《Esto... Esto no puede ser real... Esto.... ¡Tiene que ser sólo una m*****a pesadilla!》Maldecía Marion en su interior mientras corría sin aliento por el espeso bosque en medio de aquella noche teñida de sangre.
Con sus pies descalzos, y un elegante camisón de seda rasgado por las filosas ramas en su camino, avanzaba presa del terror sin siquiera detenerse a pensar en las heridas que la vegetación salvaje producía en sus brazos y piernas; lo único que había en su mente era la certeza de saber que si la atrapaban sería carne fresca para las bestias que la perseguían. En manos de quienes acababan de atacar sanguinariamente a su gente en la mansión, sólo le podía esperar la muerte ó destinos peores por tratarse de una mujer.
《¿Qué voy a hacer ? ¡¿A dónde se supone que deba ir en esta situación?!》se preguntaba a sí misma hasta que, en un momento, tropezó con una de las tantas raíces del lugar.
Rápidamente su rodilla se hinchó y aquel segundo en que se detuvo provocó que comenzara a percibir el cansancio y dolor de las heridas en su cuerpo.
El galope enbravesido de los caballos podía oírse a lo lejos, por ello, dedujo que aún la buscaban, así que usó la fuerza de sus frágiles brazos para arrastrarse hasta un árbol y esconderse detrás de su tronco.
Quien la viese en ese momento jamás pensaría que esa mujer de imagen penosa era la hermosa princesa del Reino de Catalia y esposa del Duque Firent, el futuro Rey.
《Tengo que seguir camino, tengo que salir de aquí... Pero ¿cómo? Apenas puedo ponerme de pie, si avanzo de esta manera me atraparán... Tal vez deba esconderme en este lugar》pensó tratando de resguardar su vida《Firent... ¿Qué habrán hecho con él? ¿Y la gente de la mansión?, y... Livan... ¿Dónde estás Livan? Si él regresó en este momento a la mansión tal vez también haya sido... No, por favor no, Livan... tienes que estar vivo... Lo prometiste...》 suspiraba en su interior, tratando de recuperar el aire, mientras veía como una columna de humo se elevaba sobre el oscuro cielo y parecía provenir desde la mansión que acababa de dejar atrás 《¿Quienes son estas personas? ¿Rebeldes? ¿Saqueadores? ¿Qué quieren?》y, en eso, el sonido de unos pasos sobre las hojas secas la invadió de miedo.
- ¡No veo nada! ¿seguro que huyó en esta dirección? - exclamó un hombre en el eco del bosque.
- Ya te dije que sí, ahora cállate y búscala. Es una mujer frágil como una rama, es ridículo que nos dé tantos problemas - se quejó otro a su lado.
Marion cubrió su boca con ambas manos tratando de contener hasta la más mínima señal de respiración. Se sentía paralizada, sin fuerzas siquiera para ponerse de pie.
Esperó hasta que los sonidos se detuvieron y, lentamente, comenzó a erguirse para huir. Sabía que debía salir de allí a cómo de lugar, pero, cuando logró pararse, fue sorprendida por una violenta flecha que refiló su cuello clavándose en el tronco. Sus ojos temerosos miraron en aquella dirección y distinguió la figura de un hombre que la apuntaba con una segunda flecha cargada en su arco. Ni siquiera podía imaginar en qué momento él llegó, sus pasos debieron ser tan ágiles como los de un zorro, aún así, se esforzó por emprender una vez más la huída pero su lamentable andar la llevó a ser atrapada por aquellos guerreros de los cuales se escondió en un principio.
- Aquí estás... al fin podremos terminar con nuestra misión... - dijo uno de ellos, con malicia, y la tomó por los muñecas para atar sus manos con una soga - No te resistas - advirtió.
Presa del pánico, la joven se defendió inútilmente tratando de safarse de su agarre.
- ¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame! - gritaba mientras forcejeaba haciéndole perder la poca paciencia a su captor.
- ¡Te dije que no te resistas! - exclamó y dio una terrible bofetada en el rostro de Marion provocando que ella se paralizase por el miedo y que el valor escapase de su cuerpo.
