Capítulo 04: Alfa, Luna está muerta.

Embarazada.

Un cachorro en su vientre… Una vida en desarrollo… Un recordatorio de esas noches dolorosas en las que el Alfa, la tomaba una y otra vez contra su voluntad, dejándola exhausta y sin aliento.

No sintió alegría.

Estaba llena de confusión y miedo. Sus manos temblorosas se posaron en su vientre, y negó lentamente con la cabeza, incapaz de aceptar su realidad.

—No… No, no… —murmuraba mientras las lágrimas caían por sus mejillas, su voz quebrándose con cada repetición.

El Alfa se acercó a su "falsa Luna", y, sentándose en el borde de la cama, sacó unas llaves que colgaban de una cadena alrededor de su cuello. Abrió los grilletes que mantenían las muñecas de Adalet atrapadas.

—Ni se te ocurra intentar huir, porque te castigaré, Luna. Te quedarás aquí, y vivirás en paz hasta que des a luz. Si la cría es fuerte, vivirá; si no lo es, morirá sola, y eso significará que tú tampoco sirves —soltó con frialdad, Alfa Zefor—. Entonces me desharé de ti. Así que ruega a la diosa que sea un cachorro fuerte y capaz de llevar mi don.

Con esas palabras, el Alfa se levantó y salió de la habitación, dejando a Adalet sumida en el silencio.

Uno de los hombres lobos en la puerta ingresó, llevándose las cadenas.

Una vez sola, Adalet miró sus muñecas. Las marcas rojizas en su piel, hinchadas y moradas, eran un recordatorio del sufrimiento que había soportado.

"¿Tengo que quedarme aquí? ¿Esperar a ver si muero o vivo, solo porque este Alfa desquiciado no tiene un cachorro con el poder que quiere?"

Pensó en ello, frunciendo el ceño. Estaba furiosa, y las lágrimas de frustración no dejaban de brotar.

Fue en ese momento que se levantó de la cama y…

¡CRAAAANK!

Con una patada, rompió la cerradura del balcón y salió, apoyando sus manos en la barandilla.

"Esto es una locura. Lala no responde… Sería un suicidio si me lanzo desde aquí sin mi loba y…"

Adalet volvió a mirar hacia su vientre… Embarazada.

—Un cachorro… —susurró para sí misma, observando el paisaje de la manada de Garra Dorada en aquella tarde gris.

Se sentía sola en el mundo, completamente aislada, sin nada ni nadie a su alrededor.

No había un solo recuerdo que la confortara. Pero el cachorro que crecía en su interior… eso era suyo.

Ese bebé, era parte de ella. Era todo lo que tenía.

Con lágrimas en los ojos, se cayó de rodillas en el frío suelo del balcón, la brisa meciendo su larga cabellera rubia.

—Maldición… ¿Qué hago?… ¿Y si no eres lo que ese Alfa quiere…? ¿Tengo que dejarte morir…? —se secó las lágrimas de manera torpe, intentando respirar con dificultad. Con un brillo de determinación en sus ojos, negó con la cabeza—. No… No vas a morir… No vamos a morir… Tenemos que irnos de aquí.

………….

✧✧✧ Cinco meses más tarde. ✧✧✧

Tap~ tap~

Los tacones de las sirvientas Omegas resonaban en el largo pasillo de los calabozos. Una de ellas llevaba una bandeja con la cena, mientras que la otra cargaba un hermoso cambio de ropa, una bata diseñada especialmente para hembras de embarazo avanzado.

—Es una tonta —se rió burlonamente una de las hembras—. ¿Qué le cuesta simplemente acatar las reglas del Alfa? Ya hemos perdido la cuenta de las veces que la estúpida ha intentado escaparse.

—Quizá a esa loba le gusta estar atada con cadenas y encerrada en la prisión mágica. ¿Será una masoquista?

—¡Y embarazada! ¡Está mal de la cabeza! A solo semanas de parir y sigue con sus necedades. ¿Y escuchaste? Dicen que son dos. ¡Dos cachorros!

—No sabía… ¿Cómo te enteraste?

En ese instante, las hembras se detuvieron al ver a Adalet tirada en el frío y húmedo suelo de piedra. Su figura frágil contrastaba con la dureza del entorno.

