Capítulo 45: El invierno de Vivaldi.

El sonido del violín entonando una fascinante melodía, calmaba hasta a la mente más perturbada. Los altos y los bajos, la música que inspiraba a la mente artística y lograba hacerla viajar hacia tierras más amables que tan solo existían en el reino de la imaginación, era un privilegio digno de escuchar.

Entre Vivaldi, Paganini y sin menospreciar al piano de Beethoven o de Frédéric Chopin, la menta más cansada y agobiada, encontraba un saludable descanso. Sintiendo el agua de la bañera espumosa en donde Giles Levana descansaba entre pétalos de rosas blancas, el lobo blanco mantenía sus ojos violetas como amatistas, completamente fijos en el techo blanquecino de aquel baño. Su piel tan blanca como el perfecto marfil de las grandes obras de arte que reposaban eternas en los museos, se tornaba roja a ratos en los que intencionadamente abría la llave del agua caliente para dejarla casi hirviendo.

Cada uno de sus pensamientos, desde el más recatado hasta el más impuro, iban dirigidos hacia
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