- ¡Idiota! - le reclamó su compañero - ¡¿Cómo se te ocurre golpearla en el rostro?! ¿Qué no entiendes que esta mujer es la prueba de nuestro triunfo? Nuestro señor pidió expresamente que la llevemos intacta, si lo nota te castigará.
- ¡E-Ella me provocó! Ustedes lo vieron - se defendió temeroso.
- Ya cállate y regresemos, el señor debe estar ansioso por disfrutar de su premio... - terminó y, entre amarres, cargó a la joven sobre sus hombros cual costal.
La impresión por la situación la había dejado incapaz de mover su cuerpo, sólo las palabras de aquellos hombres resonaban en su cabeza mezclándose con los recuerdos amargos de su pasado.
《No... otra vez no... ¿Por qué... siempre es así?... ¿Acaso... nunca podré dejar de ser un objeto para los demás? Un juguete, un premio... ¿Este es mi destino? ¿Nunca podré... ser libre?... Livan, por favor, sálvame... 》 suplicó en su corazón casi sin esperanzas pues al final todo esfuerzo parecía inútil.
Cada vez que Marion intentaba cortar los hilos que la ataban a su destino maldito, sólo acababa enredandose más y más en ellos, ahogándola en desesperación...
Años atrás, cuando Marion era apenas una niña de siete años, vivía en un viejo orfanato cuyas paredes se desmoronaban de tan sólo rozarlas.
Abandonada desde su nacimiento, aquel derrocado edificio era el único lugar que conocía como "hogar", pero la vida dentro de él estaba lejos de ser un lecho de rosas ya que, al pertenecer a la zona más marginal del Reino, apenas y recibía migajas por parte de los gobernantes, así que la pobreza formaba parte de su cotidianeidad.
Quienes estaban a cargo de dichas instituciones rara vez lo hacían por vocación sino, más bien, porque no encontraban mejor empleo, por ello muchos cuidadores resultaban ser innecesariamente estrictos o poco amigables, pero hubo un tiempo en que Marion gozó de cierta suerte, pues, cuando tenía cuatro años conoció a una dulce cuidadora llamada Yasmina.
Yasmina realmente amaba cuidar a los niños, y fue quien les enseñó el valor de protegerse los unos a los otros, les enseñó a ser una familia. Marion al fin encontraba una imagen a seguir en alguien, por primera vez conocía a un adulto al que no le tenía miedo. Podía notar esa gran diferencia, al lado de esa cuidadora, las sonrisas de los pequeños no desaparecían...
A menudo, la niña se ofrecía a ayudar a Yasmina con sus labores diarias, se sentía ansiosa por aprender todo lo que ella estuviera dispuesta a enseñarle.
- ¿Así está bien, Yasmina? - preguntó, enseñando el remiendo que acababa de hacerle a una vieja prenda de abrigo.
- Sí, muy bien, Marion. La costura se ve fuerte, de seguro durará un buen tiempo - la felicitó mientras ella arreglaba otra prenda.
- Que bueno, es el saco favorito de Judith - sonrió, hablando de otra pequeña huérfana.
- Ya imagino lo feliz que se pondrá al ver que aún puede usarlo gracias a ti. Eres una excelente hermana mayor para los demás.
- ¿De verdad? - se emocionó - ¿Crees que podré ser cómo tú cuando sea mayor?
- ¿Ser cómo yo?
- Sí, quiero ser una cuidadora linda y amable como tú - aseguró.
- ¿Eso es lo que quieres para tu futuro? Hay muchas otras cosas que también puedes ser.
- ¿Otras cosas? ¿Cuáles?
- Pues... por ejemplo: puedes trabajar como cocinera o modista, son los trabajos usuales entre las mujeres del Reino, pero también puedes ser una vendedora, secretaria, incluso dueña de tu propio negocio.
- Oh... ¿Y si trabajo me darán dinero?
- Sí, el trabajo se cambia por dinero.
- Ya veo... Cuando hay poca comida aquí, la directora dice que es porque no tiene dinero para comprar más.
