuesto que no, esto se irá a la basura - respondió, arrojándolo a un cesto.
Los ojos de la niña se llenaron de angustia, pero a las mujeres poco les importaba, sólo se concentraban en frotar fuertemente las esponjas en el cuerpo de ella, haciendo que su piel blanca casi quedara rosada. Marion apenas dejaba escapar sonidos de molestia.
- No te quejes - habló la criada - Si vas a estar cerca de la Reina debemos asegurarnos de que no lleves ninguna peste encima - continuó, justificando su brusco accionar.
La pequeña sólo hizo silencio ante sus palabras, soportando aquello. Luego del baño, las mujeres la vistieron con un sencillo pero fino vestido blanco, peinaron su cabello y la cubrieron de lociones, pero en todo ese proceso jamás pudieron desvanecer la mirada de impresión y desagrado sobre Marion, era como si no soportasen verla.
Al terminar, la guiaron hasta una nueva habitación y, simplemente, se limitaron a decir que se quedase dentro ella. La puerta se cerró y la pequeña Marion quedó un momento de pie admirando su alrededor.
Aquella habitación estaba en penumbras, puedes sólo se iluminaba con un velador, aun así podía verse que era grande, espaciosa, con una cama individual en una esquina, espejo de cuerpo entero, armarios e, incluso una mesa con dos sillas en el centro.
Al notar que nadie parecía andar por los pasillos, Marion se acercó con prisa hasta las cerradas cortinas rojas, ansiosa de poder aunque sea espiar por la rendija de la ventana el exterior de donde se encontraba. Pero, al correr la cortina, quedó impactada al descubrir que tras ella no había ventanas, sólo pared. Repitió la acción sobre el par de cortinas continúas y, de nuevo, nada.
《Aquí no hay ventanas...》pensó la niña.
De repente, la puerta se abrió, era Arthur trayendo una bandeja con comida que colocó sobre la mesa.
- Siéntate, es hora de que comas - le ordenó y ella aceptó, sentándose en una de las sillas.
Él simplemente se quedó parado a su lado, observándola en silencio. Marion se sentía nerviosa, no se atrevía a dar el primer bocado.
- Anda, comienza, quiero verte comer - insistió, y la niña lo hizo.
Aunque tenía hambre, a la pequeña le era imposible no sentir la punzante mirada de ese hombre, aún así obedeció su pedido y se forzó a comer hasta dejar el plato limpio.
- Bien, veo que tienes ciertos modales, me preocupaba que sólo supieses comer con las manos... - soltó y luego se hincó frente a ella para mirarla directo a los ojos - Escucha con atención, a partir de este momento esta habitación es el lugar en donde vivirás, así que hay tres cosas que nunca debes olvidar: Primero; nunca salgas de esta habitación, tú ya sabes cuál es el precio por intentar escapar... Segundo; No hables en frente de la Reina, en caso de ser necesario limítate a responderle con señas. Y tercero: desde ahora responderás al nombre de "Elisa".
- ¿Elisa?... - murmuró - pero... me llamo Marion... - comentó con inocencia.
- Jamás vuelvas a mencionar ese nombre - le advirtió, con enojo en su mirada - Olvídate de toda tu vida de antes de venir aquí, esa niña nunca existió ¿Entendido? A nadie, nunca, jamás, digas ese nombre de nuevo... ¿He sido claro, "Elisa"?... - insistió en un tono severo.
Marion sólo respondió asintiendo con su cabeza, mientras cerraba sus manos nerviosas sobre la falda de su vestido.
- Bien, entonces eres libre de dormir o ir al baño si quieres, está tras esa puerta - dijo, señalando una puerta blanca dentro de la habitación - pero nada más, no hables ni hagas ruidos innecesarios - continuó ya tomando la bandeja y encarando la salida - Una cosa más, no toques nada de lo que está dentro de los armarios, solo la Reina puede hacerlo... después de todo, las muñecas no juegan solas... - terminó, con aquella misteriosa advertencia, y salió de la habitación cerrando con llave la puerta.
