En la Hacienda Los Rincones, el Narrador: —¿Perdón? —Cuestionó Anastasia— ¡Disculpa, si he dicho una mentira! —agregó, ignorando totalmente el gesto de enojo de su hermana. —¡Creo que deberías disculparte seriamente con Mirelys! Es mi invitada —aclaró Camila, con arrogancia. —¡Por mí no hay problema, Camila! —expresó Mirelys. —¿Y eso qué? ¿Es que acaso yo no soy también tu invitada? —formuló Anastasia, convencida que su hermana había traído a esta mujer, para envolver a su hijo en algún compromiso con ella. «¡Ja! Pero eso será si yo lo permito» pensó Anastasia, mirando con sus ojos entrecerrados a su hermana, quien al ver a esta hacer este gesto, comprendió que algo estaba tramando. La gemela de Camila, salió sin decir una palabra más y se dirigió al establo. Una vez ahí, pidió al capataz le ensillarán su caballo, que iba de paseo. —Sí, señora Anastasia, ya lo hago —respondió este y salió a ensillar el caballo. (***) A los pocos minutos, ella iba al trote buscando el río y lue
Sofía: —¡Aló! Mami, soy yo, Sofía —saludé— ¿Cómo se han portado mis hijos? —pregunté con una sonrisa, imaginando a los tres, a un lado de ella, listos para almorzar. —¡Excelente, hija! Bien sabes que ellos, a pesar de su corta edad, son unos niños muy obedientes —aclaró mi madre con una voz dulce y muy cariñosa, la voz normal, cuando se refiere a mis hijos. —¡No voy a almorzar en la casa! —Anuncié— Después, no me dará tiempo para volver a la Naviera y asistir a la junta con el personal de medio oriente y necesito finiquitar las nuevas promociones para esa zona. »Además, debo dar los lineamientos, según las recomendaciones de los abogados, para solucionar lo del barco retenido en el puerto de Doha en Qatar —aludí positiva. —¡Me parece muy bien, hija! Así resuelves ese pequeño impasse con las autoridades de allá, hoy mismo —resaltó mi madre. —¡Por favor, mamá! Avisa, a mis hijos que llegaré temprano, en la tarde —señalé, tratando de explicar a estos, para que percibieran que eran l
Rafael: Debo cambiar rápido todos mis planes, ya no saldré mañana al rancho, debo llamar a tía y ponerla al tanto de todo. Para no perder el tiempo de aquí al viernes, adelantaré algunas actividades. Así podré estar tranquilo con mis adorados invitados. —¡Ring, ring! —¿Tía? —pregunté. —¡Si mi amor! —me respondió ella, con una vez dulce y melódica. —Tía, ha habido cambio de planes —anuncié— No me voy todavía, sino que llegaré con mis adorados invitados el viernes, Dios mediante —afirmé. »¡Por favor! ¿Te puedes encargar del alojamiento para ellos? —pregunté emocionado, sintiendo un pequeño temblor en mi cuerpo como cuando Sofía me tomó del brazo el día de la inauguración. —¡Claro, hijo! —Me contestó ella, emocionada— Solo dime, ¿qué quieres que te prepare? ¿Cuántas habitaciones son? —Son tres habitaciones, las mejores de la hacienda, en una vas a colocar tres camas individuales —supliqué. »Estas, diséñalas muy cómodas, estilo infantil, sabanas de preferencia celeste. Son tres va
En la Naviera, el Narrador: De inmediato, José David se violentó y arrojó el aparato telefónico que estaba sobre la mesa, al piso, destrozándolo totalmente. Por esta razón, la puerta fue abierta, de par en par, por los escoltas de Sofía, a quienes les hizo seña para que se detuvieran y se alejaran un poco. —¡No me puedes hacer esto! —Gritó él, fuera de sí— Solo estoy cumpliendo con mi trabajo. Ya te lo expliqué, no se ha verificado la prueba de calidad para garantizar a los clientes el traslado de la mercancía de la forma más fácil y rápida —gruñó este. —¡Un momento! Si bien es cierto, nuestra obligación es la puntualidad con el cliente, también lo es, cumplir con la garantía a la que hace referencia mi hijo —expresó Reyner apoyándolo— ¡José David tiene razón! —¡Entonces! Busquemos al responsable de este retraso en la verificación de esa garantía —expresó Sofía con autoridad y tomando un acta en sus manos, la leyó y concluyó: »Según el acta, el buque estuvo listo y fue entregado h
