El polvo, aun se hallaba apoderado de muchos de los rincones de aquella vieja mansión, y vagando con los pies descalzos sobre el mármol que antaño, quizás, había sido brillante, Génesis recorría los solitarios pasillos llenos de cuartos cerrados que seguramente guardaban mil recuerdos. Había visto a Artem Kingsley sollozando ante aquella hermosa dama en su pintura, a quien amorosamente llamó madre, y verlo tan solitario, triste y vulnerable, la hizo sentirse confusa.Aquel Alfa era poderoso; imponente ante todos y que no permitía jamás que nadie lo viese en momento de vulnerabilidad…sin embargo, lloraba como hacían todos, y sufría como cualquier otro ser viviente. Aquello la hizo sentirse, de cierta manera, unida a él. Avanzando por los pasillos, Génesis llegó hasta la habitación que le había sido asignada, y observó como los pequeños pelirrojos, saltaban animadamente sobre la cama. Aquella guerra o peligro que la acechaba, estaba destruyendo muchas vidas…no solo la suya, y Artem se e
Artem sentía como una tormenta de emociones y sentimientos descontrolados se apoderaba de él, dejándolo completamente indefenso ante aquellos ojos de tormenta que lo miraban casi con adoración. Génesis lo había besado repentinamente, y lo inesperado de ese beso, lo dejó sin palabras durante ese momento que deseo, fuese eterno.—Mi Luna…yo… ——No soy solo Luna…soy Génesis…odio que llames de esa manera. — respondió la loba blanca.Y besándolo nuevamente, Génesis dejo todo aquello que sentía por el Alfa desde que era solo una chiquilla, impreso en ese beso. Artem, completamente embriagado por aquello, la beso apasionadamente sin contener todo aquello que por la hermosa albina había estado sintiendo y a lo que se había estado negando. Sin embargo, sintiendo el calor de las mejillas de la hermosa mujer junto a su respiración demasiado agitada, se percató de lo que en realidad estaba ocurriendo.Génesis estaba ardiendo en fiebre.Corriendo con ella en brazos después de aquel golpe de realid
—¡No! ¡No puede ser! — Génesis gritó histérica.Tomando una hermosa y delicada jabonera de plata que yacía sobre el azulejo del lavamanos, la arrojo con fuerza sobre el antiguo espejo que se hizo añicos.Sus sollozos se habían transformado en un llanto agudo y amargo que le nació desde lo más profundo de su alma. ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué daño le había causado a Artem para merecer tal insulto? No lo soportaba más, aquella marca en su pecho era el peor símbolo de humillación que una loba podría recibir y la mayor vergüenza para una hembra. Dejándose caer sobre el suelo, se cubrió su hermoso rostro con las manos en un intento burdo de calmar las lágrimas de rabia y dolor que no dejaban de caer desde sus ojos grises. Su reflejo le era devuelto miles de veces en aquellos trozos de cristal del espejo que acababa de romper, y cada uno de ellos la hacía sentirse avergonzada y humillada.La marca se estaba completando, y era tan visible que todos podrían verla con facilidad.Artem la habí
El frío comenzaba a calar más profundo en las montañas con la llegada del otoñó, y Artem había salido de cacería junto a sus lobos para asegurar alimento suficiente para todos. Dentro de pocas semanas, aquel lugar se pintaría de blanco con las nevadas, y sobrevivir en aquel extremo sería difícil con tantas bocas que alimentar, pero no podrían permitirse ir a un lugar más cálido y cómodo con Giles Levana siguiendo el rastro de Génesis.Mirando en silencio como aquel regordete ciervo pastaba, el lobo negro se aproximo sigiloso para de un furtivo y efectivo ataque con sus garras, acabar con su vida y así llevarlo junto a todo lo demás que habían logrado reunir para resistir el invierno. Inclinándose ante el animal para mostrar respeto por su sacrificio, lo tomó con un solo brazo y lo cargo en la carreta de alimentos.—Señor, ¿En verdad pasaremos aquí todo el invierno? ¿No sería más sencillo tomar a la Luna Génesis para que el Levana no pueda reclamarla nunca más y así poder regresar a la