Luego de que se fue, Marion quedó pensando en sus palabras. En su pequeña cabeza, todo lo que sucedía aún se sentía irreal. Fue hasta el baño, y se lavó el rostro varias veces, como buscando "despertar" de ese terrible sueño que estaba viviendo, pero era inútil, aunque lavase su cara o pellizcase sus mejillas, no podía escapar de la realidad en la que había quedado atrapada.
Al salir del baño, observó una vez más la habitación de fina decoración, pero sin una pizca de libertad, era como estar dentro de una hermosa caja.
《¿Aquí es dónde voy a vivir?... ¿Ya no podré salir de este lugar?... 》 pensó con preocupación y las extrañas palabras de todas esas personas golpearon su cabeza, no podía terminar de entender la situación 《¿La Reina vendrá a verme?... pero... ¿Por qué ella quiere jugar conmigo?... 》 se preguntó y vio de reojo los dos armarios que estaban allí.
Había aceptado no tocar nada como Arthur le ordenó, pero su curiosidad la llevó a espiar el interior de los mismos, llevándose una desagradable sorpresa...
Al abrir el primero, notó que este estaba lleno de hermosos vestidos de su talla, incluso había zapatos en él.
《Qué bonito...》pensó al fijar su atención en uno de un brillante azul.
Pero, al abrir el segundo armario, sus ojos se abrieron con asombro pues este estaba lleno de bellas muñecas de porcelana acomodadas en estantes, y todas ellas emulaban su propia imagen: cabello castaño rizado y grandes ojos azules.
Marion desvió su mirada un momento y admiró de reojo su propio reflejo en el espejo de cuerpo entero, luego regresó a mirar a las muñecas.
《Estas muñecas... se ven como yo... 》pensó y descubrió que una de ellas llevaba un vestido igual al azul del armario, e incluso notó que otra lucía un vestido blanco idéntico al que las criadas le pusieron. Lejos de parecerle adorable, aquello terminó por causarle una terrible impresión, y, mirándose al espejo una vez más se preguntó 《¿Soy... una muñeca?...》
Tras cerrar suavemente los armarios, aún impactada, se sentó en la cama, tratando de entender lo que acababa de ver
《No puede ser cierto... La reina es una mujer adulta, es imposible que quiera a una niña de verdad como muñeca... ¿no es así?...》
Intentó convencerse de ello basándose en su propia experiencia con los adultos, pero ninguno de los adultos de ese lugar se comportaba como se suponía que debía. Aunque algunos cuidadores del orfanato hacían las cosas de mala gana, eran estrictos o groseros, nunca dejaban de ser responsables de los niños, a su manera, los cuidaban. Pero en el sitio donde ahora estaba era diferente, ninguno de esos sirvientes o criadas le daba un sentimiento de protección, todo lo contrario, la hacían sentir vulnerable, como si pudiesen hacer lo que sea con ella y nadie protestaría.
Angustiada, Marion se dejó caer sobre la suave cama. Era en verdad reconfortante y, luego de todo lo vivido, inevitablemente el deseo de dormir la invadió, así que acabó cerrando sus ojos, terminando, casi sin darse cuenta, en un profundo sueño.
Las horas pasaron y mientras, aún dormida, la pequeña sintió unos fríos dedos deslizarse constantemente por sus mejillas, aquello la hizo despertar, descubriendo así la imagen de una espeluznante mujer que se echaba a medio cuerpo sobre ella.
- Elisa... Al fin has vuelto... - dijo la mujer.
Marion no podía hacer más que observarla con temor. Aunque en ese momento desease gritar, le hubiese sido imposible, pues sentía su garganta enmudecida por completo, incluso su barbilla temblaba ante la presencia de la ojerosa dama de mirada perdida y cabello desarreglado.
- Esta vez mamá se quedará a jugar contigo, lo prometo... Estaremos juntas por siempre, mi preciosa Elisa... - afirmó con sus insistentes caricias.
Continuará...