Sofía: Al llegar al aeropuerto, fuimos trasladados por mi chófer hasta la mansión de Rafael, la cual no tiene nada que envidiar a un Castillo de la realeza. Era una casa inmensa y preciosa. Cuando nos acercamos a la edificación, pude observar a este, de pie en la entrada. «¡Dios mío! Este hombre hace que se le bajen las bragas a cualquiera» pensé, sacudiendo un poco mi cabeza y con ello mi larga cabellera rubia, la cual llevaba atada como una cola de caballo, moviéndose esta de un lado a otro, dándome sin querer un aire más juvenil. —¡Bienvenidos! —exclamó él, con una sonrisa y extendiendo sus poderosos brazos, los cuales se podían apreciar por encima de su camisa de manga corta y sin cuello. Llevaba un pantalón que evidenciaba sus piernas gruesas, con botas altas. —¡Hola Rafael! ¿Cómo estás? —me acerqué a saludarlo, con una sonrisa y extendiendo mi mano. —¡Holaaa! —Gritaron mis hijos en coro, alegres al ver a este, por lo que corrieron hacia él— ¡Otra vez, eres tú! —exclamaron el
Rafael: Me siento tan feliz, no sé por qué tengo esta sensación de traer por primera vez a mi hacienda, a la mujer que sinceramente me gusta. Me siento bendecido, por el hecho de que ella haya aceptado esta invitación. «Ni cuando traje a María de los Ángeles. ¡Bueno! La verdad fue que mi madre la trajo, me la presentó y yo me enamoré». Al bajarme de la camioneta, tía Anastasia estaba ahí esperándome con el personal que contrató exclusivamente para atender a mis invitados. En la terraza superior, pude observar a mi madre y a Mirelys, vernos llegar. Presenté a mi tía, a Sofía, su madre, así como a los trillizos. —¡Bienvenidos! Es un placer recibirlos en nuestra casa, estamos todos a sus órdenes —exclamó ella con extrema alegría, fundamentalmente al tener de frente a los niños. —¡Gracias, señora Anastasia! —comentó Sofía agradecida. —¡Gracias y es un verdadero placer para nosotras estar aquí! —declaró Estefanía. Al bajar la vista, tía y observar los trillizos, se acuclilló admirada
Rafael: —¡Buenas tardes, Rafa! Es que acaso no me vas a saludar —me reprochó Mirelys, mirando a los trillizos, quienes estaban de espalda a esta. Ella me abrazó por la cintura, pegándose a mi cuerpo como si fuera mi mujer. No imaginé que Mirelys se atreviera a tanto, menos delante de mis visitas. Me había propuesto no permitir que ella viera a los niños, al igual que mi madre, pero lamentablemente ya estaba aquí. Así que traté de convencerla para que saliera del lugar y que no tuviese contacto visual con los niños. Me preocupaba lo que esta pudiera hacer en presencia de ellos, porque es una mujer sin escrúpulos y de armas tomar. —¡Buenas tardes! —Contesté con hostilidad— ¿Qué haces aquí? —reproché. —Estaba aburrida en la Ciudad y por eso me vine a verte —confesó ella. —Si me esperas en la terraza, en unos minutos subo, hablo contigo y con mi madre —Prometí— Estoy atendiendo a unos clientes —al decir esto, Sofía que estaba de espalda volteó hacia mí. Su mirada era fría, distante
En La Rinconera, el Narrador: Mirelys, una vez que escuchó a su madre por teléfono, quien le recordó la crisis económica por la que estaba pasando los viñedos, reflexionó sobre su decisión de irse de la hacienda. Para ella, era difícil aceptar una nueva humillación de parte de Rafael, aunque sea del hombre que más le gusta. No obstante, solo de pensar que pudieran declararse en quiebra y que sus amistades se enteren de esto, la hizo estremecer y doblegar su voluntad. —¡Está bien, que conste solo lo hago por ti! —respondió ella, pasando el celular a Camila, volviendo a estacionar la camioneta y observando con envidia y recelo la camioneta que conducía Rafael, la Range Rover de siete puestos, propiedad de su invitada. —¡Hiciste lo correcto! Hija —manifestó Camila, feliz de que esta no se hubiera ido. Ella no está dispuesta a permitir que su hijo se case con cualquier mujer que consiga en el camino. »¡No te enojes con tu madre! —murmuró Camila— Ella como yo, queremos lo mejor para t