- Lo sé...- suspiró ante su comentario.
- Pero, entonces, si gano dinero allá afuera ¿Puedo traerlo aquí y así comprar más comida para mis hermanos? - preguntó con su entusiasta inocencia.
Yasmina se conmovió ante su dulce pensamiento. En el fondo deseaba que Marion pudiese ver más allá de esas viejas paredes que la rodeaban, pero, por otro lado, no le sorprendía que la niña no imaginase una vida lejos de allí, pues bien sabía que rara vez los niños eran adoptados, por lo que la mayoría terminaba abandonando la institución por sus propios medios al cumplir los quince años. Así que decidió seguir la conversación preguntando:
- ¿Tanto te gusta este lugar?
- Bueno, no lo sé... nunca he salido de aquí...
- Ah, ya recuerdo... tú estás aquí desde que eras una bebé...
- Sí. No sé cómo es allá afuera, no sé si habrá lugares mejores que este... en realidad tampoco me gustaba mucho estar aquí... pero, cuando llegaste, todo cambió, Yasmina.
- ¿Cuando llegué?
Marion asintió moviendo su cabeza:
- Hiciste este lugar más bonito, ya no nos da miedo estar aquí. Nos enseñas juegos divertidos y canciones, creo que todos somos más felices desde que llegaste - sonrió.
- Marion...- se emocionó la mujer.
- Por eso, cuando sea grande, me gustaría ser como tú. Aunque lleguen niños nuevos, quiero hacer que este lugar sea bonito y que todos seamos una gran familia feliz - insistió alzando sus brazos.
- Ya veo, tienes un corazón hermoso, y estoy segura de que lo lograrás - respondió, acariciando su cabeza.
- ¿Tú también te quedarás aquí?
- Claro, aunque me vuelva una anciana, me quedaré a ayudarte a cuidar de los niños que vendrán.
- ¡Sí! Seremos un equipo - se entusiasmó.
- Ya lo somos, mi pequeña cuidadora - sonrió amable - Ya es hora de hacer la cena ¿Qué te parece si preparamos unos panecillos extras y mañana vamos con los demás a pasar la tarde en la colina?
- ¿La colina de flores amarillas? - se emocionó.
- Sí, esa misma.
- ¡Sí! ¡Me encanta, me encanta!
- Entonces pongamos manos a la obra - dijo, ya encaminándose hacia la cocina.
Desde pequeña, Marion había abrazado con convicción su sueño: se convertiría en una amorosa cuidadora que les daría amor familiar a los niños que llegasen a la institución. Pero pronto ese destino, que veía tan claramente, comenzaría a torcerse pese a su voluntad...
Tal como Yasmina prometió, al día siguiente, ella y los niños se dirigieron a la colina cercana para disfrutar de una tarde de otoño compartiendo una modesta merienda.
Los paseos en grupo no eran bien vistos por la directora de la institución, ya que ninguna cuidadora quería tomarse la molestia, ni la responsabilidad, de cuidar a tantos niños en un lugar abierto. Aún así, Yasmina insistía en que era algo saludable para ellos y aceptaba hacerse cargo, sola, del salir con los veinticinco pequeños.
A ella no le preocupaba en absoluto el comportamiento de los niños, pues los sabía obedientes y cuidadosos entre ellos mismos. Cada paseo siempre resultaba sólo en recuerdos hermosos y divertidos, aquella tarde no fue la excepción, al menos hasta el momento en que estaban a punto de regresar...
La cuidadora se dispuso a reunir a los pequeños alrededor de un árbol para marchar todos juntos. Mientras ella contaba a los niños, uno de ellos jaló la falda de su vestido y preguntó:
- Señorita Yasmina ¿Quién es ese hombre?... - señalando, un poco a la distancia, la figura de un hombre que observaba insistentemente a una distraída Marion que recogía flores.
Una ráfaga de viento arrancó un par de flores de las pequeñas manos de la niña y fueron a dar a los pies del hombre, él aprovechó para acercarse a ella.
- Toma - soltó, entregando las flores.