《¿Ella... es la Reina?...》 se preguntó la niña, escapando un poco de su conmoción. La mujer se puso de pie y abrió uno de los armarios. - Escogeré uno para ti - dijo, revisando el armario de vestidos - ¡Ah! Este... Este azul combina tan bien con tus ojos... - comentó, tomando la prenda en sus manos - ¡Oh!, también debo peinarte - se entusiasmó, tomando un cepillo de la cajonera. Marion sólo la observaba en silencio, mientras la reina dejaba aquellos objetos sobre la cama. Luego, hizo sonar fuertemente una campanilla que, al parecer, había traído consigo, causando que una criada abriese la puerta. La pequeña enseguida la reconoció: era una de las sirvientas que la había bañado anteriormente. - Alteza, dígame ¿en qué puedo sevirle? - preguntó, casi sin levantar la cabeza. La mujer se sentó en la cama, tomó a Marion en brazos y la sentó sobre su regazo. - Trae té y galletas para nosotras - ordenó, mientras acariciaba el cabello de la niña y se percató de algo que la perturbó - Est
Marion no lograba disimular la conmoción en su mirada. Sentía que las palabras ni siquiera podían salir de su garganta, pero el niño frente a ella insistió: - Además... la forma en la que te acercas a mi, como te ofreces a ayudarme... y, aunque mis manos estén sucias, igual tomas lo que te doy... Una niña noble nunca haría eso, los nobles que conozco ni siquiera recogen las cosas que se les caen al suelo... - Yo... - murmuró. - Sólo he visto un par de veces, de lejos, a la princesa Elisa y ella no parecía muy diferente de ellos, los sirvientes la cubrían con sombrillas a cada paso... pero tú no, eres diferente... ¿Quien eres? La barbilla de Marion quería temblar, los nervios comenzaron a invadir su cuerpo provocando que le fuese casi imposible el pensar. -Yo... Y-Yo... Deseaba inventar una excusa, sostener la mentira, pero simplemente no pudo y terminó por salir corriendo de allí. - ¡Oye, espera! - exclamó Li. La niña logró oírlo, pero no detuvo su paso, continuó corriendo c
En aquel Orfanato donde Marion creció, los niños rara vez eran adoptados, la mayoría terminaba abandonando la institución, por sus propios medios, al cumplir quince años. Los gobernantes apenas y les enviaban el dinero justo para los alimentos y mínimo salario de las cuidadoras, pero aún así no podían negarse a recibir a los niños que dejaban en su puerta, por lo que, para intentar sobrellevar la pesada situación, la directora decidió pedir la colaboración del Templo. El Templo congregaba a todas las personas que quisieran profesar la religión, sin distinción de clases sociales y, a su vez, era un gran nexo entre quienes necesitaban ayuda y aquellos que estaban dispuestos a darla, Annet Firent era una de esas personas. Luego de quedar viuda, y con sus hijas ya siendo adultas responsables, Annet se dedicó a viajar por todo el Reino, tratando de hallar una nueva meta en su vida, y la encontró haciendo caridad a través del Templo, fue así como llegó hasta el viejo Orfanato. Debido a su
《Esto... Esto no puede ser real... Esto.... ¡Tiene que ser sólo una maldita pesadilla!》Maldecía Marion en su interior mientras corría sin aliento por el espeso bosque en medio de aquella noche teñida de sangre. Con sus pies descalzos, y un elegante camisón de seda rasgado por las filosas ramas en su camino, avanzaba presa del terror sin siquiera detenerse a pensar en las heridas que la vegetación salvaje producía en sus brazos y piernas; lo único que había en su mente era la certeza de saber que si la atrapaban sería carne fresca para las bestias que la perseguían. En manos de quienes acababan de atacar sanguinariamente a su gente en la mansión, sólo le podía esperar la muerte ó destinos peores por tratarse de una mujer.《¿Qué voy a hacer ? ¡¿A dónde se supone que deba ir en esta situación?!》se preguntaba a sí misma hasta que, en un momento, tropezó con una de las tantas raíces del lugar. Rápidamente su rodilla se hinchó y aquel segundo en que se detuvo provocó que comenzara a perci