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Alejandro y yo seguimos caminando por la feria, entre luces parpadeantes y el murmullo animado de los turistas que regatean con los vendedores. Mi helado ya casi no existe, y aún puedo sentir la frescura en mis labios mientras paso la lengua por el último rastro de crema.De reojo, noto que Alejandro me observa, aunque finge estar más interesado en los puestos de artesanías. Su mandíbula se tensa sutilmente cuando llevo el helado a mi boca una última vez.—Te volvió a quedar crema en la comisura —murmura con tono neutral, pero hay algo en su mirada que me hace arquear una ceja.Parpadeo, algo desconcertada por la forma en que me mira, aunque rápidamente sacudo la cabeza y me limpio con la servilleta sin prisa.—¿Desde hace cuánto? —pregunto, entrecerrando los ojos.Alejandro tarda un segundo en responder.—Un rato —dice, con expresión misteriosa.—¿Y por qué no me dijiste antes?Él se encoge de hombros, con una media sonrisa apenas visible en el borde de sus labios.—Me estaba divirti
El sol ya se filtra por las cortinas cuando empiezo a despertar. Mi cuerpo entero protesta al moverme. Un dolor punzante se instala en mi espalda y mi cuello está tan rígido que siento que me han atropellado.Gimo en voz baja y me incorporo lentamente, masajeándome la nuca con una mueca.—Dios… esto es lo peor —murmuro, tratando de estirar los músculos adoloridos.—Buenos días para ti también —comenta Alejandro con diversión desde la cama.Lo miro con los ojos entrecerrados mientras él se despereza con absoluta tranquilidad, sin la menor señal de incomodidad.—No digas nada —le advierto, levantando una mano.—Ni siquiera he dicho nada.—Lo estás pensando.Se sienta en la cama y me observa con una sonrisa burlona.—¿Cómo dormiste? —interroga.Me cruzo de brazos con una expresión asesina.—Como un ángel. Un ángel que fue arrojado desde un quinto piso y cayó de espaldas sobre un montón de piedras —replico entre dientes—. Definitivamente, nunca más vuelvo a dormir en ese maldito sillón.A
La puerta se abre antes de que podamos decir algo más, y la masajista regresa con una sonrisa tranquila.—Ah, no, no, no —dice la mujer, con un tono casi divertido—. No tienen que acostarse aún.Alejandro y yo nos miramos con confusión al mismo tiempo.—¿Perdón? —pregunta él, frunciendo el ceño.La mujer asiente con naturalidad, como si lo que está a punto de decir fuera lo más normal del mundo.—El masaje en pareja no significa que los masajistas los atienden al mismo tiempo —explica—. Significa que uno de ustedes le da el masaje al otro.El silencio en la habitación es ensordecedor.—¿Qué? —decimos los dos al unísono.La masajista sonríe con calma y hace un gesto con las manos como si estuviera explicando algo obvio.—Sí, es una actividad íntima diseñada para fortalecer la conexión entre la pareja. Un momento de relajación y cuidado mutuo.—¿Cuidado mutuo? —repito con incredulidad, sintiendo que la temperatura de la habitación sube de golpe.Alejandro suelta un suspiro pesado, pasán
El universo me acaba de bendecir.Alejandro Monteverde, el hombre que siempre tiene el control, acaba de sonrojarse un poco. No mucho, pero lo suficiente para que yo lo note y lo disfrute.Me enderezo con calma, estirándome con total dramatismo, disfrutando de la sensación de mis músculos relajados después de su inesperado talento con las manos.—Tu turno, amor —digo con dulzura exagerada, alzando las cejas.Alejandro me lanza una mirada fulminante.—Si crees que voy a gemir como tú, olvídalo.—Uy, qué lástima —respondo con fingida decepción—. Era lo único que esperaba de esto.La masajista nos observa con una sonrisa divertida mientras Alejandro suspira resignado y se acomoda en la camilla boca abajo. Me froto las manos con entusiasmo antes de colocarme a su lado.—Muy bien, señor Monteverde, relájese y confíe en mí —le digo con tono burlón.—Ese es exactamente el problema —murmura él, con la voz amortiguada contra la camilla.Ignorándolo, vierto un poco de aceite en mis manos, frotá
