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La lluvia caía con una furia inesperada, como si el cielo hubiera decidido descargar todo su peso sobre nosotros en un solo instante. **Luvita y yo estábamos atrapados en medio de la tormenta, sin poder ver más allá de unos metros por el parabrisas.** Las gotas golpeaban el techo del coche con una intensidad ensordecedora, y el viento azotaba con tal fuerza que parecía querer arrancar el vehículo del suelo. **Miré mi reloj: las manecillas marcaban las once de la noche.** Ya deberíamos haber estado de regreso, a salvo, en casa.

—Alejandro, esto no es seguro, —dijo Luvita, su voz apenas audible sobre el rugido de la tormenta—. **Conozco un lugar cercano donde podemos pasar la noche.** Es la casa de un amigo, no está lejos de aquí.

**Fruncí el ceño, incomodado por la idea.** —No, prefiero seguir adelante, —respondí, sintiendo que lo mejor sería llegar a casa cuanto antes. **Carmen debía estar preocupada por mí, y la idea de pasar la noche en algún lugar extraño no me gustaba para nada.**
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