- Oh, gra-gracias... - murmuró, nerviosa, Marion.
Yasmina se acercó y la llamó:
- ¡Marion, ya es hora de irnos!
- ¡S-Sí! - se apresuró dejando atrás a aquel hombre.
- ¿Qué fue lo que te dijo ese señor?... - preguntó la cuidadora.
- Oh, nada, sólo me regresó las flores.
- Oh... bien... - suspiró intranquila, pues la imagen de ese sujeto le resultaba escalofriante, sobre todo su mirada filosa sobre la niña.
Pasando aquel momento, todos regresaron al orfanato y continuaron con su vida habitual, pero Yasmina había tomado la decisión de no salir de paseo por un tiempo sólo por precaución. Poco imaginaba que ya era demasiado tarde para ser precavida...
Un tarde de intensa lluvia, la directora de la institución recibió la visita de dos misteriosos, pero bien vestidos, hombres en su oficina.
- ¿En qué puedo ayudarlos, caballeros? - preguntó, tomando asiento frente al escritorio.
- Estamos aquí para buscar a una niña en particular, responde al nombre de Marion - habló uno de ellos.
- ¿Marion?
- Sí, tiene los ojos azules y el cabello castaño, rizado.
- Así es, esa descripción concuerda con ella, de hecho es la única Marion que hay aquí. ¿Por qué motivo la buscan?
- Créame, señora, mientras menos sepa, más a salvo estará su propia vida... - deslizó con cierta burla.
- ¿Qué?...
El segundo hombre alzó un saco que tenía junto a sus pies y lo colocó sobre la mesa.
- Exacto, lo único que debe saber es que la necesitamos... - agregó, enseñando que dentro del saco había cientos de monedas de oro.
La garganta de la mujer se secó ante sus palabras y lujoso ofrecimiento.
- Entreguenos discretamente a la niña y será libre de hacer lo que desee con este dinero - insistió el primer hombre, jugando con las monedas - pero hay algo que debe tener muy en claro: Esto no es una adopción, esta niña nunca existió... ¿Comprende?
- Absolutamente... - respondió ella sin meditarlo demasiado, impulsada por su codicioso corazón.
Aquella lluvia, que no cesó en todo el día, fue la cómplice perfecta para llevar a cabo una cruel maniobra: esa noche tormentosa, mientras todos dormían, Marion fue robada de su cama y entregada a esos hombres como si de un mero objeto se tratase.
Sin mediar palabra, estos cubrieron su pequeña boca con un trozo de tela y la metieron dentro de un baúl de madera cargado sobre una carroza, haciendo que la última imagen que la niña se llevaba del orfanato fuesen los fríos ojos de la directora que no demostraban ni una pizca de remordimiento.
A la mañana siguiente, Yasmina se dispuso a preparar el desayuno, pero fue sorprendida por la aparición de unas niñas que la buscaban con prisa.
- ¡Señorita Yasmina! ¡Señorita Yasmina!
- ¿Qué sucede? - preguntó ella.
- ¿Es cierto que Marion fue adoptada?
- ¿Qué?... - murmuró impactada - ¿De qué están hablando?
- La señorita Susan está en la habitación guardando las cosas de Marion en un bolso. Dice que anoche ella se fue con su nueva familia - explicó la otra.
Atónita, Yasmina dejó todo de lado y corrió a la habitación donde la otra cuidadora terminaba de cerrar el bolso.
- Susan, ¿De qué se trata todo esto? - indagó.
- Es lo que ves. Marion fue adoptada, así que alisto sus cosas para que pueda llevárselas si lo prefiere - respondió sin mucho interés.
- ¿Adoptada? ¿Cuando?
- Ayer, la directora dijo que se la llevaron en la noche.
- ¿Quién? No he visto a nadie reunirse previamente como lo estipula las reglas.
- No es asunto mio, y tampoco tuyo, eso es trabajo de la directora. Nosotras sólo estamos aquí para asistir a los niños. Con permiso. - terminó y se retiró con el bolso de mano que cargaba con unas pocas prendas de la niña.