El olor del viento, había cambiado. Nápoles se había quedado atrás, y Ayla se dirigía hacia donde supuestamente Artem Kingsley se encontraba. No tenía que pensar demasiado para deducir lo que estaba pasando; el Alfa Artem la estaba despistando a propósito, porque ya no la quería cerca de él. Sabía bien que se había reunido de nuevo con Génesis, y aun cuando al comienzo le divertía el juego de las escondidas, ya había dejado de ser divertido. Los efectos de la pócima que le había estado dando durante todos esos años, ya habían perdido por completo su efecto; no había logrado darle la nueva dosis, debido a su repentino “viaje”, que no fue otra cosa más que una vil excusa para escapar de sus manos y buscar a la loba blanca.Mirando el reloj en su muñeca, vio aquel enorme edificio que pertenecía a los Kingsley, y en donde Artem se había ocultado muy bien los últimos meses, y subiendo el elevador, se sintió cada vez más furiosa al notar que el aroma de su macho, era tenue y apenas percepti
La larga noche había llegado.Giles, observaba a la luna llena, que resplandecía como la plata. Aquella fuerza natural de los Levana, los únicos y verdaderos hijos de la luna, la sentía recorrer cada una de sus venas. Afilando su garra, el lobo blanco cortó un poco su palma, para ver como la sangre blanca se derramó, antes de que la herida se cerrara por completo.Una gran sonrisa, se dibujó en su rostro.—El momento ha llegado, Celtigar, finalmente, soy libre. — dijo el lobo blanco tomando aquel collar en su cuello, que le impedía salir de aquellos territorios malditos debido a un cruel hechizo realizado por las brujas lobas del bosque.Sin mayor esfuerzo que el que hace un niño al tirar del cordón de sus zapatos, Giles se arrancó aquel collar, y lo arrojó lejos de sí. En ese momento, el lobo blanco sintió como todo aquel poder contenido, se liberaba de golpe, y extendiendo sus brazos hacia el cielo mirando a la hermosa luna que lo había liberado, al albino sonrió.—Gracias, madre. —
—¿Me puedes explicar que es lo que ha ocurrido? ¿Por qué abandonaste la mansión Kingsley? Recibí esto esta mañana en mi hotel. — Ayla entraba en una vieja finca propiedad de su padre, quien la miró con seriedad mientras le hacía aquel reproche.La loba de piel morena, sin embargo, se quedó en silencio al notar a los ancianos del consejo, que sirvieron al Alfa Maserati. Se le había enviado un aviso advirtiéndole de no acercarse a la mansión Kingsley y con la nueva dirección en donde se encontraba su padre, sin ninguna explicación.—Me alegra que estés a salvo. — dijo Adolphus invitando a su hija a pasar.—¿Qué está ocurriendo aquí? — cuestionó Ayla sorprendida y confundida.Acercándose a su hija, Adolphus la miró a los ojos.—Giles Levana ha escapado de su prisión, y tanto el viejo consejo como yo, debatimos sobre lo que habrá de hacerse con Giles y Artem Kingsley. — respondió.Sorprendida, Ayla retrocedió un par de pasos, notan a sus primos, los favoritos de su padre, mirándola con bu
Los grises cielos ocultaban la luz de un nuevo día que recién daba comienzo, gotas de lluvia, pequeñas, imperceptibles, de a poco iban empapando los prados de trigo y lavanda que permanecían escondidos hasta la próxima primavera. El viento comenzaba a mecer las altas copas de los árboles con gran violencia, y las hojas secas eran arrastradas en el aire sin piedad, marcando el rumbo de lo que estaba a punto de comenzar. Una tormenta iniciaba y con ella, lobos caminaban lento, pero firme, hacia aquella vieja mansión de un clan siempre respetado.Ayla, frustrada, arrojaba madera seca al fuego de la chimenea que ardía abrazador consumiéndolo todo. Sus sentimientos por Artem, aun cuando se lo había entregado todo y le había dado beber de aquella pócima de dominio, habían sido rechazados al final de cuentas. Se sentía miserable, completamente sola en aquella casona plagada de habitaciones vacías que tan solo le traían malos recuerdos, los recuerdos de su infancia. Su padre le había ordenado