La masajista aplaude suavemente, dándonos por finalizada la sesión.—¡Muy bien, pareja! Creo que lo lograron bastante bien —dice con una sonrisa satisfecha—. ¿Ven? Nada como un poco de confianza y conexión para un masaje exitoso.Alejandro abre los ojos y se incorpora con lentitud, pasándose una mano por el cuello.—Sí… maravilloso —murmura con voz monótona, aunque por su expresión, tengo la sensación de que aún está procesando todo lo que acaba de suceder.Yo, por mi parte, me estiro un poco y disimulo mi propio desconcierto con una sonrisa encantadora.—Fue una experiencia… interesante —admito, tomando la bata que la masajista me ofrece.Alejandro hace lo mismo y, con una última sonrisa de cortesía, nos despedimos y salimos de la sala.El pasillo del spa es silencioso, con ese mismo aroma relajante a lavanda flotando en el aire, pero entre nosotros, la tensión sigue ahí, latente, como si la piel aún recordara el roce de las manos del otro.Caminamos en silencio hasta el baño. Alejan
Alejandro y yo nos acomodamos nuevamente en la parte central del velero, donde Eugenio ya nos tiene preparada otra sorpresa: una botella de champán bien fría y dos copas de cristal.—¡Vamos a hacer esto como corresponde! —exclama con entusiasmo, mientras nos muestra la botella—. No hay viaje romántico sin un brindis.Alejandro arquea una ceja y me lanza una mirada rápida, como si intentara medir mi reacción. Yo, en cambio, le sonrío con emoción y me froto las manos.—Me gusta cómo piensas, Eugenio.Nuestro guía nos tiende las copas y se encarga de abrir la botella con destreza. Con un pequeño "pop", el corcho sale disparado al aire y el líquido burbujeante se vierte en nuestras copas.—Salud por los recién casados —dice Eugenio con una sonrisa cómplice mientras nos entrega las copas.Alejandro y yo intercambiamos una breve mirada antes de chocar suavemente nuestras copas.—Por… la luna de miel —murmura él con su característico tono monótono.—Por la luna de miel —repito, ocultando una
Cuando salimos del restaurante, el viento ya es más fuerte y una llovizna fina empieza a caer sobre nosotros. Alejandro me lanza una mirada de advertencia mientras se sube el cuello del abrigo.—No digas nada —le advierto antes de que pueda soltar un “te lo dije”.Él niega con la cabeza, pero no dice nada mientras nos apresuramos de vuelta al hotel.El camino es incómodo, con el viento golpeándonos en ráfagas repentinas, haciendo que me encoja cada vez que una gota fría choca contra mi piel. Alejandro camina a mi lado con su expresión impasible de siempre, como si ni siquiera notara el clima.Cuando llegamos al hotel, la lluvia ya es más intensa y, apenas entramos, las puertas de vidrio se sacuden por una fuerte ráfaga de viento.—Bien, justo a tiempo —comento con una sonrisa tensa, sacudiendo las gotas de agua de mi ropa.Alejandro revisa su reloj y asiente.—No tanto. Esto recién empieza.Y tiene razón. Cuando llegamos a nuestra habitación y apenas cerramos la puerta, el cielo se il
El sonido de las olas y el canto de las aves me despiertan con suavidad. Parpadeo lentamente, disfrutando de la calidez de las sábanas y la tranquilidad que reina en la habitación.El contraste con la tormenta de anoche es abismal.Me estiro con pereza, sintiéndome más descansada de lo que esperaba después del desastre nocturno. Entonces me doy cuenta, la cama a mi lado está vacía.Parpadeo varias veces antes de incorporarme. La almohada de Alejandro sigue ligeramente hundida, y el colchón algo tibio, lo que significa que no se levantó hace mucho, pero la habitación está completamente silenciosa.Miro a mi alrededor y no hay rastro de él. Ni en el balcón, ni en el sillón, ni en el baño. Frunzo el ceño.Alejandro Monteverde no es precisamente un madrugador cuando no tiene una agenda apretada. Y, hasta donde sé, no tenía ningún compromiso hoy.Me levanto con calma y camino descalza hasta la mesa del balcón, donde el servicio de desayuno está servido. Un café humeante, jugo de naranja, p