Yasmina, aún sin poder creerlo, observó la cama vacía de Marion y fue invadida por la melancolía, ni siquiera había podido despedirse apropiadamente de la niña que fue tan unida a ella durante años.
En medio del desayuno, la directora apareció ante los demás niños para confirmar lo dicho por Susan. Ninguno pudo evitar sentir asombro y, a la vez, tristeza, pues nadie había logrado siquiera ver una última vez a esa querida hermana que creció junto a ellos.
Yasmina intentó distraer su mente con sus tareas diarias, aún así le era imposible no pensar en la pequeña Marion, su ausencia provocaba una sensación de gran vacío en su interior, pero luego ese vacío se convirtió en horror al descubrir un inquietante detalle...
La tarde comenzaba a caer, Yasmina fue hasta la parte trasera de la institución a buscar leña para la cocina. Mientras recogía los leños, notó que el horno donde quemaban la basura aún permanecía tibio. Aquello le pareció extraño, pues aún no habían sacado la basura de ese día, pero, al ver en profundidad, se encontró con algo que le quitó el aliento: de entre las cenizas se asomaba un pequeño trozo de tela amarilla cuyo borde tenía una puntilla blanca.
Ella podría reconocer donde fuese esa tela, sin duda pertenecía al vestido favorito de la pequeña Marion y el que, horas antes, había visto a Susan guardar en el bolso.
Continuó revolviendo las cenizas para confirmar su terrible sospecha, pero el fuego lo había devorado casi todo, sólo un pedazo de papel se salvó parcialmente y eso bastó para invadir de terror su corazón.
《CASO N°257, MARI- 》era lo único que podía leerse en él.
Yasmina recordaba ese número pues, cuando entró a trabajar al orfanato, tuvo que leer los expedientes de los niños para aprender sus nombres y casos, así que no tenía ninguna duda de que ese pequeño pedazo de papel pertenecía al expediente de Marion. Quemar tal documento no era algo que se hiciese luego de una adopción por lo que aquello sólo acrecentó aun más su terrible sospecha.
Regresando al interior del instituto, se cruzó por los pasillos con la directora:
- Yasmina, vas tarde para hacer la cena - habló.
La cuidadora no respondió, en cambio, alzó sus manos temblorosas y le enseñó el trozo de tela y papel que había encontrado.
- ¿Dónde... está Marion?... - preguntó, temerosa.
La fría mujer, lejos de evadir el tema, sólo se limitó a responder:
- ¿Marion? Aquí nunca hubo una niña con ese nombre...
- ¿Qué?... - soltó Yasmina casi sin voz - ¿Qué... qué es lo que han hecho con ella? ¿A quien se la dio?
- No lo sé, y te recomiendo que tampoco intentes averiguarlo.
- ¡¿Qué?! ¿Cómo pudo-
- Si quieres culpar a alguien por esto, culpate a ti misma...
- ¿Eh?...
- Si no los hubieses llevado de paseo ese día, nadie habría puesto sus ojos en ella... - terminó y se alejó por el pasillo.
Yasmina quedó petrificada ante sus palabras, la imagen de aquel hombre de mirada afilada golpeaba su cabeza. Recordar la escalofriante forma en que observaba a la inocente pequeña le hacía sentir que nada bueno podía salir de él.
Una sensación de terrible desesperación invadió el cuerpo de la cuidadora y cayó de rodillas al suelo, las lágrimas rodababan sin control por sus mejillas mientras presionaba los pequeños trozos de tela y papel contra su pecho, como aferrándose a lo único que le quedaba de su adorada niña.
- Marion... Marion... perdóname... - murmuraba entre sollozos.
Yasmina no podía imaginar cuan lejos estaba de su alcance aquella pequeña huérfana, y de cualquiera que pretendiese ayudarla...
- Alteza, es ella, la hemos traído. Esta es la niña de la que le hablamos...- la presentó un hombre, luego de sacarla de aquel baúl.
Continuará...