—¿Decidió dormir aquí o simplemente se desmayó? —preguntó una de las Omegas, con un tono de burla en su voz. La otra, que sostenía una muda de ropa, abrió la celda con un chirrido metálico.

Clank~

El sonido resonó en la fría oscuridad opacada por las antorchas en las paredes.

CLING~

La Omega que traía la bandeja de comida la dejó caer en una esquina con desgana.

—¿Qué es eso en sus piernas? ¿Sangre? Huele a… —las palabras se detuvieron en seco cuando ambas se dieron cuenta de que Adalet sostenía un frasco vacío en una mano.

El rostro de la hembra embarazada era un lienzo pálido, sus labios resecos y morados parecían gritar su agonía. Su cuerpo yacía inerte.

—¡POR LA DIOSA, ESTÁ MUERTA! —gritó una de las Omegas, la desesperación surgiendo de su voz—. ¡Corre! ¡Avísale a los guardias! ¡Que le digan al Alfa! ¡Se ha quitado la vida!

…………

Minutos después, el eco de los pasos firmes del Alfa resonó en el pasillo. Zefor entró en la celda, su mirada dorada cortante como un cuchillo. Todo en él emanaba poder y control.

Los lobos médicos ya estaban en el suelo, inclinados sobre el cuerpo sin vida de Adalet, examinando su estado con urgencia.

—Alfa, ella…

—¿Y los cachorros? ¿Están muertos? —preguntó fríamente Zefor, sin prestar atención a la hembra que había sido su Luna, por esos cinco meses. Lo único que ardía en su mente era la posibilidad de otro fracaso.

—No hay signos, Alfa… —respondió uno de los médicos, su voz temblando.

—Alfa, Luna está muerta —dijo otro, esta vez con la verdad amarga en sus labios.

El ceño de Zefor se frunció, la ira creciendo en su interior como un volcán a punto de estallar.

¡UN MALDITO FRACASO MÁS!

¡PUUUM!

Con un golpe brutal, la mano de Zefor impactó contra la pared de ladrillo, que se agrietó de inmediato, provocando un tintineo espeluznante de las rejas de la celda.

Los médicos se miraron entre sí, nerviosos, sintiendo la furia del Rey Alfa que amenazaba con consumirlos.

—Alfa, aún podemos…

Zefor los ignoró, saliendo de la celda con pasos decididos. Se detuvo frente a su Beta, Woren, quien lo miraba con respeto y temor.

—Que entierren a Luna en el cementerio de la manada —dijo Zefor, su voz apenas conteniendo la tormenta de furia—. Y reúne al maldito consejo.

—Sí, Alfa… —respondió Woren, acatando la orden con resignación.

…………

Esa misma noche, el viento otoñal azotaba con fuerza las copas de los árboles que rodeaban el cementerio de la manada, mientras la luna se escondía tras densas nubes.

Tres hombres lobos, se preparaban para enterrarla, sin ritual que honrara su muerte, nada.

—No quiero sonar como un monstruo, pero me alegra profundamente ver a esta perra muerta —se rió uno de ellos, mientras otro que cavaba el agujero se unía a sus risas.

—¡Es una bendición de la diosa! Pero, hermanos, me parece una enorme falta de respeto que el Alfa Zefor la haya nombrado su Luna —dijo ese macho, con desprecio en su voz.

—Lo mismo pienso —añadió el tercero, un hombre corpulento que levantaba de la carreta a Adalet con facilidad—. No hemos tenido una Luna en tres generaciones de Alfas, y él elige a una falsa. Es una burla para todos nosotros.

—¿Por qué debemos enterrarla junto a nuestros hermanos? ¡Nunca! ¡No es digna! —propuso uno, con una chispa de malicia en sus ojos.

Pocos minutos después, los lobos se alejaron del centro del territorio, dirigiéndose hacia un acantilado cruzando el bosque.

—Solo lánzala, su cuerpo se despedazará al caer al río. Las rocas harán el trabajo sucio, y nadie lo sabrá —dijo uno, riendo con desprecio.

El macho corpulento avanzó con Adalet en brazos, la miró sin un rastro de compasión, sonriendo con malicia y triunfo.

—Así son las cosas. No pertenecías a la manada, asquerosa loba de experimentos.

Con un movimiento brusco, lanzó a Adalet al abismo. Su cuerpo cayó en la oscuridad de la noche, desapareciendo en la negrura, como si nunca hubiera existido.

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