La noche en que Marion fue entregada, por la propia directora del orfanato, a aquellos desconocidos hombres, estos inmediatamente la metieron en un baúl y cargaron dentro de una carroza.Presa del pánico, y silenciada por el trozo de tela que cubría su boca, la pequeña atinó a patear desesperadamente desde el interior del baúl para que la sacasen de allí.Pese a su esfuerzo, nadie respondió, sólo podía sentir el agitar de la carroza que no detenía su avance.En un momento, cuando detuvo sus patadas, escuchó las voces de dos hombres hablar.- Oye ¿Seguro que puede respirar ahí dentro? - Claro que sí - respondió el otro - El baúl es más grande que ella, así que puede respirar a la perfección.- Mejor quítale la tapa un momento, no nos sirve de nada llegar con una niña muerta... - insistió.- Como fastidias - se quejó y Marion pudo ver como la tapa del baúl se elevaba y por ella asomaba el duro rostro de un hombre iluminado con una farola de mano.Inmediatamente la pequeña se enderezó,
《¿Ella... es la Reina?...》 se preguntó la niña, escapando un poco de su conmoción. La mujer se puso de pie y abrió uno de los armarios. - Escogeré uno para ti - dijo, revisando el armario de vestidos - ¡Ah! Este... Este azul combina tan bien con tus ojos... - comentó, tomando la prenda en sus manos - ¡Oh!, también debo peinarte - se entusiasmó, tomando un cepillo de la cajonera. Marion sólo la observaba en silencio, mientras la reina dejaba aquellos objetos sobre la cama. Luego, hizo sonar fuertemente una campanilla que, al parecer, había traído consigo, causando que una criada abriese la puerta. La pequeña enseguida la reconoció: era una de las sirvientas que la había bañado anteriormente. - Alteza, dígame ¿en qué puedo sevirle? - preguntó, casi sin levantar la cabeza. La mujer se sentó en la cama, tomó a Marion en brazos y la sentó sobre su regazo. - Trae té y galletas para nosotras - ordenó, mientras acariciaba el cabello de la niña y se percató de algo que la perturbó - Est
Marion no lograba disimular la conmoción en su mirada. Sentía que las palabras ni siquiera podían salir de su garganta, pero el niño frente a ella insistió: - Además... la forma en la que te acercas a mi, como te ofreces a ayudarme... y, aunque mis manos estén sucias, igual tomas lo que te doy... Una niña noble nunca haría eso, los nobles que conozco ni siquiera recogen las cosas que se les caen al suelo... - Yo... - murmuró. - Sólo he visto un par de veces, de lejos, a la princesa Elisa y ella no parecía muy diferente de ellos, los sirvientes la cubrían con sombrillas a cada paso... pero tú no, eres diferente... ¿Quien eres? La barbilla de Marion quería temblar, los nervios comenzaron a invadir su cuerpo provocando que le fuese casi imposible el pensar. -Yo... Y-Yo... Deseaba inventar una excusa, sostener la mentira, pero simplemente no pudo y terminó por salir corriendo de allí. - ¡Oye, espera! - exclamó Li. La niña logró oírlo, pero no detuvo su paso, continuó corriendo c
En aquel Orfanato donde Marion creció, los niños rara vez eran adoptados, la mayoría terminaba abandonando la institución, por sus propios medios, al cumplir quince años. Los gobernantes apenas y les enviaban el dinero justo para los alimentos y mínimo salario de las cuidadoras, pero aún así no podían negarse a recibir a los niños que dejaban en su puerta, por lo que, para intentar sobrellevar la pesada situación, la directora decidió pedir la colaboración del Templo. El Templo congregaba a todas las personas que quisieran profesar la religión, sin distinción de clases sociales y, a su vez, era un gran nexo entre quienes necesitaban ayuda y aquellos que estaban dispuestos a darla, Annet Firent era una de esas personas. Luego de quedar viuda, y con sus hijas ya siendo adultas responsables, Annet se dedicó a viajar por todo el Reino, tratando de hallar una nueva meta en su vida, y la encontró haciendo caridad a través del Templo, fue así como llegó hasta el viejo Orfanato. Debido a su